24. Esta vez, no.

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A altas horas de la noche, Klopp vino de visita.

Arok, que lo había estado esperando sin hacer nada, saltó de su asiento en cuanto el hombre entró en la cabaña, y entonces se acercó a él como si esperara poder hablar de su niño:

"Yo... Durante el día. Me refiero a lo que hice."

Estaba tenso y con el corazón destrozado. Tanto que Arok ni siquiera podía mirar a Kloop correctamente.

"¿Dijiste que era Rafiel? Es hermoso."

Quería saber cualquier cosa, hasta las partes más pequeñas del niño. Y pensó que era natural sentir curiosidad por él. Era su hijo, y no estaba pidiendo conocerlo en persona, solo esperaba que Kloop mostrara algo de misericordia y le contara un poquito más sobre la vida del bebé. Sin embargo, cuando Arok miró hacia arriba, con mucha anticipación en sus movimientos, todo lo que obtuvo fue una ira que pareció a punto de explotar en cualquier momento.

"¿Terminaste de hablar?"

Klopp, quien preguntó esto con una voz tranquila, a diferencia de la ira impresionante que tenía en la cara, agarró al desconcertado Arok por el cuello y lo arrojó al suelo igual a si fuera una simple bolsa de papas. Su cuerpo golpeó el suelo con fuerza, ​​rodó debido al impulso y antes de que pudiera comprender la situación y ponerse de pie correctamente, un puño voló en su dirección tan rápido, que lo único que hizo fue quedarse en blanco para ver las estrellas que se juntaban en sus ojos. Giró la cabeza para mirarlo, pero fuera de eso, no podía hacer nada más.

Klopp arrojó sus gemelos sobre la mesa, se arremangó y se acercó lentamente hasta quedar cuerpo con cuerpo.

"Kloop..."

Arok, instintivamente acurrucado como un feto, escupía sangre acumulada en su boca cada vez que Kloop, que todavía contenía la respiración, comenzaba a darle un puñetazo, y otro, y otro.

Y otro más.

Sus mejillas, que habían sido abofeteadas en numerosas ocasiones por sus grandes manos, estaban hinchadas y calientes como si estuvieran en llamas y luego, una gota de agua fría, algo que no esperaba recibir, cayó sobre su carne destrozada haciendo que finalmente se atreviera a abrir los ojos...

Y lo que se encontró, fueron un par de lágrimas desesperadas, cayendo de los ojos llenos de odio de Kloop.

El hombre, cuyos puños estaban cubiertos de moretones rojos y azules, gritó con voz enojada:  "¡¡Si vuelves a poner tus sucias manos sobre mi Rafiel, te juro que te voy a quemar vivo en frente suyo!!" Y encontró, muy para su desgracia, un dolor tan sincero que Arok no hizo más que solo asentir.

Después, un exhausto Klopp se puso de pie, tambaleándose igual a si estuviera borracho, y comenzó a llorar sin importarle hacerlo en frente de él. ¡Fue tanto que hasta le pareció que ni siquiera podía alcanzar a limpiarse la cara! Y fue solo después de escucharlo sollozar, quejándose e insultando a todo el mundo, con la cabeza pegada contra la pared y las manos rasgando sus propios brazos, que Arok finalmente cayó desmayado y dejó de sentir lo que estaba haciendo con él.

Y el Klopp, cuyos ojos estaban llenos de profundo odio, llorando y gritando como la vez en que lo encontró sosteniendo el cadáver de su miserable esposo despedazado, visitó de vez en cuando a Arok para seguir haciendo lo mismo. 

El encuentro con el niño pareció abrirle las heridas. Cuando se cansaba de pegarle hasta destrozarle la cara, a veces tenía sexo con él. No obstante, era mucho más duro y doloroso de lo que fue alguna vez y dudaba que pudiera seguir llamándole de esa forma cuando era mucho más que una tortura infernal. Luego vino otro celo, quedó embarazado pero las palizas apenas y se detuvieron. Lo ahorcaba tanto que Arok no podía pasar fácilmente la comida y realmente no dejaba de vomitar. A veces tragaba analgésicos pero igual el dolor era insoportable. Tuvo hemorragias, moretones y fiebres hasta que su bebé, que apenas y llegó a terminó, nació a finales de Agosto. Era un omega muy chiquito, flaco y amarillo. Cuatro hijos en total. Pero Klopp ni siquiera le había comentado sobre un nombre.

Y no podía estar en paz cuando el único que conocía le recordaba constantemente su pecado.

Arok gimió mientras se acurrucaba de dolor. Su cuerpo debilitado no podía soportar los nacimientos repetidos y, como era lógico, se deterioró rápidamente. No lograba aguantar estar ni un minuto sin analgésicos, apenas y se levantaba para tragar una papilla de verduras y hacia mucho esfuerzo para ir al baño. El sangrado no se había detenido y la fiebre subía todo el tiempo. Cada noche, cada vez que se acostaba sobre un cuerpo que crujía con fuerza, se sentía como si estuviera en un ataúd destartalado y pensó cada segundo en cerrar los ojos y nunca volver a abrirlos. Sin embargo, como en otras ocasiones, morir nunca fue sencillo. Solo abría los párpados cada vez y veía al hombre, que aparecía de la nada, mirándolo en la oscuridad de tal manera que no sabía si era un sueño o una fantasía.

No quería dejarlo ir.

Y no entendía la razón para eso.

into the rose garden. Tomo 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora