Capítulo 2

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El príncipe, quien no llevaba antifaz, era más guapo de lo que contaban los rumores, pensó Emma sin dejar de observarlo con fascinación. Era un hombre alto, con unos ojos verde olivo, cabellos castaños perfectamente peinado hacia atrás, y labios finos rodeados por una barba leve. Vestía finamente con una casaca negra y un pañuelo del mismo color adornaba su cuello, además, su postura era perfectamente recta. A su lado estaba el rey, quien tenía unos ojos claros que mostraban cansancio bajo sus canosas cejas, y las arrugas de su rostro denotaban su edad avanzada, además, portaba la corona que demostraba a todo el que no lo conocía, su posición, y su postura era aún más recta que la del príncipe, sin mencionar, que causaba cierta intimidación, e incluso, el Gran Duque, que los recibió en la sala, anteriormente había sido el alma de la fiesta y se había comportado egocéntricamente, ahora se portaba de manera mansa ante el rey.

Todos los presentes hicieron una reverencia ante la familia real y la mayoría de las damas solteras, junto a sus madres portaban una sonrisa.

—Emma, es el hombre más bello que he visto —comentó Giselle con una sonrisa emocionada.

Su corazón latía a toda prisa por la impresión de estar tan cerca del príncipe de Inglaterra, aunque su sensación no era muy distinta a la que sentía su hermana, que, si bien, no tenía esperanza de que él se fijase en ella, tenía la convicción de ver a su hermana casarse con el futuro monarca.

Las presentaciones de las damas al príncipe no tardaron mucho tiempo y las señoritas Kinstong no fueron la excepción, quienes fueron presentadas por sir Kinstong, presionado por su esposa. Tenerlo aún más cerca fue tan espectacular que toda la familia estuvo llena de dicha ante tal oportunidad. El príncipe hizo la reverencia protocolaria y Giselle desplegó todo su arsenal femenino durante ese breve instante.

Cuando ya casi lo había cautivado, este alzó su mirada más allá de las bellas damas, lo que hizo que éstas también se voltearan llevadas por la curiosidad y encontraron a una dama de cabellos castaños oscuros, que llevaba un hermoso vestido azul y un antifaz del mismo color cubría su rostro.

El príncipe pidió permiso con una reverencia y pasó junto a las Kinstong para dirigirse hacia la recién llegada, que había cautivado toda su atención. Giselle se sintió despreciada y llena de desdicha, se cuestionaba porque había sido ignorada sin hallar una respuesta. Emma, odiaba al príncipe, quien había despreciado a su dulce y hermosa hermana, y la había hecho conocer la desdicha de ser rechazada. Por otro lado, sir y lady Kinstong quedaron asombrados por la actitud del príncipe y curiosos por aquella misteriosa chica, aunque este último sentimiento lo poseían todos en el salón, desde los sirvientes hasta el propio rey.

El príncipe hizo una reverencia delante de la dama, y la invitó a un vals. Esta, ilusionada, como todas las demás, aceptó inmediatamente y ambos se dirigieron hacia el centro del salón mientras todos los demás se apartaban de la pista de baile.

La danza comenzó, pero Emma no pudo dejar de mirar a su hermana, la cual seguía cada movimiento de la pareja con ojos llenos de lágrimas y decepción profunda.

—¿En qué fallé, hermana? —preguntó Giselle, con una voz ahogada.

—Nada, mi Giselle —contestó Emma negando con la cabeza y le hablo de todos los defectos que había hallado en el príncipe y por lo que era mejor que no la hubiese escogido.

Los insultos de Emma no hicieron que Giselle se sintiera mejor, pero sí le hicieron soltar alguna sonrisa por las ocurrencias de su hermana.

Al terminar el primer baile, sir Kinstong se acercó a sus hijas con dos caballeros que conocía debido a sus negocios y con los que tenía la esperanza de que borraran al príncipe de la mente de sus preciosas niñas.

Ese no es mi zapato [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora