El pez por la boca muere

94 7 82
                                    

Como era de esperar, ninguno de los dos quiso despegarse del otro, el tiempo que pasaron separados les estaba cobrando venganza, se extrañaron demasiado como para dejarse ir así tan fácilmente, además, besarse era extremadamente embriagante como para desaprovechar la oportunidad, ella, aceptando cada muestra de cariño que no pudo recibir durante esos meses, él, intentando llenar ese vacío que, durante ese tiempo, creyó vacío.

“¿entramos?”, fue David quien rompió el hielo, pero en su tono se notaba el miedo, “le diré a nuestro empleado que prep…”, las explicaciones para ella en ese instante, estaban de más, para impedir que continuara, colocó sus finos dedos encima de sus labios.

“ordené que nos dejaran a solas en la mansión”, informó con la cabeza agachada, le temía al presente.

“entonces lo preparo yo mismo”, le quería brindar la mejor de las atenciones.

“quiero ver al niño, ¿dónde está?”, sentía que si no lo tenía ya en sus brazos moriría de verdad.

“ayer le permití a su madrina que lo llevara para la casa de su abuela, ¿me perdonas?”, se excusó apenado.

“iremos a casa de mi madre”, a ella no tenía por qué pedirle perdón, era también el papá de Alan, tenía tanto derecho como ella de tomar decisiones con él.

“¿desayunarás antes?”, debía admitir que la quería tener un rato más a su lado, algo así como secuestrada, pero entendía su afán por ver al niño.

“y tomaré un baño, ¿me acompañas?”, caminó unos pasos y le extendió la mano, debía contar con su ayuda, no sabía si aún su ropa, estaba en el closet como solía estarlo.

David, al recibir la invitación, no respondió, obedeció su pedido y sostuvo su mano para ser él quien guiara el camino, le sostuvo bien fuerte su mano, todavía no se creía que volvía a tenerla a su lado, aún el miedo de perderla latía fuertemente en su pecho, sin embargo, varias veces se dijo a sí mismo, que efectivamente, había regresado, “aquí tienes unas toallas”, al llegar a su habitación, esa que una vez fue de los dos, abrió el closet y buscó lo que necesitaba, “y ven, escoge la ropa que usarás, todo está en el mismo sitio donde lo dejaste”, no se atrevió a mover una pieza de allí, millones de veces escuchó los consejos de todo el que lo rodeaba, decían que no era de buena suerte convivir con sus pertenencias, él, de necio, jamás creyó en esas supersticiones.

“¡David, mi ropa!”, la exclamación se podía confundir con asombro, nunca se esperó encontrarla en el mismo sitio.

“sí”, orgulloso por su alegría, afirmó.

“luego haré eso”, ya que tenía la ropa a su disposición, se preocuparía por sacarse de encima, los recuerdos desagradables de esa cabaña de mala muerte, miró los ojos azules que la tenían embriagada, alzó las manos, soltó su cabello y comenzó a caminar rumbo al baño.

“te espero abajo”, ávido de una reacción diferente de su parte, tragó pesado y suspiró al verla caminar con su característico estilo, ¡andas bobito!, parpadeó en cuanto la puerta se cerró, dio unos pasos y…¿vas a entrar?, se cuestionó, ¿y si no quiere lo mismo que tú?, ¿y si te rechaza?, ha pasado un año, eso es mucho tiempo y no sabes lo que ocurrió en su vida, su mente jugándole una mala pasada, frenó los impulsos de correr detrás de ella, largó un suspiro decepcionante y colocó la frente en la fría puerta del baño, se conformaría con escuchar el agua correr.

Del otro lado, los nervios consumían a Regina, se esmeró en sus provocaciones al adelantarse a entrar al baño para invitarlo a que la siguiera, pero…¿sería que le guardaba rencor por haberlo abandonado?, ¿sería que ya no le provocaba la misma pasión?, ¿sería que ya no quería compartir la vida con ella?, se torturaba con esas preguntas, se recostó a la puerta desesperanzada porque era imposible que las cosas estuvieran en el mismo sitio, la vida cambiaba, ella había cambiado no podía pretender que él no hubiera cambiado, un sollozo, la apartó de su agonía y se decidió a entrar a la bañera, con desdén, se quitó la ropa que llevaba puesta, ya vería cómo quemarla más tarde, abrió la ducha y el agua caliente, comenzó a caer por toda la extensión de su cuerpo, necesitaba borrar las huellas de ese infierno que vivió encerrada en la cabaña a merced de Pedro y Fiona, cerró los ojos intentando olvidarse de cada maltrato, cada humillación, cada grito, cada burla, no podía hallar una explicación para tanto odio, te enamoraste de su hijo, claro, su único pecado había sido, poner los ojos en un hombre de la alta sociedad, una pobretona como ella, no debía cometer ese pecad…

Cuando se añora un amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora