Giverny

Sena

El tiempo de Eleanor y Giverny se congeló.

Una joven se sumió en mi aguas. Otra la siguió. Ambas se adentraron en mis profundidades, esperando encontrar a la otra en mi verde transparencia.

No puedo decir durante cuánto tiempo fue. Sí, ciertos mortales intentan capturar su inmaterialidad en pocas palabras, pero yo no pretendo hacer tal vulgaridad. No tiene sentido. Seguiré mi curso aún cuando esos vocablos no vuelvan a ser pronunciados.

Sé que fue suficiente para que sus miradas se encontraran, para que quedaran petrificadas ante la nueva realidad. Fue suficiente para que se acercaran a tientas, como si temieran que ese instante pudiera esfumarse si no se daban prisa. Quizás era así. Quién sabe. Solo sé que sus manos traspasaron mis fronteras, y que pudieron ver la forma en la que sus dedos se entrelazaban. Pudieron dejar que sus brazos pasaran por mí, con aquella lentitud inevitable al atravesar mi esencia, para que ambas rodearan sus diminutos cuerpos.

Se separaron para poner las manos de la una en las mejillas de la otra. Lo hicieron con la ternura con la que cogieron cada uno de los nenúfares, transportadores de la melodía que recorrió mi superficie. Sus miradas eran puro verdor. Sus almas estaban conectadas por sus ojos y su sonrisa. Podrían haber llorado si no hubieran estado rodeadas por mi presencia. En vez de eso fundieron sus labios, compartiendo el aire que les quedaba en los pulmones.

Aquel momento no duraría mucho. Eso lo podía asegurar. En algún momento se tendrían que separar. Quizás sus cuerpos no se volverían a encontrar. Quién sabe. Pero si hay algo que os puedo decir con absoluta convicción.

Fue suficiente.