Parte 3

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Terminó de cortar y pelar las manzanas en finas láminas, las colocó sobre el sartén junto con la mantequilla, azúcar y ron, dejando que se evaporara el alcohol. Dejó reposar sus manos sobre el bolso de su delantal. Su cuerpo se dejó caer sobre la barra. Disfrutó el dulce olor a las nueces que se estaban tostando en el horno. Aparentemente la solución a todos sus pensamientos en ese momento era una gran rebanada de cheesecake de manzana y nuez. Solo pensaba en devorarse una generosa porción de ese postre junto a un iced latte mientras leía alguno de esos libros que había dejado abandonados años atrás, justo en ese momento, se sintió como la Anne de hace unos años. Sonrió llena de nostalgia, era una sonrisa sincera.

—Pareces feliz, hija. —escuchó el susurro desde el otro lado de la habitación. La miró con ojos brillosos, como si sintiera alivio de tenerla ahí. Asintió con una sonrisa ladeada.

—Me siento en paz. —sus hombros se hundieron un poco. —Estoy tratando de verlo como una enseñanza y no como un fracaso.

—Anne. —se acercó hasta ella y la tomó de sus hombros. —Las personas pueden ser muy crueles, eso lo sé muy bien. —hizo una mueca de disgusto. —Después del divorcio con tu padre sentí que me hundía, duré años sintiéndome perdida. Pero luego conocí a Jacob de manera inesperada, estoy enamorada de ese hombre. He entendido que la mayoría de las personas son pasajeras en nuestras vidas, pero que también están esas que aparecen de forma inesperada y llegan para quedarse. —estaba por articular alguna respuesta, pero de pronto la vió entrar tímidamente con algunas bolsas de papel sobre sus  brazos. No la recordaba de esa manera. Monica, la chica que tenía dos tatuajes en su antebrazo y uno que se asomaba por su clavícula. Anne pestañeó ante la curiosidad de saber la tinta que recorría ese pequeño cuerpo. Habían pasado tan solo tres días de la llegada de Monica. No había tenido la oportunidad de intercambiar palabras con ella, pero la verdad es que tampoco la había buscado. Monica salía de casa en las madrugadas y no regresaba hasta en la tarde, su presencia era casi una ausencia. No hacía ruido, no incomodaba.

—Huele demasiado bien. —sonrió llena de hambre. No había probado algo desde el desayuno. Jade giró toda su atención ante ese timbre de voz.

—Anne es una experta en hornear. —la halagó. Tomó las llaves de su auto y miró rápidamente el reloj en su muñeca. Suspiró con un poco de culpa, pero el saber que ni Anne ni Mónica quedaban solas le daba paz. No tenía que sentirse culpable por dejar sola a su hija de casi treinta años, tampoco debía sentir culpa por que la hija de una de sus mejores amigas quedara sola en su casa. —Debo irme, chicas. Hagan el intento de conocerse, han pasado años, debe haber un montón de cosas que tengan por contarse. —salió apresuradamente de ahí. Tenía una cena con Jacob y sus amigos, necesitaba eso, salir de su rol de madre.

—No tenemos que hacer eso. —dijo Anne, quien le dio la espalda. Tomó uno de los guantes, se puso en cuclillas y sacó las nueces.

—¿Hablar? —intentó pensar en una manera de hablar con ella pero sin profundizar demasiado. Podía hacerlo, una conversación irrelevante y banal.

—Sí. —sus hombros se encogieron, ni siquiera la miró a los ojos. Dedicó toda su atención a verter la mezcla sobre la base de galleta. Monica la observó detenidamente. Suspiró sin saber que hacer o decir. Ambas habían sido muy amables con ella desde un inicio, sentía la responsabilidad de regresarles aunque sea un poco. Tomó un delantal, se hizo una coleta y se acercó hasta ella. Entonces todo comenzó a moverse en cámara lenta. Monica tomando el mando de terminar los últimos pasos. Anne se hizo de lado, el asombro se asomó entre esos labios entreabiertos, pues esa mujer se había metido sin más, sin pedir permiso o preguntarle si podía ayudar. Sus cejas se fruncieron, no sabía si estaba molesta, pero una corriente de función chocó contra sus sentidos. Se quedó inmobil, viendo como Monica terminaba todo de manera correcta. Cuando el cheesecake estuvo dentro del horno se volteó hacia ella, levantó las mangas de su camisas hasta enrollarlas delicadamente. Observó como la tinta se dispersaba sobre su pálida piel, contrastaba a la perfección. Su imaginación dibujó una sutil sonrisa que se extendió sobre esas mejillas. Ambas quedaron a la espera de poder sacar ese delicioso postre que inundó la cocina de un exquisito olor. Monica llevó sus manos hasta su estómago.

En medio de mis miedosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora