ajenjo

5 1 0
                                    

23 a 24, mes louji, año 5778

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

23 a 24, mes louji, año 5778.

Magmel, Reino Ventyr, Puerto Sajee.

Sinta volvió a guardar silencio cuando el barco se quedó quieto y se hicieron escuchar algunos pasos que venían hacia nosotras. El frío que sentí en mis entrañas me hizo contemplar la puerta como si en cualquier momento fueran a aparecer manos negras sin huesos, de dedos anormalmente largos. Creía que había superado mi miedo a las sombras, esas criaturas que merodeaban entre los muertos, arrastrándolos a la muerte y devorándolos hasta que no quedara nada.

Al parecer, no lo había superado.

La puerta se abrió, revelando al hombre y dos mujeres, que bien podrían haber pasado por el sexo opuesto de lo anchas que eran sus espaldas. Dijeron algo en un sonido gutural que me resultaba vagamente familiar, probablemente sembeñés cerrado o algo por el estilo. No importó mucho, porque incluso sin captar las palabras, el mensaje se me volvió claro cuando me sacaron de la celda, poniéndome unas cadenas que ataron a Sinta de inmediato. No podía girar la cabeza para verla, no sin que eso conllevase un tirón que me hacía trastabillar.

Subimos las escaleras y me encontré contemplando el puerto con una fascinación que no era adecuada para la situación. No había tanto verde como en Edu, donde las plantas crecían y mantenían la humedad todo el año, sino rojos y naranjas que parecían danzar por doquier. Distinguí esculturas de cuerpos alargados que se retorcían sobre sí mismos, así como lámparas con una escritura que no era capaz de comprender en lo más mínimo.

Bajamos por una rampa, de reojo contemplé a los hombres y mujeres. La mayoría eran los primeros, con o sin ropa en el torso, con los músculos tanto o más definidos que los de Darau. Cargaban cajas, como lo hacían en el puerto de Yaralu, gritaban en ventino, aunque no prestaba atención a las palabras. No podía evitar sentir que el corazón latía con más fuerza, controlando mis ojos para buscar una cabellera castaña que conocía bastante. Todo lo que me rodeaban era cabellos largos negros y lisos. Algunos nos miraban pasar, con ojos más o menos interesados, más o menos oscuros.

Sentí que mi cuerpo se dividía en dos emociones. Una parte de mí seguía buscando un par de ojos verdes, un rostro en la multitud que pudiera indicar una pronta salida, a la vez que me encontraba escuchando las palabras de las maestras cuando avanzaba. Silbidos, comentarios que definitivamente merecían una pena peor que ser devorados por Baqaya, era todo lo que me habían dicho que hacían los hombres en el continente. «¿Qué tan excepcional eres, Darau?» La pregunta iba y venía, cada vez que escuchaba o veía a un hombre actuando de tal forma que me hacía preguntarme por qué no estaba siquiera considerando volver a Eedu.

Porque tendría que estar queriendo hacer exactamente eso, ¿no?

Empezaba a cavilar en eso cuando nos llevaron a una casa y nos metieron en una habitación con las ventanas tapiadas por maderas que apenas dejaban pasar haces de luz, carente de muebles, y sin picaporte del lado de adentro (como noté en cuanto cerraron la puerta). Nos tiraron como si fuéramos sacos, apenas sacándonos las cadenas en un movimiento. Sinta, quien había caído sobre mí, se puso de pie de inmediato, acomodándose en el suelo.

El Legado de EeduDonde viven las historias. Descúbrelo ahora