Acto Tercero

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Abrió los ojos justo cuando el eco atronador de un grito ajeno restalló de más contra las paredes de piedra. Buscó con la mirada a su alrededor, desesperada, pero no pudo ver nada. La sala estaba lo suficientemente a oscuras como para que no lograse distinguir ni siquiera sus propios pies. Sintió las cadenas heladas royéndole la piel de las muñecas y la humedad de la mordaza restringiendo su capacidad de hablar, respirar y hasta de reprimir su propia saliva.

Tragó por instinto, sintiendo la garganta profundamente seca. Debía haberse quedado inconsciente o simplemente dejó que la noche la abrazase cuando ya no pudo más. Ni siquiera lo recordaba bien. Había perdido la cuenta de los días que llevaba allí encerrada. De lo que estaba realmente segura era que aquella voz en la lejanía no pertenecía a cualquiera. La reconocería a cualquier hora y en cualquier parte.

Sacudió inútilmente los grilletes que la obligaban a mantener los brazos en alto, con la espalda pegada a la pared. Una irónica metáfora de la crucifixión tomada bastante en serio. ¿El plan que tenían pensado para ella? No lo sabía y lo cierto es que tampoco le importaba, no llegados a ese punto. Conocía de sobra las costumbres poco delicadas de los esbirros que la Alta Mesa enviaban para corregir comportamientos y a ella se le había ocurrido desafiar no una ni dos, sino tres veces a sus superiores y, por extensión, a la propia organización.

Tenía claro que no la matarían. De eso no cabía duda. Colgar su cabeza en una pica pondría fin al linaje de las Adjudicadoras y no podían arriesgarse a sufrir un tropiezo como aquel.

Pero siempre hay cosas peores que la muerte.

Alzó la cabeza en busca de cualquier atisbo visual claro cuando escuchó los goznes de la puerta rechinar costosamente. La teatralidad que aportaba aquella sensación de mazmorra al sótano del edificio se le antojó como un burdo intento por demostrar que de soberbia también se podía vivir perfectamente. Un foco de luz amarillenta le apuntó directamente al rostro y tuvo que cerrar los ojos sin poderlo evitar tras estar tanto tiempo sumida en la penumbra.

—¿Sigues viva? —le preguntó la sombra recortada desde la que provenía aquella molesta luminiscencia.

La recién llegada llevaba una especie linterna ancha o algo por el estilo, podía distinguirla a duras penas, pero al menos había tenido la decencia de presentarse con algo normal y no con una antorcha para darse aún más importancia de la que el momento requería.

—Ya veo que sí —se contestó a sí misma la anciana justo cuando se acercó lo suficiente como para poder observarle el rostro a la luz, sin dejar de enfocarla.

La joven tuvo que parpadear varias veces para evitar que los ojos se le anegasen en lágrimas por la molestia. Una iluminación tan directa le resultaba sumamente insoportable, como poner la mano sobre un hierro al rojo vivo.

—No me digas que vas a llorar ahora... —continuó la mujer, siguiendo con su monólogo sin que le importase lo más mínimo que la muchacha allí retenida no pudiese ofrecerle respuesta alguna con la mordaza puesta—. Haberlo pensado antes.

Aquello le sonó a burla, a siniestra ironía camuflada de falsa piedad. Pero la odiaba y respetaba, por desgracia, a partes peligrosamente iguales. Su abuela la miró desafiante desde su altura, erguida. Parecía el doble de alta que ella con esos tacones y la posición hierática que siempre la había caracterizado, esa misma que se estaba esforzando por inculcarle a ella desde su más tierna infancia; y, de algún modo, tomando como excepción la vulnerable posición en la que la tenían en aquel momento contra la pared, lo había conseguido realmente.

—Tres oportunidades perdidas —volvió a hablar, entre dientes, en un tono tan bajo que sólo ella podía escuchar—. Te concedieron tres oportunidades gracias a mí, tres oportunidades en las que te has esforzado por desafiarlos más que nadie —marcó una y otra vez el número cada vez que lo pronunciaba, con énfasis, como una retahíla de advertencia—. Y la Alta Mesa no perdona —sentenció al tiempo en que bajaba la mirada para ajustarse los guantes sin variar la expresión de su rostro, indiferente a su sufrimiento—. Eres mi nieta y también la próxima Adjudicadora, te guste o no —dictaminó alzando la vista hacia ella en última instancia, y esta vez el tono de su voz sonó más peligroso que nunca—. No cometas el mismo error que tu madre.

Interregno [Supercorp AU / The Continental] #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora