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La alborada en el Distrito 12 marcó el inicio de otro día para Peeta. Con apenas 15 años, llevaba consigo la carga de ser el único niño huérfano en la zona más pobre. El pan que repartía a las casas se convertía en un rayo de esperanza en medio de la desolación, pero hoy no sería un día fácil.

Cargando la canasta con sus preciados productos, Peeta se adentró en la gris atmósfera del distrito. Las risas burlonas de sus compañeros resonaban en sus oídos, pero nada lo preparó para el encuentro con Gale. En un instante, las palabras se transformaron en golpes, y la canasta cayó al suelo, esparciendo pan por la calle polvorienta.

Gale, satisfecho con su pequeña victoria, se retiró riendo, dejando a Peeta con la frustración y la pérdida de su sustento. Recogió lo que quedaba de su canasta, sus ojos reflejando una mezcla de enojo y desánimo.

La panadería a la que llamaba hogar, una construcción vieja y desgastada, era su refugio. Aunque el pan de Sae, la mujer que lo cuidaba desde que tenía memoria, superaba al de la panadería principal, la mayoría prefería la otra por su apariencia más cuidada. Peeta, consciente de la importancia de mantener el negocio, se esforzaba por llevar el pan directamente a las casas.

Sae, la grasienta, como la llamaban algunos en tono despectivo, estaba enferma, lo que hacía que Peeta asumiera una parte considerable de las responsabilidades. La jornada de trabajo sería más intensa, pero era necesario para asegurar el pan en sus mesas.

En su camino hacia la zona comercial, donde se encontraba la panadería del pueblo, Peeta no pudo evitar mirar hacia la ventana. Vio al dueño abrazando a su hijo, una muestra de afecto que le resultaba completamente ajena. El anhelo de ese tipo de conexión familiar se mezcló con la resolución en sus ojos mientras continuaba repartiendo el pan.
Terminado su trabajo, Peeta dio un paseo por el quemador, encontrando un dije dorado en forma de sinsajo. Esas aves eran sus favoritas, y siempre que podía escapaba al bosque para escucharlas cantar. La voz melodiosa se mezclaba con la tranquilidad del bosque, brindándole un atisbo de paz en medio de la dura realidad del Distrito 12.Al preguntar a la vendedora, logró intercambiar el dije por un litro de leche y unos huevos para alimentar a los hijos de la mujer.Mientras se dirigía a casa feliz por el intercambio, pasó por la plaza principal. La televisión mostraba los Juegos del Hambre y los mensajes del presidente Snow, un tirano odiado por Peeta. Deteniéndose al sonar del himno de Panem, guardó su dije y escuchó el mensaje del presidente; la imagen de un imponente Coriolanus Snow llenó la pantalla, su mirada fría y su voz autoritaria resonando en todo Panem. Peeta, escuchaba con atención mientras las palabras del presidente se filtraban por el altavoz.

—Ciudadanos de Panem, les traigo noticias cruciales —declaró Snow, con una sonrisa sutil que ocultaba la verdadera malevolencia en su interior—. Esta edición de los Juegos del Hambre será única. Cad distrito seguirá ofreciendo dos tributos pero esta vez solo serán masculinos, y el premio es excepcional: la oportunidad de vivir en el Capitolio, rodeados de lujos y riquezas hasta el último día de sus vidas.

En la plaza del edificio de la justicia, algunas personas celebraban. Peeta observó cómo las caras de aquellos que compartían la transmisión con él expresaban una mezcla de emociones: alivio por tener solo tributos hombres pero también preocupación por lo que este cambio significaba para ellos.

Con el corazón pesado, Peeta regreso a casa donde Sae lo esperaba en la mesa para la comida la mujer a pesar de estar enferma seguía cuidándolo como cuando era niño por eso mismo jamás le dijo sobre las burlas de los demás para no preocuparla.

—Sae, ¿escuchaste las noticias? —dijo Peeta, con la voz llena de inquietud sentándose a su lado.

Sae, una figura materna con arrugas marcadas por la vida en el Distrito 12, asintió solemnemente.

—Sí, Peeta. Las cosas se ponen más difíciles.

—Si me eligen y muero en esa arena, vende e intercambia mis cosas, especialmente la brújula que traía conmigo. Los agentes de la paz suelen dar mucho dinero por esas cosas.

—Peeta, no hables así. No te van a elegir.

—Aunque medio nos va bien con la panadería, no pude evitar pedir Teselas. Mi nombre estará muchas más veces. Es muy probable que me toque, por eso, prométeme que venderás eso para que puedas vivir.

Sae lo miró con tristeza, acariciando su mejilla, asintió. Vendería la brújula que traía consigo cuando lo encontró abandonado en los límites del Distrito 12. Ese día hacía mucho frío, y ella había regresado de hacer unos intercambios con los agentes de la paz. Así que había ido a esconder sus provisiones para cuando escapara. Pero cuando encontró a Peeta, decidió quedarse a cuidarlo. Sin embargo, la gente del Distrito 12 la juzgó cuando apareció con un niño que no era suyo. Los hicieron a un lado a ambos. Eso fue hasta que comenzaron a vender pan, solo para eso les hablaban.

°°°°°°

La majestuosa oficina presidencial se sumió en un silencio tenso después de que Coriolanus Snow anunciara las nuevas reglas para los Juegos del Hambre. Sejanus Plinth, su esposo y primer ministro entro , con una expresión que refleja inquietud y desaprobación.

—Coryo, ¿realmente crees que este plan funcionará? —preguntó Sejanus, cerrando la puerta tras de sí.

Snow, recargado en su imponente escritorio, observó a Sejanus con una mirada de confianza calculada.

—El Capitolio necesita una distracción, algo que capture la atención del público. Y este ajuste en los juegos es justo eso. Además, nos dará la oportunidad de encontrar a nuestro hijo.

Sejanus frunció el ceño, visiblemente preocupado.

—Pero Coryo, ¿y si ninguno de los seleccionados resulta ser nuestro hijo? ¿No es este un riesgo demasiado grande?

Snow se paseó por la habitación con una seguridad que rozaba la arrogancia.

—Sejanus, cariño , no podemos permitirnos mostrar dudas. El Capitolio necesita creer que todo está bajo control. Y, créeme, encontraremos a nuestro hijo entre esos tributos.

Sejanus suspiró, visiblemente incómodo con la idea.

—Pero, ¿y si no lo encontramos? ¿Qué pasa si esto se vuelve en nuestra contra?

Snow se detuvo frente a una ventana que ofrecía una vista panorámica del Capitolio y sus distritos.

—Confía en mí, Sejanus. Todo saldrá como debe. Y cuando encontremos a nuestro hijo, nuestra familia estará completa.

Sejanus no compartía la misma confianza, pero asintió, sabiendo que cuestionar a Snow era arriesgado. Ambos hombres, en el pináculo del poder, compartían el peso de un secreto que podría cambiar el destino de Panem. En ese momento, entre las sombras de la oficina presidencial, resonaba la intriga y la incertidumbre, mientras el Capitolio se preparaba para presenciar una versión inédita y peligrosa de los Juegos del Hambre.

Peeta Mellark •Snowjanus•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora