Al-Haitam

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En ese momento me daba todo igual. El me había tentado, me había sacado de mis casillas y ya no podía más. Me había resistido todo lo que pude pero, acabó con mi razonamiento. Lo he deseado tanto, que no era capaz de negarle ese beso que me daba, aún sabiendo que no es consciente, y que probablemente después de lo que había bebido, no lo recuerde por la mañana. Me pregunto si en algún momento dejaremos de lado la cobardía y seremos sinceros el uno con el otro. 

Mientras me besaba, yo decidí aprovecharlo, acariciaba su cuerpo de forma que lo provocaba un poco para ver sus reacciones. Era divertido verlas, ver como se estremecía con mi toque y suspiraba cuando abandonaba sus labios para morder y besar de forma suave su cuello. 

-Al - llamaba mi nombre y me sacaba de mis pensamientos. No podía continuar con él en este estado. Incluso aunque después me arrepintiera, quería atesorarlo, que nuestra primera vez se clavara a fuego tanto en su mente como en su cuerpo, y aquel, no era el momento. Terminé besándole de nuevo, pues no sabía cuándo se volvería a dar la oportunidad, y uno más no haría la diferencia. 

- Duerme. - Decía al abandonar sus labios, esos labios... Dios, esos labios que deseaba morder hasta que la sangre fluyera, hasta que las palabras no pudieran salir, hasta que ardieran, no importaba, tan solo quería que fueran míos, míos y de nadie más. 

Terminaba por instarle a descansar al darle un beso en la frente tan gentilmente como me era posible, pero se veía algo triste por ello, como si esperara que algo más sucediera. Si se tratara de alguien distinto a mi, probablemente se cumpliría ese anhelo, pero no quería excusas a la mañana siguiente, ya que para ti sería una escapatoria, prefería tan solo ser un poco más paciente. 

Apenas segundos más tarde, caías dormido y yo por fin podía dejarte para solucionar mi pequeño problema. Tomaba una ducha y me liberaba de la carga, sabía de sobra que no podría dormir si no lo hacía.

Al volver, observaba como abrazabas mi almohada. Era imposible no sonreir al pensar en cuanto parecía que quisieras tenerme cerca y dormir de esa forma junto a mi. Por un momento pensé en irme a otro lugar, pues la tortura de estar cerca y no poder tocarte era insoportable, pero por otro lado, el arrepentimiento de no tenerte en mis brazos cuando se daba la oportunidad sería aún peor. Tan solo decidí dejarme llevar por mis deseos y sustituí a la almohada por mi cuerpo, en cuanto eso pasó, me abrazaste fuerte y no me soltabas. Al final, terminé imitándote y caí dormido al igual que tú. 

Horas más tarde llegaba la mañana, y para no variar despertaba antes que tú. Decidía levantarme y revisar mi teléfono, y como no podía faltar algún asunto que atender, debía dejarte para solucinar aquel inconveniente.

Tras una larga charla de negociocios, la cual parecía no acabarse nunca, por fin quedaba libre y podía ocuparme de mis propios asuntos, los cuales parecían traer más de una sorpresa sobre mi cama. Una nota con una llave sobre la misma, llave que de inmediato reconocí debido al llavero que tenía de un pequeño león que yo mismo te di. Aquella escena no me daba buena espina, y efectivamente al leer aquel trozo de papel, se confirmaba. 

" Me marcho, ya no te seré una carga nunca más. Kaveh. " 

Era corta pero contundente, eran las palabras que más me dolía ver en ese momento, y que más furioso me ponían. En qué demonios estabas pensando, sabía que en algún momento lo intentarías, pero pensé que podría detenerte antes de que lo hicieras o convencerte al final para que cesaras esa estupidez. Terminaba por arrugar la nota entre mis dedos y tomaba tus llaves. Si de verdad querías abandonarme, tendrías que decírmelo a la cara, aunque incluso si realmente lo intentaras totalmente convencido, no ibas a escapar de mi. Ya te he dejé jugar suficiente a mi alredor, ahora acabaría con esta farsa. 

Hacía unas llamadas y contactaba con algunas personas, no iba a parar hasta dar con tu paradero. Era una lucha contrarreloj en la cual, cada segundo que perdía me alejaba más y más de ti, ya que tu rumbo era incierto y mi paciencia disminuía con el paso del tiempo. Por suerte, mis contactos eran más fiables que mis nervios en esos momentos. 

Tomaba las llaves de mi coche y me dirigía hacia la estación de tren, al parecer habías decidido irte lejos. Me maldecía al pensar que no llegaría, que tendría que buscarte Dios sabía donde. No podía dejarte marchar así. 

Minutos más tarde por fin llegaba, bajaba del coche y corría hasta los andenes. Te buscaba en todas direcciones. No podía creer que no te encontrara. ¿Acaso era el fin?...

AñoranzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora