Epilogue

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La calle estaba oscura y prácticamente desierta; las únicas luces provenían de las casas cuyos habitantes aún permanecían despiertos, y la única señal de vida, era la de los pocos vecinos que a esas horas, volvían a su casa después de una dura jornada de trabajo, y aparcaban sus coches en los garajes.

Le resultaba agradable volver a su barriada después de pasarse varios días fuera debido a sus negocios, que su extrañamente adquirida fama le había otorgado. Había añorado los olores, los ruidos, la imagen de la calle principal, extendiéndose hacia el horizonte como si no tuviera fin. No estaba acostumbrada a viajar, y volver al hogar, sabiendo que sus hijos la estarían esperando, era algo que la había hecho no perder la sonrisa, desde el momento en el que se subió al avión. Ser madre de los dos chicos más famosos de Alemania, la ayudó a recibir ofertas de trabajo desde todas las cadenas de estética del país; pero a ella le encantaba su pequeño salón de belleza, cuyas clientas eran las mismas vecinas que se encontraba por la calle cuando iba a comprar el pan, y sobre las cuales se sabía prácticamente todas sus vidas de haberlas oído una y otra vez mientras las peinaba. Se había pasado varios meses a la espera de que sus hijos le hicieran una visita, y por fin cuando lo hacían, ella no estaba en casa para recibirlos; sino que ahora serían ellos los que la recibirían a ella. Algo que le resultaba realmente irónico y gracioso. Sonrió mientras giraba la esquina con el coche. Gordon también se había pasado la última semana de viaje, intentando promocionar un poco su banda, que aunque no deseaban demasiada atención, ansiaban poder tocar en algo más que en los mismos bares a los que ellos mismos eran asiduos. Por lo tanto, Gordon tampoco habría visto a los chicos…

Finalmente llegó a su calle, y prácticamente al final, fue cuando aparcó el coche en el jardín, encontrándose el Cadillac de su hijo mayor, aparcado en el garaje cuando abrió la puerta de éste, con el mando negro. Tom… Simone recordó las noches que habló con Bill sobre él; al parecer estaba pasando por una mala racha, y eso era algo que le preocupaba ya que su hijo, por muchos problemas que tuviera, nunca se había dejado llevar por sus sentimientos, y siempre le había costado demasiado llegar a demostrarlos, incluso delante de su hermano. Desde que Bill le dijo que lo había visto algo más apagado, no pudo evitar sentirse intranquila, inquieta, terriblemente preocupada por lo que le estuviera ocurriendo a su hijo… Sabía que debía ser algo más grave de lo que le contaba el menor de sus gemelos; notaba que algo le ocultaba, pero entendía que no quisiera decirle más, para no preocuparla más de lo que ya estaba. Para ella, sus hijos eran el mayor tesoro que la vida le hubiera podido entregar, y saber, simplemente, que algo no andaba bien en sus mentes, era algo que la desmoronaba, y siempre acababa agobiándoles con sus preocupaciones. Esa vez sería diferente; no quería molestar a Tom, ni que Bill se sintiera abatido por ver a su hermano peleándose con ella por su insistencia. No, esta vez pasarían el tiempo que tenían juntos lo mejor posible, como una auténtica familia, y si surgía la oportunidad, ayudaría a Tom en todo lo que le fuera posible y lo que no, si él decidía por sí mismo, contarle lo que le preocupaba…

Quitó la llave del contacto. Se había quedado varios minutos mirando a su casa, pensando en todas aquellas cosas que podrían llegar a hacer, como hacían antes de que ellos se marcharan a conquistar el mundo. Las luces del salón y la del cuarto de Tom estaban encendidas, eso significaba que estaban en casa, y que no habían salido. Cogió el bolso del asiento del conductor, y tras apearse del coche y cerrarlo, se dirigió a la casa, atravesando el jardín. El suelo aún permanecía húmedo de la fuerte lluvia del día anterior. Simone sonreía radiantemente, nada deseaba más que ver a sus pequeños en casa, pero de repente, se detuvo en seco, al ver que la puerta de la entrada estaba abierta. Se despreocupó enseguida, pensando que los chicos la habrían oído llegar, y que tal vez quisieran sorprenderla, ya que muchas otras veces, lo habían hecho. Continuó su camino, pero volvió a detenerse, esta vez, asustada. Su mirada se detuvo en la ventana junto a la puerta; estaba rota. Llamó a los gemelos, pero nadie contestó. Estaba parada a pocos metros de la puerta, totalmente aterrada. ¿Y si había entrado alguien a robar? ¿Dónde estaban sus hijos? En ese momento, la puerta se movió ligeramente, sobresaltándola, pero cuando vio a Scotty parado en el umbral de la puerta; se llevó una mano al pecho, aliviada, aunque no del todo. ¿Por qué estaba el cristal roto? El perro la sacó de sus pensamientos, cuando lo oyó ladrar, aunque más se parecía a un aullido. Estaba nervioso, inquieto, no era propio en él, pero Simone no quiso darle importancia; tal vez los chicos estuvieran jugando con el animal, además; no sería la primera vez que le rompieran un cristal de la casa… Respiró profundamente, y se dirigió a la puerta. Scotty, en cuanto la vio acercarse, volvió a entrar corriendo al interior. Simone, finalmente, entró, cerrando la puerta tras de sí y dejando el bolso y la fina chaqueta, colgados en el perchero de la entrada. Se acercó al cristal roto para inspeccionarlo. El hueco era grande, y estaba a una altura considerable. Ya mandaría a que lo arreglaran por la mañana, ya que apenas se podía ver desde la oscuridad de la calle, si no fijabas bien la vista. Los ladridos de Scotty la avisarían si en algún momento, alguien intentara entrar. Fue en ese preciso instante, cuando un ladrido del animal la hizo sobresaltarse de repente. Se giró de nuevo hacia el interior de la casa; todo estaba demasiado en calma, si no llega a ser por los aullidos del perro, que provenían del piso de arriba. No prestó atención a la silla totalmente rota a un lado del salón…

Pretty toy | Tom and Bill Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora