Final.

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La primera vez que Iván abrió los ojos, con dificultad, lo único que vio fue una luz blanca muy intensa, antes de perder el conocimiento de nuevo.

La segunda vez, vio unas caras desconocidas y luego todo se hizo oscuridad.

Cuando los abrió por tercera vez, vio a Rodrigo frente a él. Ambos estaban en un claro que el joven enfermero jamás había visto. La hierba le hacía cosquillas en las plantas de los pies y el viento acariciaba suavemente su rostro, mientras permanecía de pie, frente a él. El mayor le sonrió y le tendió la mano, y entonces Iván recordó todo lo que había sucedido. Desde que había conocido a Rodrigo aquella madrugada tras haber perdido el tren hasta el momento en el que el condenado se había desmayado en sus brazos... Incluso el momento en el que el propio Iván cerró sus ojos y cayó al suelo, cuando todo era oscuridad y frío.

La mano de Rodrigo seguía tendida en el aire, y Iván comenzó a llorar antes de correr hacia él para abrazarlo. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué estaban allí?

— ¿Rodrigo? —murmuró contra el cuello del otro—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

Un silencio sepulcral se cernió sobre ellos durante unos segundos, mientras el viento se hacía más fuerte y provocaba que sus cabellos les golpearan en la cara violentamente. El abrazo entre ambos era fuerte y Iván cerró los ojos al sentir al mayor presionando sus labios contra su pelo.

— Vine a despedirme —murmuró Rodrigo en casi un susurro, tan inaudible que el menor apenas fue testigo de sus palabras.

Iván abrió los ojos de sopetón al sentir un vacío entre sus brazos.

Rodrigo había desaparecido.

El viento dejó de soplar de repente mientras las tinieblas, procedentes de algún lugar, comenzaban a rodear las piernas del muchacho, como si pretendiesen envolverlo en la oscuridad. Iván miró a su alrededor, buscando a Rodrigo, pero no lo halló. Todo, poco a poco, volvió a convertirse en oscuridad.

Estaba solo.

. . .

Iván palpó el aire a tientas mientras abría los ojos y se sentaba sobre la superficie blanda en la que estaba acostado. Tuvo que parpadear varias veces, pues la luz lo cegaba, y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. El blanco que tenía a su alrededor fue tomando forma y comenzó a transformarse, poco a poco, en tonos crema y beige, y distinguió finalmente la forma de una habitación.

Se sentía extremadamente débil y cansado, hasta el punto de pensar que si cerrara los ojos de nuevo, se quedaría dormido. Cuando Iván se frotó los ojos con los nudillos, finalmente se dio cuenta de dónde se encontraba: en una de las habitaciones del hospital en el que trabajaba. ¿Era un paciente?

Eso quería decir que no estaba muerto.

Al echar un vistazo a sus brazos, vio que tenía una aguja clavada en el dorso de la mano que le inyectaba suero en la vena. También vio que tenía una venda en la muñeca, en el mismo sitio en el que se había hecho el corte profundo con el cuchillo para tratar de salvar a Rodrigo.

Rodrigo...

¿Dónde estaba? ¿Qué le había sucedido?

— Hiciste un buen estrago contigo, muchacho... — Iván oyó una voz familiar y se giró hacia donde procedía, para ver a su jefe, que lo observaba.

— ¿Jefe...? — Iván forzó la vista para ver si de verdad no estaba alucinando.

— ¿En qué estabas pensando cuando intentaste acabar con tu vida, Iván? —preguntó el hombre mayor, acercándose a la cama—. Tienes mucha suerte de seguir vivo.

𝗦𝗢𝗗𝗢𝗠𝗬 (𝗿𝗼𝗱𝗿𝗶𝘃𝗮𝗻)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora