Lío de faldas en la oficina

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"¿Por qué no nos extinguimos de una vez?" -pensaba mientras cerraba mis ojos y estiraba mi espalda contra la silla de la oficina.

Aun no era verano, pero ya me sentía como en un horno, y el traje con corbata me hacía un pavo relleno.

Y para poner el último clavo en mi tortura, mi jefe me acababa de encargar el trabajo de 4 meses. Estaba cansado, a punto de rendirme.

A mis 31 años, trabajaba en la contabilidad de una multinacional, pero ni todo el dinero del mundo puede asegurar un buen lugar de trabajo en este país. Ese día, la falla del aire acondicionado desató el infierno en la oficina.

El técnico que la empresa llamó ya estaba trabajando desde hace 7 horas, y no podía arreglarlo.

Momentos como ese hacían relucir mi lado más apático. "¿Por qué no nos extinguimos de una vez?" -pensaba- "Se supone que debería hacer un clima fresco este mes. Hemos arruinado este planeta. Odio a la humanidad. Odio a la gente."

Siempre fui asocial. Aunque hubo momentos en la vida en los que quise acercarme más a la gente, la voz en mi cabeza que odiaba las interacciones personales gritaba más fuerte que la voz social, y ya no hacía nada.

Entonces mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz con un tono irónico, pero cansado: "Si te derrites en tu silla no te pagan."

Abrí mis ojos, y levanté la mirada. Desde el cubículo frente al mío, mi compañero Nando se había levantado y me estaba viendo con una ligera sonrisa.

Sinceramente no era alguien que me simpatizara (como nadie en el mundo), pero aunque le dí todas las indirectas para que me dejara en paz por años, nunca lo captó. "Así se deben sentir las mujeres" -pensaba.

Mientras me acomodaba mejor en mi silla, volví a ver el trabajo que tenía pendiente en mi ordenador. Nuevamente sentí que los huesos de mi columna se volvían negros con caries, y se rompían como si fueran hielo.

No encontraba la energía para empezar mi trabajo. Nada podía ser peor, y quería cualquier excusa para no hacerlo en ese momento.

Entonces, le devolví la sonrisa a Nando.

- "¿Te encuentras bien?" -me preguntó.

- "Sí, sólo que el jefe me tiró un costal de piedras." -dije mientras con un dedo me retiraba el sudor de la frente.

- "Ay que pena me da tu caso. Si quieres vamos por un trago al acabar."

Por primera vez en mi vida, casi digo que sí, pero como siempre, voces más ocultas y oscuras dentro de mí silenciosamente decían "No". Esas voces eclipsaron a la que iba a decir que sí.

- "Gracias, pero...no siento ganas hoy."

- "Ummm ok. Pero vamos, igual te veo de sed, al menos tomemos agua."

A eso no pensé en ninguna excusa. Le dije que sí.

Nos levantamos de nuestros cubículos y fuimos al pasillo del ascensor del piso, ya que a su lado estaba el bebedero de agua. Pero apenas nos acercamos, nuestros anhelos se desmoronaron.

Vimos a Katherine, una compañera nuestra, usar el último vaso desechable para servirse agua.

Yo ya puse una cara larga y bajé mi mirada, pues no había nada más que podíamos hacer. Pero Nando no lo iba a aceptar sin desahogarse primero:

- "¡¿Por qué usaste el último vaso?!" -le gritó mientras se le acercaba con bravura.

Ella puso una mirada de confusión y de enojo. Sin dar un paso atrás, le contestó: "¿De qué mierda hablas?"

Gender Bender One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora