Veinte.

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Estoy decidida a decir lo que siento y pienso desde hoy. Desde este presión instante.

Toda mi vida estuve aceptando todas las exigencias que mi padre me exigía. Una detrás de otra sin chistar, intentando no llorar cada vez que me inyectaban algo nuevo y mi cuerpo lo rechazaba o tardaba meses en aceptarlo, por el simple hecho de no molestar a nadie o parecer una niña caprichosa.

Deje de comer las cosas que más me gustaban, porque me impusieron ese miedo de que si las comía, me harían daño. Deje de vestirme bonita, porque me decían que esa ropa ya no la debía usar, por si me confundían con una niña común y corriente. Tuve que cortarme el cabello. Hubo un tiempo en el que estaba pelada.

Llore en silencio para no hacerles creer que en realidad esa decisión, me dolió más de lo que se imaginan. Mi madre tenía el cabello largo y yo lo queria tener así, y cuando me dijeron que debía raparme para que me hagan unos análisis y operaciones, mi mundo se vino abajo.

Me había convertido en una marioneta tonta, estúpida y patética. Esa marioneta que usan a su antojo y ella solo debe aceptarlo y no debe quejarse, o de lo contrario parecerá que es una niña consentida o caprichosa.

Ese día en la playa supe que debía ponerle un alto a todo. Quiero volver a sentirme libre como aquella vez. Cómo esa noche que nunca olvidaré.

La noche donde pude correr, gritar, incluso llorar, pero también reír y divertirme. Volver a ser una niña de nuevo. Aunque sea por unos minutos, unas pocas horas. Esas horas fui muy feliz.

Se que muchos pensaran que es una decisión egoísta que diga o piense esto, pero todos los adultos que hay a mi alrededor, decidieron usarme a su antojo. Cómo un conejillo de indias. Cómo esos indefensos conejitos o ratas de laboratorio y experimentar con ellos. Pero este conejillo, se cansó.

Lo que tengo pensado hacer, es algo demasiado riesgoso a tal punto en el que hay un gran porcentaje en el que pierda todo y con ellos, mi libertad. Pero no me importaria intentarlo aún si, haciendo eso, consigo otras cosas.

¿Qué haré? Se preguntarán. Denunciar a mi padre.

Si. Lo sé. Es realmente loco, demasiado a mi parecer, pero no quiero ser más un conejillo de indias.

Queria irme de este hospital para que Yuki pueda descansar pero supe que con no verme, con no acercarme era suficiente. Podíamos estar a una distancia aceptable, pero no tan cerca como antes solíamos estar.

Fui a ver a yuki el día de hoy, pero no le informe nada acerca de lo que estoy pensando hacer. No quiero que se preocupe o le haga daño.

Aún necesito pruebas. Pruebas que demuestren que me han usado como a un conejillo de indias.

Si, tengo una enfermedad, pero eso no significa que puedan inyectarme lo que quieran.

Yuki está mejor. No al 100% pero está mejor que la última vez, aunque me dio una buena regañada por haberme ido y haberlo asustado. Pero estaba feliz.

No porque me regañe, claramente.

Sino porque podía moverse un poco más. La última vez que lo vi, no podía levantarse de la cama, no podía mover ni un músculo, y ahora podía hasta señalarme con el dedo.

Fue tan chistoso ese momento que me hace reír. Realmente lo quiero mucho.

Con respecto a mi padre. No volví a dirigirle la palabra y todos tienen la orden de que no debe acercarse a mi habitación o entrar. Aunque obviamente la mayoría de los que trabajan, ignoran esa orden y entra sin más, por lo que atasque la puerta con la silla y cerré las cortinas de la ventana que da al pasillo para que no me vea.

Á𝔫𝔤𝔢𝔩 𝔡𝔢 𝔩𝔞 𝔤𝔲𝔞𝔯𝔡𝔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora