𝓤𝓷𝓪 𝓲𝓷𝓿𝓲𝓽𝓪𝓬𝓲ó𝓷 𝓲𝓷𝓭𝓮𝓼𝓮𝓪𝓭𝓪

664 51 10
                                    


Leon Scott Kennedy agradecía la semana tranquila que le había tocado vivir después de la complicada misión que lo había llevado a la isla de Alcatraz, y de las posteriores e interminables pruebas médicas que se había visto obligado a soportar con paciencia, sin contar con los numerosos informes variados que se había visto obligado a redactar inmediatamente después. Por ello, aquella carta inesperada que había recibido de la joven Sherry Birkin no solo había devuelto su mente a un pasado que no deseaba recordar, sino que lo había inquietado por lo indeseado para él de la propuesta que contenía.

"Jake y yo te invitamos a pasar un fin de semana en nuestra casa; tenemos algo muy importante que contaros a toda la familia. Puedes venir con tu pareja, si lo deseas. Espero que no faltes, te esperamos con muchísima ilusión". Aquella misma ilusión que él ya no tenía. Y, ¿pareja? ¿Qué pareja?

Desde luego, el mensaje era escueto, pero no lo suficiente como para no dejar adivinar que no solo él había sido invitado a compartir un evento al que, fuera el que fuera, no le apetecía asistir. Muy atrás habían quedado los esfuerzos enormes y desinteresados que él había hecho por protegerla en otro tiempo ya tan lejano. Ahora ella se había convertido en una mujer hecha y derecha que tomaba sus propias decisiones y que sabía cuidarse sola a la perfección. Y si no lo hacía, tenía a su lado a aquella mole con pinta de escocés rapado, bruto y malhumorado para velar por ella en todo momento. Y la verdad es que él prefería seguir su camino solo.

Por ello, había enviado un mensaje a través de su teléfono móvil agradeciendo la invitación, pero excusándose lamentablemente; tenía cosas que hacer, fuera o no fuera verdad. Aún no había recibido respuesta, pero esperaba que la joven rubia impetuosa diese su brazo a torcer dando el tema por zanjado.

A pesar de estar a mediados de noviembre, la temperatura era clemente todavía y apetecía pasear en mangas de camisa. Así que, aprovechando aquellas paz y soledad que tanto se había ganado, caminó después del trabajo hacia la tranquilidad que le otorgaba contemplar el amplio Potomac siempre que su vida ajetreada se lo permitía. Apoyó sus fuertes brazos sobre una de las barandas, allí donde casi no había gente (ni oriundos ni turistas) y se dedicó a contemplar el discurrir de las rápidas aguas surcadas aquí y allá por pequeñas embarcaciones de recreo. Quizá para otros, la suya, tal y como él había decidido vivirla, no era una vida que valía la pena vivir; pero sí lo era para él. Mejor solo que... Ni siquiera importaba.

—Vas a coger un puñetero resfriado, Kennedy —escuchó a sus espaldas realmente sorprendido. ¿Por qué el maldito pasado se empeñaba en perseguirlo por mucho que corriera intentando esquivarlo? Quizá esa voz formaba parte de su pasado más agradable, pero en su presente, desde luego no lo era tanto, ni mucho menos. Imperturbable, se negó a girarse para responder, cuando lo hizo.

—Desde luego, un resfriado no es lo peor a lo que suelo enfrenarme —afirmó con diversión en la voz de barítono que lo caracterizaba—. ¿Qué tripa se te ha roto, Redfield? ¿Qué haces tan lejos de tu hábitat natural? —preguntó a su vez con acidez y sarcasmo.

Notó cómo la mujer que había intentado llamar su atención caminaba hasta él y se apoyaba a su lado, también dedicándose a contemplar aquel río plagado de historia y de leyendas.

—Desde luego, tú siempre tan amable y caballeroso —respondió intentando mostrar un desprecio que a él más bien sonó a indignación—. ¿Nadie te ha dicho nunca que eres la alegría de las fiestas? —preguntó del mismo modo.

—Siempre me lo dicen.

—¿Cómo estás, Leon? —El tono suave de aquella pregunta no lo sorprendió tanto como la mirada preocupada que la pelirroja le dedicó. No pudo evitar girarse finalmente hacia ella para mirarla incrédulo.

—¿Claire Redfield, la dama de fuego, preocupándose por este don nadie indigno e insignificante? Esta sí que es buena...

Por un momento, la mujer lo traspasó con una mirada verdaderamente plagada de fuego, que rápidamente sustituyó por otra que pretendía ser serena y arrogante.

—Sea como sea, no vas a lograr sacarme de quicio, no en esta ocasión —. Él le ofreció una sonrisa torcida—. ¿Por qué has rechazado la invitación de Sherry? —quiso saber—. Sé perfectamente que este fin de semana estás libre —dejó claro, tajante.  A él no le sorprendió notar que ya lo había juzgado y condenado con aquella mirada condescendiente que a veces deseaba no haber conocido jamás.

—Joder, con la rubia temperamental. Así que ha echado mano de la caballería para lograr lo que quiere —afirmó con un silbido admirado.

—No se trata de lo que Sherry quiere o no quiere, Leon, se trata de que ella es tu familia, mi familia, nuestra familia. Hace mucho tiempo que no hemos compartido un momento de camaradería los tres juntos, y nos lo está pidiendo con toda su ilusión. No podemos dejarla tirada, sea como sea —opinó mirándolo severa.

El agente rubio negó entristecido con la cabeza.

—Creía que, precisamente, tú no eres de las que vive en el pasado —afirmó sarcástico sin dejarse intimidar—. Hace tiempo que no se te ve muy entusiasmada cuando te ves obligada a compartir conmigo el aire que respiras, lo que, afortunadamente para ti, no suele suceder.

La dura pelirroja lo miró con auténtica melancolía.

—Te equivocas totalmente. Tú y yo hemos chocado en el pasado debido a distintos puntos de vista, pero sigues siendo alguien muy importante para mí —le aseguró mirándolo fijamente—. Y también para Sherry. Leon, por favor...

Él enarcó una ceja mirándola suspicaz.

—Y tú, ¿qué sacas de todo esto? —le preguntó desconfiado.

—Bueno, yo...

—¡Ajá! Lo sabía. Siempre me buscas cuando necesitas algo de mí —le recordó a modo de pequeño reproche, a lo que ella pareció avergonzada.

—No quiero llegar allí sola, ni pasar el fin de semana sin alguien a mi lado con quien yo haya llegado —confesó vergonzosa—. Ella también ha invitado a mi hermano, y tengo casi seguro que él va a ir acompañado por Jill. No parece que haya nada especial entre ellos, pero... quiero evitar preguntas incómodas —añadió rogándole con la mirada. Y él la observó con los ojos como platos.

—¿Y crees que no las habrá si llegas conmigo? —preguntó atónito—. Además, ¿qué te hace pensar que yo no tengo con quien ir, si decido hacerlo?

La joven mujer se sintió como una tonta. Negó con la cabeza, orgullosa, dispuesta a marcharse.

—Hecho —escuchó a su espalda y se giró sorprendida.

—¿Lo dices en serio?

Él asintió con la cabeza, sonriendo con acidez.

—¿Por qué no? Parece ser que Sherry no va a conformarse con un "no" por respuesta, y ya que tú me lo has pedido tan amablemente... —Le guiñó un ojo, burlón.

Para su enorme sorpresa, ella no entró al trapo de su provocación, sino que siguió observándolo, enigmática.

—Eres tú quien pareces no estar bien —se vio obligado a hacerle notar, comenzando a preocuparse.

—Yo... quiero aprovechar este viaje contigo para hablar de... cosas —dijo severa, y frunció el ceño instándolo a que no preguntase.

—Tú misma —. Se encogió de hombros, desenfadado.

—Perfecto. Ya he sacado los pasajes para el primer vuelo con destino a San Francisco que saldrá mañana. Te espero a las seis de la mañana en el aeropuerto, ¿de acuerdo?

El rubio asintió con una sonrisa divertida. Aquella pelirroja arrogante y testaruda seguía siendo la misma de siempre, pensó resignado a disfrutar de un fin de semana "entretenido".

—Hasta mañana, entonces.

—Adiós, Claire.

—Ah, y Kennedy... —llamó de nuevo su atención cuando él ya se había girado de nuevo para perder su mirada en el río—. Coge ropa de abrigo, hazme el favor —le pidió repasando su atuendo con disgusto.

Él soltó una risa jovial y asintió. Y la pelirroja se marchó dando la conversación por terminada.

𝓜𝓐𝓖𝓘𝓐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora