Un club exclusivo

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Ahí me encontraba yo, frente a una puerta metálica negra a altas horas de la noche, en una calle corta iluminada con luz amarilla por solo un poste de luz. A pesar de no ser invierno, me sentía helado.

A mi lado, una chica que conocía, pero que parecía más nerviosa que yo. Al otro, otra chica, pero con la mirada seria y expresión aburrida. En el fondo se escuchaba un perro ladrar.

Una pequeña rejilla se abrió en la puerta, y la chica seria se acercó a ella. Como era de noche, el silencio me hizo escuchar desde esa distancia su conversación.

Del otro lado estaba una tercera chica, la cuál preguntó: "La seña, hermana". La chica seria le respondió unas tres pala en un idioma que no pude entender.

Luego, la chica de la puerta preguntó: "¿Hay seguridad total? Sabes que esto no es un juego". La chica seria se volteó y me vio el cuerpo completo, y luego volvió para responderle: "Sí, descuida".

Entonces, la puerta se abrió, y la chica que se quedó al lado mío empezó a caminar hacia ella. Como me quedé quieto, ella se volteó, me miró, y me hizo una señal para que la acompañe.

Mientras caminaba, me pregunté: ¿Cómo es que estoy aquí?.

Supongo que empiezo por el principio. Nací con el nombre de Carlos Javier Ruiz. Desde pequeño siempre me gustó ser un jugador de banca, es decir, no buscaba el protagonismo. Y bueno, ¿cómo lo podría querer?

Crecí con mi padre, mi madre, y mi hermano mayor, Héctor. Era mayor por unos 4 (casi 5) años, y eso fue el inicio de mis problemas. No nos llevabamos mal, pero tampoco tan bien. De vez en cuando me molestaba, y a veces, llegaba a lo físico. Eso era especialmente tortuoso, ya que él practicaba muchos deportes, principalmente fútbol.

Mientras que yo sólo me quedaba viendo televisión o jugando videojuegos. Eso hizo que mi padre se decepcionara de mí. No me odiaba, pero sin duda tenía un hijo favorito, y era Héctor. Nunca le puso castigos, o siquiera le llamó la atención cuando me molestaba.

Mi madre no era mucho mejor. Quería que viviera mi vida a su manera. Desaprobaba mis gustos e intereses, lo cual es irónico, porque a ella no le gustaba mucho el fútbol, pero sí estaba orgullosa y feliz de que Héctor siguiera ese camino.

Debido a la "fama" de mi hermano, en mi clase todos me querían en su equipo para los deportes, pero poco a poco les decepcioné porque no jugaba como Héctor, y eso me hizo un solitario, ya que al parecer, el saber jugar fútbol era el único valor para ellos.

Al no poder llevar su nivel en deportes, una frase que empecé a escuchar mucho fue "Deja de ser tan niña".

Pasó el tiempo, y mi situación no mejoró. Héctor dejó de molestarme tanto, pero aun éramos distantes. La relación con mis padres no cambió nada. Y en secundaria mis compañeros ya no me molestaban, pero no tenía amigos, ya que para ellos el mundo se limitaba a futbol, deportes, beber, fumar, y esas cosas.

Todo eso hizo que acercara más a las chicas. Usualmente me acercaba a un grupo de chicas y hablábamos de algo. Encontrábamos temas en común de los que hablar, y era mucho más disfrutable y variado de lo que hablaba con los chicos, lo que me ponía feliz. Sin embargo, había un límite, ya que ellas también solían hablar de otros temas, como qué chico o qué cantante les gustaba y otras cosas con las que no me podía relacionar. Eso hizo que tampoco fuera muy cercano a ellas, ni tuviera amigas como tal.

Y así fue hasta la universidad, donde conocí a Claudia. Ella tenía la tez clara y un pelo castaño liso. Y como yo, también era una solitaria. Ambos hablábamos de temas en común, y como no formábamos parte de ningún grupo de amigos, no alienábamos la conversación con otro tema. Ella estudiaba lengua y literatura, mientras que yo estudiaba ingeniería de sistemas.

Gender Bender One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora