II: Omegas

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— ¿Omilis? — Preguntó el pelirrojo mientras andaban por el sendero de roca.

— Bueno, luego de muchos años aquí. Se establecieron un nombre

Sin perder de vista todo lo que había a su alrededor.
A los lados en los campos de arroz, los Omegas que estaban ahí en los humedales inundados hasta los tobillos y sus cabezas cubiertas por sombreros de paja que les cubría del sol.

Sus ojos apreciaron por primera vez, aquellas criaturas extintas. Lo primero en notar fue sus aromas, suaves, dulzones y atrayentes.
Eran de baja estatura gracias a la ropa particular que usaban que consistían en un conjunto desmangado en la parte de arriba y en la parte inferior tenía aberturas en cada pierna dejando los muslos al descubierto, pudieron notar sus esculpidos y rellenos cuerpos.

Los Omegas al notar también sus presencias como Alfas, dejaron lo que hacían para alzar sus rostros y mirar con fascinación a los visitantes.

Mientras se acercaban al pueblo, atraían más miradas curiosas a los pequeños seres que se encontraban en sus trabajos, cuidando sus ganados, recolectando cosechas, atendiendo puestos donde vendían diversas cosas como telas, pan, quesos, zapatos, incluso armas.
Cada Omega que veían les quitaba el aliento. Eran magníficos, preciosos. Una obra de arte
¿Cómo pudieron sus ancestros pensar que esos ángeles eran basura sin valor?

Algunos les miraban tímidos otros con coquetería. Pero no había duda que mientras seguían hasta el centro del pueblo más de ellos habían.
Katsuki entendió que esto no era un pueblo con algunos Omegas era un pueblo de Omegas.
Habían muchos, más de los que podían contar. De distintas edades, rasgos y sexos.

Y algo que nunca habían visto en su pueblo, muchos de los Omegas que parecían maduros, tenían dos o tres cachorros aferrados en sus piernas o en brazos, algunos estaban en cinta. Niños por doquier. Era una bendición.

Por supuesto también vieron algunos Alfas que se mostraban desconfiados. Ellos usaban ropa parecida al de los Omegas, pero sin tener las piernas desnudas, más bien usaban pantalones.  Aunque miró Alfas, el número de Omegas era mayor por mucho.
Este pueblo era todo lo que su nación deseaba. Era una maravilla.

— Deben estar cansados. Les daré un lugar donde descansar — Dijo Yagi.
Los guió hasta una de las casas.

Entraron a la casa, donde el olor a pan dulce inundaba la salita

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Entraron a la casa, donde el olor a pan dulce inundaba la salita. Además de estar decorada con muchas flores coloridas. El lugar era cálido y cómodo.

— Inko — Llamó el rubio. Se despojo de su capa para colgarla.
Pronto escuchó unos pasos bajando a prisas por las escaleras.
Ahí llena de felicidad apareció una mujer bajita, un poco rolliza, pero muy bonita. Dulces ojos jade y un acogedor aroma.

— Yagi, no creí que vendrías tan pronto
— Habló contenta con ojos llorosos. Pero quedó estática al ver a los muchachos que estaban tras su Alfa.

La Cúspide / BakudekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora