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Nuevo día en el que Peeta debía entregar el pan temprano. Ese día, Sae no logró levantarse de la cama. Peeta no quería dejarla, pero tenía que repartir el pan o no comerían durante la semana. Por eso, se despidió de ella, prometiendo regresar temprano.

Llegando al distrito, ya que vivían un poco alejados, se encontró con dos compañeros de su clase, Alex y Jum, ambos hijos del alcalde y claramente ahí para molestarlo.

—Hey, panadero, ¿qué dices si hacemos una alianza si nos toca ir a los juegos? —dijo Alex caminando a su lado izquierdo.

—Mejor únete a mí y matemos a mi hermano —dijo esta vez Jum caminando de su lado derecho.

—¿Qué les hace pensar que los elegirán? Son hijos del alcalde. Si sale su nombre, ya está claro que dirán otro.

—¿No lo sabes, panadero? Es una persona del Capitolio quien dice los nombres, no los alcaldes —contestó Alex antes de sacar una bolsa de pan y echarse a correr junto con su hermano. Peeta trató de alcanzarlos, pero la canasta pesaba demasiado. Ese pan lo había apartado para la familia de la veta. Ellos perdieron a su cabeza de familia y la mamá desapareció; las dos hermanas luchaban por sobrevivir.

Tendría que ajustarse un poco las casas que recorrería para poder entregarle a las hermanas su pan. Ellas no podían quedarse sin él. Siguió su rutina diaria, saltándose algunas casas para juntar de nuevo el pan que les llevaría. Por suerte, no se encontró con otros compañeros, o todo su esfuerzo se iría a la basura. Una vez que terminó, fue al quemador para entregarle los huevos y leche a la mujer que le dio su pin de sinsajo. Pero no pudo evitar pasar por la plaza del edificio de justicia; habían colocado una televisión que no dejaba de contar en reversa los días que faltaban para la cosecha.

3 días para la cosecha.

El lunes sería la cosecha, por lo que no tendrían clases. No podría despedirse de sus amigos Harry y Ned. Le rezaba a todos los santos de los que había leído para que ninguno de los dos saliera seleccionado en la cosecha. No podría soportar verlos morir o tener que matarlos si alguno de los tres es elegido.

—¡Peeta! —Prim salió al verlo y corrió a abrazarlo.

—Hola, Prim. ¿Y Katniss?

—Fue con Gale a cazar; ya sabes que no le gusta el pan que nos das.

Peeta frunció el ceño; sabía que la chica era demasiado orgullosa, pero jamás pensó que despreciaría así su pan.

—Bueno, si no quiere comer, está bien, pero si te traje a ti tus favoritos y un poco de leche, ¿entrarnos? —Prim asintió, tomando su mano para que ambos entraran a su casa.

Peeta, con una mirada triste, observa la casa de madera antigua mientras el frío se filtra implacablemente. Sus pensamientos se centran en las hermanas Everdeen, imaginando cómo enfrentan el invierno cruel en ese hogar vulnerable. Cada chirrido de la madera y corriente de aire evocan la imagen de las hermanas luchando contra el frío, despertando en él una compasión profunda por las dificultades que deben estar atravesando. El gato estaba en una esquina del viejo sillón, envuelto en cobijas; seguramente era la única compañía de las hermanas.

—Prim, traje algunos abrigos para ti y tu hermana. ¿Por qué no vas a probarte unos mientras yo caliento la leche?

La pequeña asintió, corriendo al segundo piso. Peeta esperaba que al menos ese tuviera mejor calefacción que la parte de abajo, donde el frío era atroz aún no entendía por qué Katniss se habia negado a qué ambas fueran a vivir con el y con Sae después de todo la casa era un poco grande para ambos tal vez por orgullo o tal vez para evitarse las burlas de los demas al estar viviendo con los raritos o con el abandonado pero el dejaría de lado eso por el bien de su hermana claro si estuviera en el lugar de Katniss. La puerta de la casa se abrió de ahí entraron Katniss junto a Gale ambos iban riendo hablando de algo que Peeta no alcanzo a escuchar por qué dejaron de platicar en cuanto lo vieron.

—Peeta —dijo Katniss casi en un susurro.

—Ya me voy simplemente vine a dejarle el pan de siempre a tu hermana y un poco de leche está arriba probándose un par de abrigos que Sae le tejió también te tejió unos.

Peeta dejo la leche en la estufa antes de llamar a Prim para despedirse de ella sin mirar a Katniss ni a Gale al menos el chico no le hacía nada cuando estaba con Katniss si tan solo ella supiera como pierde la mitad de su mercancia con los encuentros de Gale seguramente ni le hablaría al chico.

—¿Ya te vas Peeta? —dijo Prim bajando con  un suéter rosa puesto.

—Oh ¿Si te quedó?

—¡Si!, y es muy calientito gracias.

—Le diré a Sae que te encantó —se agachó a su altura abrazándola—, nos veremos mañana cuida que no se queme la leche.

Prim asintió besando la mejilla de Peeta antes de ir a la cocina para asegurarse que la leche estuviera bien, Peeta salió de la casa con su canasta regresando con Sae quería ver cómo seguía.

El aroma del pan recién horneado impregnaba el aire cuando Peeta regresó a casa después de un día agotador en la panadería. Su corazón estaba lleno de gratitud por Sae, la mujer que lo había cuidado y amado como a un hijo. Sin embargo, al abrir la puerta, una atmósfera inusualmente tranquila le recibió.

La luz tenue de la tarde se filtraba por las cortinas, revelando a Sae acostada en la cama, pero su cuerpo yacía inerte, dejando en el aire la amargura de la pérdida.

Un sollozo se escapó de los labios de Peeta al darse cuenta de que su querida Sae había dejado este mundo. Se arrodilló junto a la cama, su corazón roto por la tristeza.

—Sae, ¿por qué tenías que irte?— murmuró Peeta, lágrimas resbalando por sus mejillas mientras acariciaba con ternura el rostro ya frío de la mujer que había sido su madre en ausencia de la propia.

El pan recién horneado en la mesa parecía desvanecerse en la insignificancia de la pérdida. Peeta se aferró al delantal de Sae, sintiendo el vacío de su ausencia.

Recordó las historias que le contaba, las risas compartidas y el consuelo que siempre encontraba en sus brazos. Ahora, esa presencia materna se había desvanecido, dejando a Peeta con una sensación de desamparo.

A pesar de la tristeza, una resignación sombría se apoderó de él. Si los Juegos lo elegían, ya no habría un regreso a un hogar donde Sae le esperara con los brazos abiertos o si moría al menos Sae no lloraría su perdida si tan solo el presidente Snow hubiera enviado las medicinas que el distrito 12 necesitaba el hubiera podido comprarlas y quedarse en casa para cuidar de la mujer que lo crío. La realidad del destino que le aguardaba se cernía sobre él, y en ese momento, el pan y las lágrimas se entrelazaron en una danza amarga y melancólica odiaba al presidente Snow y si iba a los juegos se lo dejaría ver.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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Peeta Mellark •Snowjanus•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora