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Selah despertó lentamente cuando oyó desde lo que pareció una gran distancia, que la llamaban por su nombre. Luchó por despabilarse y sacudirse el gran peso que le oprimía el pecho.

–Selah –repitió la voz.

Selah se movió y vio a su hermana junto a la cama, retorciéndose sus manos delgadas con una expresión de miedo y aflicción.

–Debes darte prisa –dijo Aislinn y entregó a su hermana un vestido de lana –. No tenemos mucho tiempo. Debemos marcharnos ahora, antes de que los hombres comandados por Criston Cole y el príncipe Aemond lleguen a esta parte del pueblo.

Selah percibió el terror en la voz de su hermana, pero ninguna emoción se agitó dentro de su pecho. Estaba atontada, incapaz de ningún sentimiento.

Al ver Aislinn que su hermana no se movía, prácticamente se arrodilló junto a Selah a la cama y le rogó con la mirada.

–Si queremos huir debemos darnos prisa –imploró Aislinn con desesperación. –Caleb fue a darnos un poco de tiempo defendiendo la muralla con el resto.

Selah se levantó de la cama, cansada y dolorida, por todas aquellas horas de caminata para llegar a este momento. Se puso el  vestido pasándolo sobre su cabeza, indiferente a la áspera textura de la tela sin la familiar camisa debajo.

Temerosa de que sea demasiado tarde, Aislinn miró con inquietud por encima de su hombro hasta la ventana y fue justo en aquel momento, cuando las campanas comenzaron a sonar como advertencia de la invasión. La muralla no soportaría mucho más.

Selah dio media vuelta, fue hasta la ventana y abrió los postigos con un movimiento de impotencia. A la luz cruda y blanca del amanecer, se la vio pálida, demacrada, aparentemente tan frágil y delicada como la bruma de la mañana que se elevaba de los pantanos que veía más allá. Empezó a recogerse el cabello y a desenredarlo con los dedos, pero cuando el galapagar de los caballos, gritos a distancia y puertas rompiéndose inundó sus oídos, la hizo detenerse bruscamente. Echó hacia atrás la sedosa melena y dejó que cayera, suelta sobre sus pechos y hasta las caderas. Cruzó la habitación.

Entonces la poca tranquilidad acabó. Soldados allanaron la propiedad como si se tratara de una simple pocilga y comenzaron a asolar en una búsqueda furiosa de hasta el más insignificante objeto de valor.

Aislinn dio un jadeo al escuchar lo sucedido y se aferró a la mano de su hermana.

–¿Qué hacemos?

–Sígueme –dijo con firme determinación –. Pero no hagas ningún otro ruido.

Con paso decidido, salió de la habitación, dejando que su hermana la siguiera con imponente frustración. Al salir, pasaron con cautela entre los hombres ocupados en saquear y destruir todo a su paso.
Como un espectro silencioso y ondulante, Selah avanzó precediendo de su hermana. Con un empujón de su cuerpo esbelto, abrió la puerta, salieron fuera y se detuvo tambaleante, casi sofocada por el hedor nauseabundo de los muertos. Sintió contener el vómito. Sin embargo, no lograron recorrer gran distancia cuando Selah se vio obligada a detenerse al escuchar un grito de su hermana a su espalda.

Uno de los saqueadores, había volteado justo en el instante en que Aislinn salía de la puerta y no esperó a soltar todo lo que tenía en sus manos para tomar a la pobre muchacha del cabello y reducirla a sus pies como una muñeca de trapo.

Selah soltó un grito y corrió junto con su hermana.
Se abalanzó contra el hombre lo más rápido que pudo. Él la empujó hacia un lado y ella, con dedos como garras, trató de quitarle el puñal que él llevaba en el cinturón, y lo hubiera conseguido, pero él lo advirtió a tiempo y la derribó de un golpe aplicado con su puño cubierto con el guante de hierro. Antes que el hombre pudiera dirigir su enojo y disgusto contra Aislinn, el otro soldado que venía con él, se interpuso.

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⏰ Última actualización: May 30 ⏰

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Revenge of Death (Aemond Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora