La llegada de Gaia

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Nota Preliminar:

Esta historia proviene de una idea que me surgió cuando conocí en Internet a Earth-Chan; la hermosa representación antropomórfica de la Tierra que se ha robado el corazón de tanta gente.

No tardé mucho en imaginar la trama principal, pues todos sabemos que nuestro amigo Lincoln Loud es shipeado hasta con el aire ;-)

Sin embargo, este ship me ha proporcionado una oportunidad única para desarrollar una historia de romance y fantasía. Comprendo que el ship planteado es muy raro, y aparenta ser sumamente bizarro. Pero tengo confianza en que los buenos aficionados a las historias de romance y fantasía no quedarán decepcionados.

Las imágenes que ilustra los capítulos pertenecen a sus autores. Todo mi reconocimiento para ellos.

Eidanyoson_ (Octware)


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- Clase, hoy tenemos una nueva compañera -dijo la maestra Johnson, con un tono de voz vacilante que muchos de sus alumnos desconocieron -¿Puedes presentarte, querida?

- Por supuesto -dijo la muchachita de grandes ojos verde agua. Su voz sonaba un poco atenuada por la tela del cubrebocas azul que llevaba-. Me llamo Gaia. Mucho gusto en conocerlos.

Toda la clase se quedó sorprendida, y no era para menos. El aspecto de la nueva alumna era sumamente extraño.

Su gran belleza física era más que evidente, a pesar de que el cubrebocas tapaba una gran parte de su rostro. Estaba vestida con una sencilla blusa de manga larga de corte marinero, con remates de color violeta en los puños y el cuello. Llevaba una falda azul de tablones que terminaba por encima del nivel de la rodilla, y unos mallones blancos que cubrían unas pantorrillas delgadas, pero exquisitamente formadas. Daba la impresión de ser un par de años mayor que sus nuevos compañeros, porque sus formas ya destacaban claramente, a pesar de lo holgado de su vestimenta.

Pero lo verdaderamente llamativo y desconcertante eran su cabello y sus ojos.

Su cabello estaba teñido. Al menos, lo parecía; porque ninguno de los presentes había visto jamás ese tono de azul en una cabellera natural. Pero además, tenía curiosos dibujos de color verde que lo cubrían en gran parte. La maestra Johnson la miraba sorprendida, y los alumnos que recordaban sus clases de geografía apenas podía creer lo que veían: los dibujos replicaban admirablemente los continentes de la Tierra, tal como se ven en un planisferio.

La maestra al fin encontró su voz: el reglamento escolar era muy claro.

- Querida... ¿Acaso tú y tus padres no leyeron el reglamento?

La muchacha se volvió para mirar a la maestra, y ella tuvo que desviar la mirada. Los ojos de aquella niña eran profundos, inquietantes. No correspondían a los de una muchachita de su edad. Sin embargo, la maestra no podía explicarse el por qué le daban esa impresión.

- Claro que sí, maestra Johnson -dijo Gaia, con su voz suave y melodiosa-. ¿Por qué lo pregunta?

- Bueno... -balbuceó la maestra, haciendo un esfuerzo por recuperar el control de la situación-. Es que tenemos reglas específicas sobre el asunto de teñirse el cabello, querida. Hicieron una verdadera obra de arte con el tuyo, pero no podemos permitir que vengas así a la escuela.

La muchachita colocó sus manos en actitud de rezo. Se veía tan linda y virginal, que la maestra Johnson se ruborizó.

- Discúlpeme, maestra pero... ¡Yo no teñí mi cabello! Así nací, y así lo he tenido casi siempre. Bueno, la deriva ha hecho que los patrones de su superficie cambien con el tiempo, pero... por ahora, son así.

- ¡Mentirosa! -susurró la voz de una chica desde el fondo del salón.

- ¡Niñas! -reconvino la profesora con cara de enojo, pero enseguida volvió a mirar a la niña-. Gaia, es muy descortés lo que te voy a decir, pero... entenderás que es muy difícil de creer. El dibujo... Tú sabes.

La niña sonrió. La maestra lo supo porque sus bellos ojos se entrecerraron.

- Descuide, maestra. Lo sé. Pero quizá pueda arrancar un pequeño mechón para que usted lo estudie bien. No puedo hacer nada por mi cabello, pero si usted gusta, puedo venir con un gorro a partir de mañana.

- ¡No! No es necesario, querida. Pero... ¿No puedes quitarte el cubrebocas? Hablas muy claro, pero ya que te estás presentando, sería bueno que pudiéramos ver todo tu rostro.

- Ay, maestra... -dijo la muchachita, con pesar reflejado en sus grandes ojos-. Me gustaría hacerlo, pero estoy un poco enferma. No quisiera correr el riesgo de contagiar a nadie, ¿sabe?

Un murmullo recorrió la clase. Casi todos los alumnos estaban inquietos. Semejante preocupación por la salud casaba muy bien con el extraño aspecto de la nueva compañera.

- ¿Es grave? -preguntó la maestra, preocupada-. Porque si lo es, quizá convenga que te quedes en tu casa por un tiempo.

Los niños murmuraron de nuevo y asintieron con aprobación. Pero una vez más, la voz suave y cantarina de la chica resonó en el salón de clases

- No. Creo que no es necesario. Pero si lo prefiere, puedo sentarme bien apartada de los demás. Así nadie corre riesgos.

La maestra estaba por decir que no era necesario, pero varios de los niños que estaban cerca de los pupitres vacíos recorrieron sus sillas. Este gesto molestó bastante a la profesora, pero consideró que no era el momento oportuno para ajustar cuentas con sus alumnos.

- Está bien, querida. Ve a sentarte y comencemos la clase de hoy.

La muchacha fue a sentarse bajo la atenta mirada de sus nuevos compañeros. Cuando seleccionó su pupitre, todos los que estaban cerca se recorrieron aún más. Se instaló, y pronto se dio cuenta de que todos la miraban de reojo, pero desviaban la mirada en cuanto ella volteaba para verlos.

Solo hubo alguien que pudo sostener su mirada. Al menos, por un momento:

Lincoln Loud. El muchachito peliblanco que conocía a las mujeres como ningún otro en su salón de clases.

Desde que entró al salón, quedó fascinado por el aspecto de la hermosa niña que iba a ser su nueva compañera. Él, por lo menos, no encontraba nada raro en ella. La veía solamente como una niña simpática y hermosa, que no gozaba de cabal salud; y que por alguna razón disfrutaba creando historias y aturdiendo a sus maestros y compañeros.

La vio caminar hacia uno de los pupitres, y le dirigía de vez en cuando alguna mirada furtiva.

Era tan hermosa...

Ni siquiera se percataba de lo que sus compañeros cuchicheaban a su alrededor. Simplemente, aquel cabello y los hermosos ojos verdiazules lo embrujaban. Conocía esa sensación: era la misma que experimentó cuando vio a la profesora DiMartino por primera vez.

No se dio cuenta de que Gaia lo miraba también. Sus ojos se encontraron, y la chica apartó su cubrebocas para obsequiarlo con la sonrisa más hermosa que Lincoln había visto jamás.

Fue demasiado para el peliblanco. Enseguida apartó la vista. Se ruborizó, y tuvo deseos de desaparecer en el azul intenso de aquellos ojos 

Gracias por amarme (The Loud House)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora