A pesar de la velocidad que llevaba, las luces pasaban sobre su cabeza en intervalos largos y oscuros. Eran repentinos flashes de luminosidad, que luego desaparecían para dar paso a la oscuridad existente entre cada barra. Parecían debilitadas, muy separadas entre sí, puestas de la forma menos eficiente para poder iluminar el pasillo del hospital.
Un gemido del enfermo lo sacó de aquellos pensamientos. Miró hacia abajo, enfocándose en aquel rostro pálido y regordete con pelo desordenado. El doctor, que iba al otro lado igualmente agarrando la camilla, no le dio muchas explicaciones. Repentinamente apareció, overol puesto y paciente en camilla, pidiéndole que lo ayudara a realizar una operación de emergencia. No se iba a negar, para eso estaba allí, a pesar de que el aspecto del enfermo le causó algo de desagrado. A juzgar por el rostro y el bulto debajo de la sábana, debía ser un hombre obeso. Sus cachetes se sacudían cuando miraba de un lado a otro de forma delirante.
Decidió alzar la voz.
—¿Qué es lo que le ocurre?
—Un problema orgánico —dijo el doctor vagamente, sin apartar la vista del enfermo—, puede fallecer si no lo operamos de inmediato.
—¿Algún problema cardiovascular? —preguntó el joven.
—Relacionado —se limitó a responder el doctor.
Detrás de su mascarilla y overol, el joven frunció los labios, pero volvió a mirar hacia adelante. El doctor nunca era muy hablador; generalmente acababa descubriendo qué les pasaba a los enfermos cuando el proceso médico ya había iniciado. Pero este caso lo dejo intranquilo. Volviendo a mirar al enfermo, se fijó más en su rostro. Relucía por el sudor que le corría de la frente, y le pareció abultado, hinchado, con esa palidez tan notoria. Al final, solo le quedó seguir llevando la camilla, mientras las luces pasaban sobre ellos como ráfagas luminosas.
El doctor se detuvo al lado de una puerta. La abrió y tiró de la camilla. El joven se posicionó para poder enderezarla y alinearla con la puerta. En un momento estaban dentro, pero la intranquilidad del joven aumentó.
El doctor, ajustándose los lentes, prendió las luces con el switch en una de las paredes. No había más equipamiento médico en esa habitación. Lo único que había eran partículas de polvo que flotaban en el aire pesado, visibles gracias a la amarillenta luz en el techo que se derramaba por las paredes de húmedo y blancuzco empapelado. Las esquinas sucias y la carencia de ventanas daban al cuarto el aspecto de una bodega más que de una habitación para enfermos. El joven no la reconocía, pero considerando todo el rato que caminaron, debía de ser de las últimas habitaciones del hospital, habitaciones que apenas había visto y tampoco había tenido interés en ver.
Movieron la camilla hasta que el respaldo quedó pegado a una de las paredes, mirando horizontalmente a la puerta abierta. El gordo seguía delirando, su rostro yendo de un lado a otro mientras balbuceaba y sudaba. Al joven le pareció que un olor extraño brotaba de su piel, debía ser algo fuerte para que pudiera olerlo a través de la mascarilla, pero lo atribuyo al sudor y su enfermedad.
Bajo aquella luz que flaqueaba, el joven se mantuvo parado en el lado izquierdo de la cama, el pasillo a sus espaldas, mientras el doctor caminaba hacia el otro lado, y empezaba a examinar al enfermo.
—¿Dónde está todo el equipamiento? —preguntó el joven, confundido.
El doctor respondió despreocupadamente.
—Ha habido muchísimos enfermos últimamente, no nos alcanza el equipo para todos. —Puso uno de sus dedos en el grueso cuello del febril paciente— Pero no son necesarias cuando llevas años de práctica.
—Podría ir a preguntar si hay algunas desocupadas —dijo el joven apuntando a sus espaldas con un pulgar.
El doctor alzó una mano, moviéndola en señal de desdén.
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"Cuando Gla'aki Duerme" y otros relatos de los Mitos de Cthulhu
Terror"Hay aspectos ocultos de la vida, tanto en el exterior como en las profundidades de la mente, que es preferible mantener en secreto y apartados de la conciencia del hombre corriente; pues existen en la Tierra oscuros parajes donde acechan horribles...