3 de diciembre de 2022. Argentina 2 - Australia 1

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Jesús recibía todas mis consultas futbolísticas con atención y respondía a cada una de ellas con palabras precisas. Se aseguraba de que yo entendiera cada explicación suya. De esta manera, me contó sobre la nueva tecnología del VAR, que los balones tenían en su interior un chip que seguía los disparos de los jugadores y que, a partir de los octavos de final, existía el tiempo suplementario y los tan temidos penales.

Escuchar su voz a través de audios de WhatsApp me daba paz, en especial en el momento que el árbitro adicionó el tiempo extra al alcanzar el minuto noventa. Argentina le ganaba a Australia por 2 goles a 1, cuando apareció un fantasma en pleno partido: el del empate. Por primera vez, los nervios nacieron solos en mí. Mi corazón latía como si un niño agitara un tambor allí dentro. Rogué para que el árbitro diera el silbatazo final. Me estremecí, me agarré la cabeza y suspiré fuerte cuando el arquero Martínez salvó con su cuerpo un tiro que iba directo a nuestro arco.

Esa vez fui yo el que mensajeó primero. Le dije a Jesús que lo odiaba por haber provocado en mí el surgimiento de estas reacciones; como si él fuese el culpable de mi desesperación. Me mentí a mí mismo porque no era cierto que lo odiara. Al contrario, lo necesitaba en cada partido para sentirme menos preocupado y, sobre todo, menos solo.

Almas perdidas - Especial Mundial de Catar 2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora