Capítulo 3: Lluvia de Agosto

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— ¿Estás seguro de que asistimos al mismo instituto? ¿Cómo es que no has hecho la tarea? — El rubio asintió con sabiduría encontrando la respuesta por sí mismo— Eres un rebelde, ya veo, pero si seremos novios no puedes reprobar y terminar un año a...

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— ¿Estás seguro de que asistimos al mismo instituto? ¿Cómo es que no has hecho la tarea? — El rubio asintió con sabiduría encontrando la respuesta por sí mismo— Eres un rebelde, ya veo, pero si seremos novios no puedes reprobar y terminar un año atrás, ¿entiendes?

— ¡¿De qué diablos hablas?! ¿Y tu hiciste la tarea o porque preguntas? — me crucé de brazos hostil.

— No— admitió con simpleza— ¡Pero no porque sea como tú! — Rodé los ojos— Lo olvidé, estaba muy ocupado procesando el hecho de que tengo novio. Lamento tener emociones, señor.

— Perdonado.

El más alto me miró confundido y exclamó— ¿Pero porque putas dan tarea el primer día? ¡Es el primer día! ¿No es sólo para hacer el tonto y ya? — interrogó con la injusticia desbordándose en su grave y a la vez fresca voz. Relajé mi rostro y descrucé mis brazos lentamente.

— ¡Lo sé, ¿verdad?! Además es Leyes, al menos pudo dejar de tarea ver La Ley y el Orden o algo menos tedioso. Como sea, ¿pensabas copiarme? — Sonreí de lado y me señalé— ¿A mi? — el sujeto me dio un rápido vistazo con atención.

— Sí... Se vuelve una peor idea mientras más lo medito, pero bueno, si gustas... puedo dejar que me copies. Ah, la tarea. La voy a hacer ahora, así que... Puedes copiarla. — balbuceó. Junté las cejas, ahora el que daba un escéptico vistazo era yo. Rarito, ¿qué más le iba copiar? ¿La pija?

— ¿Te parece que estoy en condiciones de rechazarte? Te voy a robar todas las tareas que pueda hasta que me gradúe, si es posible.

— Van a poner mi nombre en tu diploma. — bromeó retomando su andar.

— Mientras me lo den, que pongan el nombre de Pedrito Pecopon si quieren.

— Sí sabes que no tendría valía para ti si tiene otro nombre, ¿no?

Inquirió Derek entre risitas. Siguiéndole el juego y las burlas, llegamos a la biblioteca del instituto londinense; el techo era de cristal, uno especial que evitaba calentar el salón o enfriarlo de más. La ventana superior y circular del recinto dejaba una vista libre a las aves que se lanzaban sobre el cielo espumoso de grises nubes.

Los libreros se esparcían por todo el lugar, desde la planta alta hasta la baja dónde se encontraban las largas mesas de madera. Los tonos crema y blanco resaltaba, los únicos colores vibrantes eran los de las cubiertas de los libros y las cabelleras y chaquetas de algunos estudiantes.

Ambos con nuestras respectivas mochilas sobre nuestras espaldas, avanzamos hasta una mesa vacía (aunque todo el lugar estaba bastante tranquilo, una cosa buena de este descontrolado día) sentándonos uno al lado del otro, fue innecesario esperar demasiado para darnos cuenta de lo incómoda que esta cercanía física seguía siendo; nos miramos, sonreímos con falsa paz y dejamos caer nuestros inquietos ojos sobre nuestras pertenencias aprovechando el proceso de sacar y guardar cosas para contar hasta diez y calmar el tic en nuestras piernas.

Raeven y su novio falso «BL»«Omegaverse»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora