Capítulo 12

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La boda se acercaba con cada puesta y amanecer, y Emma se sentía tan ansiosa como en su primer baile. No solo iba a ser la esposa de Alexei, sino, la princesa y aquella responsabilidad la emocionaba a la par que la aterraba. Por otro lado, la confesión del príncipe había traído felicidad a sus vidas, aprovechaban cada momento para estar juntos.

—Me encanta este libro —comentó Emma, quien, sentada junto al príncipe en uno de los espaciosos sofás de la biblioteca, leía un libro de historia—. Es interesante conocer los errores y las cosas buenas que hicieron nuestros antepasados y cómo se fundó nuestra nación.

—Debo admitir que no me gustaban los libros de historia —confesó el príncipe observando a Emma con fascinación—. Pero después de oírla hablar de la historia con tanta pasión, me he sentido tan emocionado como usted

Emma sonrió con claro sonrojo mientras se preguntaba si era normal sentirse tan feliz y a la vez tan nerviosa, no se había sentido así ni siquiera el día en que le había gritado a su prometido.

La pareja fue interrumpida por un criado, quien entregó una nota para Emma proveniente de su hermana. La dama leyó con horror mientras su prometido la observaba preocupado por su semblante.

—¿Qué sucede, Emma? —inquirió el príncipe cuando ella levantó la mirada de aquel trozo de papel.

—Mi madre se encuentra enferma —respondió ella aún procesando la información—. Debo ir a visitarla —añadió poniéndose en pie de manera súbita.

—Claro —apoyó el príncipe levantándose del diván—. Hablaré con mi padre para que le asigne dos guardias que la acompañen. Quédese el tiempo que necesite.

Emma le sonrió con dulzura y levantó su mano para acariciar la mejilla de su amado en un gesto íntimo.

—Gracias —susurró.

El príncipe tomó su mano y depositó un beso en la palma de su mano haciendo que Emma se estremeciera. En ocasiones se preguntaba como habían evolucionado tanto su relación en tan poco tiempo.

La dama preparó algún que otro vestido y partió con premura hacia el hogar de la familia Kinstong. Allí fue recibida por el ama de llaves, quien le informó todo sobre lo acontecido. Su madre había caído enferma por una gripe desde hacía algunos días, sin embargo, no le habían escrito antes por órdenes de la misma Lady Kinstong, quien había insistido en reducir su enfermedad; al no notarse mejorías, finalmente habían tomado la decisión de escribir a Emma por si ocurría alguna eventualidad.

La dama, después de conocer de la situación, se encaminó a la habitación de su madre. Al caminar por los pasillos notó algo extraño, era una sensación de frialdad, eran aquellas las paredes que la habían visto pasar miles de veces, pero ya no era su hogar, ya no por completo.

Al entrar en la habitación encontró a su madre en la cama, pálida y a su lado se encontraba su hermana Giselle, que se asombro al fijar la mirada en la puerta y encontrar a su hermana.

—Hija mía, no era necesario que vinieras —comentó Lady Kinstong con voz débil al ver a su hija allí.

Emma negó con la cabeza y se acercó a su madre para tomar su mano libre.

—Claro que tenía que estar aquí —replicó la dama con una pequeña sonrisa—. Tengo que estar a tu lado para cuidarte —agregó pasando una mano por la mejilla de su madre con ternura.

Las damas hablaron unos minutos más, o más bien, Lady Kinstong les dio instrucciones a sus hijas para la casa, ya que el trabajo del hogar no podía detenerse. Intentó que Emma regresara al palacio, pero esta negó, se quedaría allí hasta que su madre estuviera bien.

Ese no es mi zapato [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora