Las eduanas vienen esperando por siglos a la enviada prometida por Weined de Fel, aquella que vendría cuando el mundo ya se hubiera reducido a cenizas, envuelta en un fuego verde y que haría que la raza de las eduanas fuera querida por los Nuevos Re...
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Día 22 y 23, mes louji, año 5778.
Isla de Edu, Ciudad de Yaralu - Estrecho Gris
Podemos ser los más grandes de Magmel, prima, pero no hay que subestimar a los más pequeños de Cirensta.
Kadensa se preguntaba en voz baja si estaba perdiendo la cabeza por completo. Quizás sí era el caso, probablemente estaba haciendo todo con falta total de racionalidad, pero ella no había perdido todo lo que tenía. Aunque, no era que yo hubiera perdido la casa que me asignaron, o mi estatus, pero definitivamente no podía salir a la calle sin que varios ojos se posaran en mí.
-Te lo digo en serio, Morgaine; te acompaño y todo lo que quieras, pero es una mala idea -me repitió por... no tenía idea, tampoco importaba. Cerré la mochila de un tirón y la acomodé en mi hombro.
-Si piensas que es mala idea, no tienes que venir -repliqué, metiendo algunas pócimas en los bolsillos, así como algo de comida. No debía ser difícil encontrar a Darau, ¿o sí? Quería creer que podría seguirle el rastro, encontrarlo y... «¿Y qué? ¿Pedirle que vuelva?» Definitivamente no. Ya lo había dejado en claro y no iba a cometer el mismo error dos veces. «Espero».
-Sí, pero la que está saltando a la muerte segura sos vos, no yo.
La miré con una mano en mi cadera y otra en la correa de la mochila que había cargado. El calor estaba volviéndose insoportable y ya había enterrado el cuerpo de mi bebé donde lo había dejado. Parte de mí quería llevarlo, quizás incluso enterrarlo en la tierra del continente, pero nada de eso iba a ser una solución. Había nacido en Eedu, y Eedu había reclamado su vida.
-Bien, quédate -respondí al final, pasando junto a ella, decidida a abandonar la casa de una vez por todas. Sabía que si caminaba rápido, si estiraba mis piernas hasta casi correr, haría difícil que Kadensa pudiera seguirme. Y así fue; me alcanzó con las mejillas coloradas, el aire apenas entrando a sus pulmones y casi arrancándome el brazo al llegar a mi altura. El amanecer estaba próximo, habían algunas mujeres que caminaban a sus puestos, la gran mayoría con bolsos y mochilas similares al que yo llevaba. Con suerte, nadie me detendría, ni siquiera Kadensa, cuando llegara al puerto.
«Luego será cuestión de conseguir una embarcación», pensé, aflojando un poco el paso para que Kadensa pudiera seguirme. Sus respiraciones agitadas, probablemente cubierta de sudor y con las mejillas ardidas, me daban todas las razones por las que debía ir más despacio, pero si lo hacía, aumentaba mis posibilidades de no poder salir. De no ir tras Darau.
-Morgaine, dale, de las dos tú eres la que más piensa -jadeó, poniéndose delante de mí con pasos torpes. La miré largo y tendido, casi sintiendo que era como la Morgaine que un año atrás se había ordenado como iniciada, que este año iba a celebrar con una primogénita, con un hombre que podría mantener la casa mientras yo me ocupaba de mis asuntos. Era parecido, podía sentir esa necesidad de mirarla con la nariz en alto, de dedicarle una expresión helada, pero por distintas razones.