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Agosto
Wolf Trap, Virginia, EE. UU

Era solo un ciudadano promedio.
Ni siquiera había llegado a los 40 aun y no tenía una familia, más allá de solo cuidar de su anciana madre y tener la visita de su hermana mayor de vez en cuando.

Solo había salido a correr como todas las noches. Hacer ejercicio después del trabajo era el único momento que podía llamar suyo, por ello se aseguraba de trotar sin prisa y manteniendo un ritmo constante sobrepensaba su realidad. Su respiración se alteraba ligeramente por el esfuerzo muscular y cardiaco, pero estaba bien porque esto le permitía sentir el viento frio recorrer su interior.

El mismo viento que hacia arder su nariz y garganta ahora rosaba su piel logrando un respingo en él, dejando que el frio tomara lugar en su cuerpo a pesar de tener una camisa manga larga y una sudadera amplia.

Una pequeña nube de humo salió de su boca al exhalar. El otoño estaba cerca y la obscuridad de la noche también.

Las luces de los postes se encendían conforme él corría, iluminando el camino. Ya se estaba haciendo tarde y esa era su señal para dar la vuelta y regresar a su hogar; aun así, jamás pudo dar un paso de vuelta. Su conciencia flaqueó segundos después de percibir aquella presencia tras de él.

¿Lo estuvieron siguiendo?, probablemente.

¿Quién era esa persona?, nunca lo sabría. Pues poco a poco el mareo se volvió un agujero negro, apagando sus sentidos...menos uno. Su piel aún estaba fría, fría y tiesa. Las tinieblas y el frio lo cubrían ahora y seria así por el resto de la eternidad.

La emoción no era muy lejana a lo que sentía últimamente cuando estaba despierto. Le gustaba más dormir...y en este preciso instante pareciera que se rendía sobre los brazos del morfeo.

Dormir es una pequeña prueba de como se siente morir.
Nadie se imagina la forma en que morirá, Ferrell no fue la excepción, pero nunca pensó que saldría una noche a correr y aparecería dos días después siendo la mezcla perfecta de una ofrenda excelsa y grotesca en medio de un campo con las hojas de los árboles pintadas de un tenue naranja y amarillo, dándole la bienvenida a la nueva estación.

Septiembre
221B Baker Street, ciudad de Londres

El acogedor silencio la despertó de inmediato, pues era algo tarde ya y todo seguía en calma.

Cualquiera se preguntaría, ¿Cómo a alguien le molestaría la paz y tranquilidad por las mañanas?, pero es que Rosamund estaba más que acostumbrada a escuchar el violín de su padre Sherlock tocar, mientras su papá John lo reprendía por no quitar sus experimentos de la mesa.

Por consiguiente, deberían de sonar los vidrios de los frascos chocar y la dulce voz de su abuela Hudson decir que el desayuno estaba listo. Ahí era cuando ella corría escaleras abajo para saludar a su familia.

Pero esta vez, al asomarse por la cocina, la pequeña rubia solo vio al doncel rubio tomar un vaso lleno de una malteada de fresa y al detective consultor leer el periódico.

"Este es el cuarto cuerpo que encuentran este mes", escuchó la voz grave del de cabello oscuro.

"Que espanto. Prácticamente es un asesinato a la semana", le pareció curioso como su papá John, sin notarlo, había cambiado su café de todos los días por las malteadas de fresa. A decir verdad, había sustituido lo amargo que solía consumir por cosas dulces como rollos de canela, pasteles y las dichosas malteadas. "¿De quién se trata ahora? El primero fue un tal Ferrell, ¿No?" Preguntó después de acercarse al contrario para ver mejor la noticia.

"Ferrell Richie, sí. Luego fue Elia, Doyle y ahora Marcus", enumeró despegando sus orbes del papel para besar la mejilla del más bajo y sonreírle a su primogénita. Por su puesto que su padre ya había notado su presencia en la sala. "Todos muertos, mutilados y cuidadosamente forjados en una sublime presentación que solo es apreciada ante ojos igual de enfermos que los del autor. Sin mencionar que a todos les falta una parte de su cuerpo." Continúo explicando sin censura a pesar de que Rosie tomaba asiento a su lado.

"Sus ojos" Al rubio tampoco pareció importarle, ya era común conversar sobre estos temas libremente con su hija presente. No es como si Rosie fuese ajena a eso, ya que con sus ahora 14 años ya había estado en varias escenas del crimen. "Es casi idéntico a un caso que resolvimos hace un par de años, el del caníbal que encerramos". Pero este criminal nuevo dejaba una pista en común. Cadáveres sin ojos, sustituidos por dos claveles rojos como la sangre más pura.

"Lo sé, querido. Eso es más que obvio que están relacionados, ¿Por qué crees que tengo el celular frente a mi con el volumen al cien?", el doncel suspiró, llenando sus sentidos con el perfume penetrante de Sherlock. Prefirió escuchar a su demente esposo sin opinar aun. "Se que llamarán en cuento su -agente especial- se vuelva a estancar en algún punto sin retorno y entonces iremos a exhibir a este nuevo fan de Lecter antes de que concrete sus pasos"

"Solo no te quedes frente al celular todo el día"

"Sabes que puede y lo hará", pronunció la chica por primera vez en la mañana.

"Pero tu no seas como tu padre, ¿ok?", John le extendió un plato, la leche y su cereal favorito antes de depositar un beso en su frente. "Anda come y luego ordena tu habitación. La última vez que la señora Hudson entro ahí casi queda atorada en tu montaña de ropa sucia"

"Que es un desorden organizado. Yo entiendo como tengo mis cosas", se defendió decidiendo que poner primero en el tazón, si el cereal o la leche.

John iba a pedirle a su conyugue apoyo en esto, pero al primer timbre del celular del susodicho el Holmes más alto contestó y se levantó de su silla. Ambos rubios observaban como se alejaba de la cocina hasta la sala de estar donde descansó sobre su sillón favorito.

Rosamund tardó más en dar su tercer bocado que su padre en regresar con una mueca de satisfacción en su rostro. Todos sabían que significaba eso.

"Parece que iremos a Norteamérica", anunciaba el detective; mientras tanto, una sonrisa exteriorizaba la emoción de la oji-azul.

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