La guerra: Sumisión

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Oh! You silly thing
You've really gone and done it now
Oh! You silly thing
You really gone and done it now


Domingo, 25 de Marzo de 1979

Remus se estaba volviendo loco. Esa era la única explicación.

El tiempo transcurrió lentamente, durante semanas sintió que los segundos apenas pasaban, y luego las horas pasaron todas juntas, como misiles, dejándolo sin aliento.

Le llevaban comida y esa era la única forma en que podía medir sus días. Nadie le hablaba; quizás les habían advertido que no lo hicieran. Quizás era parte de probarse a sí mismo. Sin embargo, lo miraban. Ellos lo miraban.

La manada volvía todas las noches a dormir; a veces, Livia, Gaius y Castor estaban allí. Otras veces no. Greyback nunca estaba allí, aunque a veces Remus pensaba que podía olerlo, pero esa podría haber sido la locura. Después de dos días en la oscuridad, no confiaba en sus sentidos.

Después de una semana, no confiaba en nada.

Nunca se sintió del todo cómodo, siempre estaba inquieto, agotado; paseaba hasta que le dolían los pies. Dormía poco y con frecuencia; atrapado entre estallidos intermitentes de inconsciencia e insomnio. Y tenía sueños terribles. Cada recuerdo malo se abría paso hacia la superficie de su mente. Sobre todo los de St. Edmund, pero también se le venía a la mente ese verano después del quinto año, cuando había estado muy solo, y había odiado a Sirius.

Se había vuelto paranoico, y estaba convencido de que eran los otros, ellos estaban controlando su mente, de alguna manera; obligándolo a ver cosas que no quería ver; cosas que no estaban allí.

Algunas veces soñaba que Sirius moría. Luego, cuando eso le quitaba toda pizca de terror de él, soñaba con la muerte de cada uno de sus amigos, uno por uno. Y que sus fantasmas lo visitaban, llorando o enfurecidos. Cuando se despertaba, nunca sentía que se hubieran ido del todo.

Otras veces Remus se preguntaba si, de hecho, él estaba muerto, y este era un infierno muy específicamente diseñado para él.

Al final de la primera semana, había perdido todo sentido de la vergüenza. Lloraba, aullaba, gemía. Se reía maniáticamente, o se acurrucaba en un rincón y susurraba al vacío. Trataba de tener conversaciones en su cabeza, pero no funcionaba de la misma manera que antes. La voz tranquilizadora de Grant se transformaba en la de Livia, la de Sirius en Castor, y Remus se quedó sin escapatoria.

En momentos de lucidez, trataba de invocar más magia, pero era muy difícil y él estaba muy débil.

A veces pensaba que podía hacerlo. Alguno de los otros podría realizar un hechizo (siempre sin varita; ninguno de ellos hacía magia de la manera en la que lo habían los magos) para convocar algo o iluminar la habitación, y Remus sentía esa vieja agitación de poder. Pero nunca duraba lo suficiente.

Finalmente, los padres de Remus se le aparecieron, en su cabeza, pero también en la celda. Hope estaba llorando; todavía estaba enferma, incluso muerta, con el rostro exhausto y demacrado. Llevaba un sudario blanco y había tierra en su cabello rubio, aunque Remus sabía que había sido incinerada.

Sin embargo, Lyall era el peor; tal vez porque Remus no tenía una base sólida para él, más allá de unas pocas fotografías. El Lyall con el que soñaba su febril imaginación era despiadadamente cruel, con un acento plomizo de clase alta y fríos ojos azules.

— Dejaste que ese animal destruyera mi varita, ¿No es así? — El fantasma larguirucho le susurraba al oído: — Debería haberte sacado de esta miseria, hace tantos años.

All The Young Dudes (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora