La soledad, la frescura, los cantos apagados de cuervos en la lejanía... Todo aquello esta puesto en escena dentro de un cementerio lúgubre y concurrido. Andrea, nuestra protagonista, ama caminar por aquellos pasillos, admirar las estatuas de ángele...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
"Esta noche, caminan los muertos solitariamente.
Robaron y chocaron las rejas del cementerio, en el vestido que tu marido odia.
Camino abajo marca una tumba, donde las luces que nos buscan, nos encuentran, tomando en la puerta del mausoleo..." – My Chemical Romance.
La campanilla del local sonó con estrépito cuando se cerró la puerta. En sus manos cargaba un vaso descartable de té verde y en la otra, un café con leche. Intentaba caminar despacio para que no se le derramara nada, pero a la vez trataba de aligerar sus nervios. Mauricio le había dado charla e incluso le había obsequiado otro chocolate demás. Cuando Andrea se salió de la fila pudo observar como varias caras fruncidas la miraban. « ¿Ahora que no me interesas, venís y me haces ojitos?», pensaba ella.
Aun recordaba aquellos ojos otoñales, el frío de sus dedos. El día anterior, cuando subió con la docena de medialunas para la oficina, Carina le había preguntado la razón de su demora, obviamente la respuesta indefinida de Andrea fue: mucha gente. Pero continuamente están las amigas que quieren encontrarte un novio, por lo que la otra chica dijo: seguro que un chico sexy te trabó los pies.
Mientras pensaba en aquello, más ganas tenia de ir al cementerio. La cabeza de Andrea no paraba de crear ideas alocadas. «Tal vez va a ver a un abuelo muerto o una tía que quería. En una de esas va porque sólo le gusta pasear por ahí, como hago yo. ¿Ira muy seguido?»
Cuando su jefe le hablaba, ella intentaba darse sermones mentales, así dejaba de pensar en ideas absurdas. Ya tenía veinticuatro años, no podía andar como tal adolescente.
Aquella mañana había amanecido soleado, las nubes se habían marchado de vacaciones y el cielo parecía alegrarse mostrando su máximo resplandor azul. El viento se divertía congelando los huesos de la muchedumbre en las calles y agitando las hojas secas en los árboles.
―...y yo le dije, no puede ser que apenas llegue y ya se ponga a ver la tele, la nena se pone a llorar: quiere jugar, que tiene hambre, ¿él hace algo? No, solo me dice cómo va el partido ―contaba Paola mientras acomodaba una y otra vez los papeles de su fichero―. Encima me dice "estoy cansado"...
―Tu café. ―Le tendió el vaso a Carina―. Hacela fácil Pao, córtale el cable y listo, o no lo dejes entrar hasta que sea un padre responsable ―agregó dejándose caer en su asiento. Rápidamente se quitó el saco.
―También háblale, nada mejor que ser sinceros, pero con buena onda ―propuso la compañera de Andrea comenzando a tomar su bebida. Ella tragaba su té verde.
―Lo voy a tener en cuenta, bueno, después almorzamos abajo, nos vemos. ―Paola se marchó con andar rápido. Su espalda se arqueaba hacia atrás, y su camisa parecía quedarle más apretada por delante.
―Parejas... ¿Y la tuya para cuándo? ―inquirió Carina. Dejó su café en el escritorio para comenzar a teclear y ver el monitor. Andrea tragó violentamente el té, se quemó la garganta con el agua caliente. Sintió como sus músculos se contraían, sus ojos comenzaban a soltar lágrimas...