19

6 0 0
                                    

Piensa, piensa, piensa…

|

—¿Vas a seguir con ese humor de mierda? —cuestiona Delanie y bufo tratando de verme divertida.

—¿Humor de mierda? Si estoy como siempre: Feliz y sonriente —fuerzo una sonrisa y la rubia gira los ojos.

—Sonríe de verdad —dice Anthony.

—¿Y crees que estoy sonriendo de mentira o qué? —me molesto.

—¿Segura que no quieres al menos un batido…?

—No tengo hambre —le vuelvo a repetir a Sandra y me saca el dedo medio—. Métetelo por el…

—Sospecho que, no seré bienvenido en esta mesa —Erick llega interrumpiendo mi grosería y lo miro.

—No sospechas mal.

—¿También la vas a pagar conmigo cuando ni sé que te hizo Damon para que estés así? —pregunta, abriendo los brazos tipo ¿Wtf?

—Cuando está en ese nivel de mal humor, la paga con todo el mundo. No es personal —le aclara Sandra y el castaño se sienta junto a ella.

—No estoy enojada, Dios. ¿Cuántas veces más lo tengo qué repetir? —le doy un mini golpe a la mesa, sintiendo el estrés brotar de nuevo.

—Muchas hasta que tú primero te lo creas —responde Anthony, severo, y me trago la grosería.

Vamos, ellos no tienen la culpa de que me hayan dejado como idiota, usada y estúpida. Solo si dejaran de cuestionar el hecho de que estoy enojada, todo sería más bonito. Porque no lo estoy. En serio.

Dices incoherencias.

—¿Y eso que no estás almorzando? —me pregunta Erick.

—No tengo hambre —contesto con simpleza, relajándome y…

—¿Ya habías comido antes o…?

—No tengo hambre. Solo eso. Ya está. No quiero comer. Más tarde cuando llegue a mi casa pido una pizza. Gracias —agarro mi celular.

—Ya comprendo que estés enojada, pero…

—¡Que no lo estoy! —lo miro, irritada, y él solo se echa hacia atrás en la banca, mirándome serio, y Sandra le pega en el brazo.

—¿Quieres otro grito o ya comprendiste que no quiere que le hablen?

—¿Quieres saber de Damon? —vuelve a hablarme.

Levanto la vista de mi celular, observando Erick unos segundos en silencio.

—Dame noticias de él cuando sus ojos cambien a color negro.

—No creo que eso sea posible…

—Entonces, no me digas nada de él —concluyo.

Es que, es que…  ¡Se pasó de mierda el hijo de perra!

¡¿Cómo carajo me deja así?!

¿Qué putas le hice yo? Me vale una hectárea de mierda que haya tenido que salir de un viaje imprevisto. No quita el hecho que me pudo enviar un puto mensaje. Uno solo. ¡No pido más, joder!

¿Y lo peor? Las fotos de Karlie con él en un restaurante bebiendo. ¿Acaso le costó mucho agarrar su celular? ¿Acaso se le caía un dedo escribiendo?

Relaja un poco tu drama.

¡Como una puta! Después de eso ¿Cómo se le ocurre? Dios.

Esperaba verlo ayer lunes, hablar con él, estar con él y resulta que el niñito de descendencia italiana se largó sin decirme un estúpido «hola, Tatiana, no nos podemos ver porque me voy a Italia».

Pisando los erroresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora