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LAS CHICAS SE DIRIGÍAN a la gran ciudad

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LAS CHICAS SE DIRIGÍAN a la gran ciudad.

Durante el largo camino, que ya empezaba a hacerse algo pesado, el grupo de enfermeras buscaba formas de entretenerse. Sandra, por ejemplo, tenía la cabeza metida en un libro, y Martha, como de costumbre, se burlaba de ella por eso. Barbara y Evelyn, en una esquina, cuchicheaban sin demasiado disimulo de unos chicos que se sentaban en los asientos traseros, y Betty, con la cabeza en la falda de su hermana, jugaba con el pelo de Lolita, a quien le estaba haciendo una ancha y larga trenza.

—Bueno, ya está. ¿Te gusta?— Betty tomó el pelo recogido de su hermana y se lo pasó por los hombros, mostrándole el enorme trenzado de espiga.

—Vaya, es preciosa, Boop.— le regaló una sonrisa sencilla, aunque sincera— ¿Sabes? Si no fueras enfermera podrías dedicarte a la peluquería.

—Pf, seguro.— Betty sonrió irónicamente.

Ambas sabían que aquello no era cierto: la trenza tenía algunos bultos aquí y allá, algún nudo escondido por debajo del lazo, y los tres mechones que la formaban eran de diferentes tamaños.

Lo cierto es que Betty no tenía talento para eso, y las dos lo sabían.

Lolita giró la cara y se topó con el paisaje que el tren de alta velocidad dejaba atrás. Se distrajo trazando los árboles, los arbustos, las casas y los coches con el dedo, y se entretuvo un rato, aunque tampoco le duró demasiado.

Al poco tiempo se quedó profundamente dormida.

—Oye, Lolita— llamaron su atención— LOLITAAAA.— Betty la sacudió, no con demasiada delicadeza.

—¿Mhm?— desconcertada, la castaña empezó a abrir los ojos poco a poco, parpadeando con torpeza— ¿Qué es lo que pasa? ¿Es que ya hemos llegado?

—Sí, ya te gustaría, mi amor.— Martha rodó los ojos con sarcasmo, empleando su usual tono brusco en sus palabras— Queremos saber qué es eso de que te ligaste a un piloto.

La castaña abrió los ojos de golpe, sobresaltada ante la pregunta de Martha. Varios recuerdos le vinieron a la mente, aunque en realidad no quiso acordarse de ninguno.

—¿Lolita?— Betty preguntó alzando las cejas.

A la menor le costaba creerlo, tal vez porque dudaba de que su hermana fuera a ocultarle algo así.

—A ver, Martha, no fue nada.— ella rio, y luego miró a Barbara— Y tú, rubia bocazas,— fingió enfado— lo sabes.

—¡Anda ya, Lo! ¡Debes contarles la historia!— insistió Bárbara ante la mirada acusadora de su amiga— Lo tiene enamoradito, yo lo vi con mis propios ojos.

—¡Barbara!— exclamó ella— Eso no es cierto, no blasfemes. Eres demasiado exagerada.

—Al cuerno si es cierto o no, monada, danos un poco de entretenimiento en este viaje del demonio. ¡Cuéntanos la historia! ¡Ya de ya!— Martha no se dio por vencida.

BESOS EN GUERRA, DANNY WALKER.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora