Capítulo dos {Una monja incogible}

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Maxi.

— ¡Es la monja más insoportable y mandona que conocí en mi vida! —Me quejé.

Cerré la puerta de un portazo y me tiré a la cama.

—Está claro que no sabe vivir con alegría, ¡está todo el tiempo vigilándome! Estúpida monja Natalia —murmuré con odio—. ¡Una semana entera torturándome la incogible esa!

— ¿Hola? ¿Maxi? —Preguntó Francesca entrando a mi habitación. Dios la bendiga.

—Vení acá con el curita... —Le sonreí de forma sexy y le hice una seña para que se viniera a mi lado.

Echó una carcajada y se acostó a mi lado, acariciando mi pecho.

—Naty está enfadada —comentó besando mi cuello.

—No me la nombres, necesito que me calientes, y si me hablas de ella no se me va a parar ni un poquito.

—Vamos, padrecito... —Murmuró contra mi oído mientras se ponía sobre mí—. ¿Por qué no se relaja y me deja ayudarlo?

—Eso me gustaría... —comenté con voz ronca.

— ¿Sabes? Desde que llegaste tengo una razón para quedarme en el convento.

— ¿Mis misas? —Bromeé.

—No, no, no... —negó moviendo la cabeza. Pude distinguir un brillo de diversión en su rostro—. Esto... —dijo metiendo la mano en mi pantalón y agarrando mi miembro—, es más divertido...

—Sí, mucho...

Gemí al sentir cómo apretaba la mano sobre mi pene y comenzaba a pasarla por todo el largo de este.

—Padre Maximiliano... —se escuchó la voz de la madre superiora. ¡Maldita vieja!

Francesca sacó su mano y se alejó.

— ¿Si, madre? —Pregunté con la respiración algo agitada.

—Hay personas afuera que quieren confesarse, padre.

—Enseguida voy.

—Apúrese.

Los pasos de la madre se alejaron. Francesca me miraba apenada.

—Vamos a tener que seguirla en otro momento, Fran —dije poniéndome de pie y acomodándome la ropa.

Ella sonrió divertida.

— ¿Cómo harás con tu erección? —Preguntó riendo.

—Con suerte me cruzo a la hermanita Natalia y se me pasa todo. Ella tiene el poder de bajarme la calentura en menos de un segundo.

Incogible que es esa monja.

Naty.

Caminaba por los pasillos del convento, pensando en la organización sobre la alimentación en el convento. La madre superiora confiaba más en mí que en nadie y había confiado en ese momento en mí para que pidiese los alimentos que necesitábamos. Los suficientes pero sin pasarse y que supusiese un gasto demasiado extremo de dinero.

Noté como chocaba contra alguien, gruñí un poco y mire hacía delante y como, ahí estaba él con su sonrisa cínica. Le miré con desprecio.

—Si las miradas matasen... —Comentó el refiriéndose a mi mirada.

—Créeme como me gustaría que fuese así. —Me acerqué a él enojada.

— ¿Pero matar no era pecado? - Sonrió abiertamente pero con algo de falsedad y se acercó aún más a mi haciendo que ambos quedáramos pegados. Le miré enojada y rabiosa, fijamente a los ojos—. Che monjita, no te pongas nerviosa, sé que soy atractivo pero controlate ¿si?

Rompiendo tus reglas- Naxi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora