Parte 2

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Anne recorrió las coloridas calles de Avalón. Los pequeños puestos llenos de flores y heladeras sobre las empedradas calles que terminaban conduciendo a la playa. El dulce olor a verano envolvía calurosamente sus fosas nasales. Lentamente se acercó a una pequeña floreria, una sonrisa llena de arrugas la observó desde el mostrador. Suspiró, sintiéndose abrumada ante esas rosas, de pronto su atención se desvió a su mano, se perdió en ese anillo por largos minutos. Su vida había cambiado en cuestión de horas, Daniel le había pedido el divorcio justo antes de cumplir su primer aniversario como recién casados. Y de pronto había salido huyendo de Florida, dejando todo atrás: trabajo, casa, amigos, literalmente todo. Tomó una pequeña maleta y compró el primer pasaje para volver a casa de su madre. Todo había sido un completo fracaso ante su perspectiva, incluso se sentía avergonzada. Había llorado en los brazos de su hermano durante una noche entera. Aiden vivía a unas cuantas casas de la de su madre. Parecía que él era lo contrario a ella. Había contraído matrimonio con su primera novia de la universidad, llevaban más de diez años de relación, tenían una hija, lograban acoplarse a la perfección. Tenía una pequeña constructora, le iba lo suficientemente bien para llevar una vida tranquila y sin preocupaciones. Aiden había logrado encontrar su lugar en la vida junto a la mujer que amaba. Se iban de vacaciones juntos, disfrutaban el tiempo el uno con el otro, se amaban en realidad, era esa clase de amor que llevaba años añorando y que pensó haber encontrado.

Habían pasado tan solo dos meses desde la última vez que había hablado con Daniel. No le regresó sus llamadas, sus mensajes de texto no fueron contestados y su celular se mantenía apagado de cualquier persona que estuviera al tanto del que pasaría a ser su ex marido. Sí, había recibido el correo donde le informaban esa solicitud de divorcio. Sus ojos pesaban un poco, sentía esa molestia en ellos. Controló su respiración y cerró sus ojos.

—Hace tiempo que no veía a una jovencita tan bella como tú. —la pequeña anciana la sacó de su sufrimiento, sus ojos se abrieron con sorpresa. Una cálida y perfecta sonrisa se asomó tiernamente. La mujer tomó su mano y depositó un pequeño ramo de lirios y tulipanes.—Son todas tuyas. —guiñó su ojo. Ella negó rápidamente y de su bolso sacó su cartera, le extendió un billete de 20 dólares que fue negado.

—No puedo aceptarlas. —sonrió tratando de darle el billete.

—La próxima vez que pases por aquí te los aceptaré. —Anne sacudió su cabeza, se sintió avergonzada ante los ojos de esa mujer.

—¿Por qué lo hace?

—Eres una mujer demasiado hermosa, no puedo permitir que camines por este pueblo sin un ramo de flores, no me lo perdonaría. —la observó anonadada.—Hay algo en esos ojos tristes que contrastan con mis flores, llevabas minutos observando esas rosas. —las señaló con su cabeza.—Como si con solo mirarlas te doliera algo. No quiero que te vayas de mi florería con tristeza. —le dio la espalda y regresó al pequeño local. Anne quedó inmersa en sus palabras y recordando lo mucho que le dolía el corazón. Se sentía como una fracasada que jamás lograría salir de su estancamiento. Solo era una cobarde más. Con cariño apretó las flores contra su pecho, tragó el pequeño nudo que residía en su garganta y siguió camino a su casa. Se detuvo para comprar un enorme helado de chocolate y entre pasos lentos disfrutó del gesto de aquella mujer de edad mayor. Observó su reflejo frente a un gran ventanal de un local. Enderezó su postura, detenía las flores en su mano izquierda, mientras en la derecha conservaba aún ese helado. Sonrió brevemente, sin duda era una mujer guapa, no era completamente alta, 1.63 para ser exactos. Pero había algo extrañamente adictivo en ese rostro, ese tabique  tapizado de pecas, esa hermosa sonrisa que escondían esos carnosos labios, la mirada en Anne era tan transparente y frágil. Retomó el camino a casa en medio de una melancólica sonrisa, de pronto una corriente de esperanza la invadió. Daniel no era su mundo, no se permitía derrumbarse aún más por él. Su matrimonio no había funcionado, sólo había sido un par de inmaduros dejándose llevar ante los primeros meses del enamoramiento, Todo eso se había terminado en cuestión de meses. Y estaba comenzando a aceptarlo. Ella podía hacerlo, comenzar de nuevo, desde cero en ese pueblo que la vio crecer. Además odiaba a Floria, pero había accedido a mudarse ahí por Daniel, ya no tenía que fingir que amaba vivir ahí, lejos de su familia. Ahora tenía la oportunidad de enfocarse en ella misma, podía con eso. Se sentía sola, aunque sabía que no lo estaba, tenía una madre que la amaba y la apoyaba junto con un hermano que daría la vida por ella, pero había un vacío en su pecho, como si algo no encajara correctamente en su vida, de pronto se sentía sin rumbo y sin alguna ilusión de por medio. No podía dejar de pensar en que había fallado, que todo en ese momento parecía ser el fin del mundo.

En medio de mis miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora