Salía el sol, dejaba de esconderse por detrás de las nubes o la luna. En mañanas tan húmedas como éstas, solía anoticiarse junto con Bran en el monte del que hoy retornaba, para juntar la cosecha junto con los campesinos. Pero antes osaban observar desde la torre más alta de Invernalia, su habitación, cómo el sol, ese sol caía haciendo remolinos en los grandes estandartes del lobo.Algún día Robb sería el lord de Invernalia y ellos permanecerían allí en esa torre, como si no tuvieran más ambiciones para reclamar parcelas de terreno más grandes. Aquella torre que hoy Mérida observa desde lejos, es de todos el punto más estratégico.
Es como si pudiera ver todo lo que acontece en nuestra tierra cada día, decía Bran. Y ella disfrutaba observarlo todo, desde que él había nacido Mérida sabía lo que era estar quieta al menos un rato.
Luego de batallar contra las piedras y la altura para llegar a la torre, la calma llegaba. Le gustaba posar en el pequeño y huesudo hombro de su hermano, sin tomar recaudos de las órdenes de sus padres. Como si ansiaran ser inválidos para no bajar nunca, jamás de esa torre y algún día morir abrazados como la gente inocente en plena guerra.Ellos jamás serían gente inocente, por siempre ante todo conflicto deberían elegir un bando, por algo habían nacido desde una familia tan noble. A Mérida no le contentaba demasiado morirse en la quietud de la inocencia, desnutrida mientras la guerra se alzaba allá afuera. De morir, moriría salvando a Bran y su calma, su parsimoniosa mirada para observarlo todo.
Moriría de tantas maneras, columpiando entre los árboles del bosque hasta que un flechazo casi tan letal como los suyos le atravesara el corazón, tal y como las agujas con las que la vieja Tata le obligaba a hacer sus pañuelos.
Moriría de muchas maneras pero nunca en la quietud, ni mucho menos salvaguardada por un hombre.Era maravilloso contemplar con qué rapidez se disipaba la bruma, levantándose junto con la nieve y disolviéndose en aquella hondonada, desperezándose sobre los matorrales y desapareciendo, como si tuviese prisa por escapar; grandes espirales y remolinos se elevaban y empujaban a medida que los rayos plateados del sol se hacían más anchos.
Robb algún día sería lord de Invernalia, decidiría con la misma quietud honrosa de su padre y ella no permanecería en la torre con Bran el que todo observa, ni moriría abrazada a él y su quietud. Tampoco moriría trepando árboles en el bosque con la dignidad de un guerrero con la espada enemiga atravesada en pos de la victoria de sus tierras. Al corazón, se lo robarían vivo, rojo estallando serpenteante, latente y sin agujerarlo ni un poco.El lejano celaje -de un azul reluciente, inmaculado- se reflejaba en los charcos, y las gotas, nadando por los cables telefónicos, centelleaban como puntos luminosos. El mayor estandarte, de la casa Lannister por debajo del extenso carruaje de la Reina, ondulante y reverberante brillaba tanto que hacía daño a la vista.
No estaba segura si todas esas casas del Norte junto con la del Rey iban a obtener lo que querían, puesto que su corazón comenzaba a estallar de ira.Todos y cada uno de los estandartes clavados en su tierra ondeaban centellantes en su nombre. Los estandartes de los Umber, los Karkstark, los Bolton, los Baratheon y los Lannister se hacen presentes a medida que recorre el sendero del centro de Invernalia. Los gallos aún no cantan, apenas los panaderos tienen las ventanas abiertas de sus casas por el gran calor de su oficio.
Sigilosamente las pezuñas de su caballo blanco delinean el camino con tanta delicadeza que pareciera transmitir su intención de no despertar a nadie de su sueño.Mérida resguarda cada una de sus respiraciones, en su cuerpo la furia comienza a consumirla y de hallarse frente a sus padres desperdigará una serie de maldiciones. Lo observa todo y se detiene como quién no quiere la cosa, su peor pesadilla se ha vuelto realidad.
Recuerda nunca antes haber soñado con un príncipe encantador, todas esas fantasías de niña inocente en su mente tan libre se postulaban como pesadillas. Un hombre de quien sabe qué estatura, qué porte y qué corazón, se la llevaría y a la mesa llevaría una docena de carnes y frutas mediante los sirvientes. Dejándola quieta, como si estuviera inválida, como si fuera incapaz de conseguir su propio alimento.
Un hombre la arrastraría hacia el camastro para hacer perdurar el linaje de su sangre, un hombre la querría para revolcarse en todos sus instintos y a ella le parecía una bestialidad.
Esos no eran hombres, eran bestias.
En su mundo, en ese momento en el cual grandes casas del Norte se agrupaban para tener su mano, para adquirirla como si fuera una yegua, todo era bestial, sinsabor, agrio y sin color.Los grises, en lugar de ser más grises, eran del mismo color de la sangre que brotaba de las heridas de un agónico soldado o de una prostituta. Todo parecía ser cada vez más bestial, sinsabor, agrio y sin color. Sus ojos esmeralda observaban el panorama acercándose a una de las casas donde paraban los intrusos que pretendían llevársela y apropiarse de su libertad.
Eran bestias, sinsabor, agrias y sin color más que el de la brutalidad de poseer mujeres. Así eran aquellos que se hacían llamar hombres, pero secuestraban a las mujeres y las violaban para hacer perdurar su dinastía.El mejor hospedaje era ocupado por la familia real, según decían el príncipe Joffrey era más alto que Robb y sus cabellos llegaban a sus hombros. No le importaba la manera en la que luciera su futuro marido. Sin importar cuánto músculo ciñera su cuerpo, sin importar la anchura de su pecho, la delicadeza de su espalda, la suavidad de sus cabellos y la parsimoniosa belleza de su rostro, jamás se detendría a mirarlo para otra cosa que no fuese odiarlo, porque al fin de cuentas era una bestia.
Todos dormían, una decena de caballeros rodeaba la entrada de ese hospedaje real por lo que fue imposible poder ver al rey, a la reina y el príncipe.
Justo en cuanto iba a retirarse encontró la verdad entre las endijas de una ventana que se abría por fuerza lenta del viento.
Al parecer los soldados, los panaderos y ella no eran los únicos despiertos.
Las gotas de agua caían de pura orquesta en el baño, en la pura y natural desnudez de aquel hombre dorado alumbrado por la luz del astro de su mismo color. Cada centímetro de su cuerpo se exponía a la luz del amanecer.
El músculo que ciñe su cuerpo, la anchura de su pecho, la delicadeza de su espalda y la cuidada y natural belleza de su rostro delatan la verdad a la cual no puede dejar de observar.
El mismísimo campesino con quien había compartido la tarde el día anterior era Jaime Lannister, el matarreyes.Las sienes de Mérida aún arden, ningún paisaje visto y por ver le borrará de la mente que sus padres la entregarán como a una yegua de exposición esa misma tarde. Una bestia llegará por ella.
La bestialidad que guarda en su imaginación, comienza a transformarse.
Llegará alguien, piensa con incesante furia e inconsciente asombro por la belleza vista, a delinearse la pelvis ahuecada con su falo convexo, por entre sus huecos concéntricos y cóncavos. Y las puras cataratas propias de la intimidad humectarán la tierra para el seguro de la vida y su futuro, llegando hasta su lo más profundo de su vientre.Mientras observa la desnudez de Jaime Lannister, sus pesadillas, las prohibiciones que su mente estableció contra la intimidad, se transforman y evolucionan. El terrible acto de fornicar y darle paso entre sus piernas a otro cuerpo, siempre le pareció bestial, sinsabor, agrio y sin color. Pero mientras lo observa, maldiciendo no haber conocido su verdadera identidad y haber huido de él, en el día anterior luego de despreciarlo, algo dentro suyo cambia.
Quizá, no todo es tan bestial, sin sabor, agrio y sin color. Y así sin quererlo, sin saberlo, Jaime Lannister comienza a convertirse en hombre dentro de tantas bestias.
Nota de autora:
La descripción de la introducción en gran parte corresponde a la autora Katherine Mansfield, en su obra "En la Bahía".
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𝐆𝐎𝐋𝐃𝐄𝐍 𝐁𝐎𝐘 ; 𝐣𝐚𝐢𝐦𝐞 𝐥𝐚𝐧𝐧𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫
FanfictionDonde Jaime Lannister se enamora perdidamente de la salvaje hija de Ned Stark.