Capítulo 13

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Sé que nunca pongo canciones, pero la escuché justo la noche antes de escribir este capítulo y no pude evitar imaginarme la escena ^^

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Hiems río con ganas, hacía años que no lo hacía. La repentina desaparición de su último alumno también había sido un duro golpe para él, y su avanzada edad desde luego no había ayudado. El tiempo y el dolor habían dejado profundas marcas en su piel y en su alma. Le había buscado durante mucho tiempo en varios planetas, pero todo había sido en vano. Los padres de Ignis habían depositado su fe en él y él les había prometido que lo hubiera convertido en el mejor Guardián que hubieran conocido, para que ya no tuvieran que temer que le pudiera pasar algo. Sabía que había fallado, pero verlo de nuevo, y en compañía de aquel terrestre, le calentaba el corazón. A pesar de todo, seguía siendo la misma cría impulsiva y testaruda que había conocido y, lo que era más importante, era feliz. Cuando la mirada de Rafael se encontraba con la del mutante, podía ver cómo le brillaban los ojos. Fuera cual fuese la esencia de su vínculo, estaba seguro de que nunca podría romperse. Desplegó sus alas y avanzó unos pasos: "Entonces veamos si aún recuerdas como se hace"

El rojo observó a su maestro alzar el vuelo y sonrió. Se inclinó hacia adelante y hundió las garras en la tierra, con la cola agitándose de excitación: "¿Listo?"

Leonardo volvió a colocarse en la base de su cuello, con las patas estiradas a ambos lados para sujetarse. Apretó la mano entorno a una de las espinas que recorrían su columna y le dio unas palmaditas en el cuello: "Listo"

Se dio un empujón con las extremidades traseras y empezó a batir las alas. Sintió las venas latiéndole con fuerza, la tensión de los músculos empujándole hacia arriba y el viento azotándole las escamas. La pradera que tenían debajo se distanciaba cada vez más y el cielo estaba cada vez más cerca. Cuando flanqueó al dragón de hielo, intercambiaron una mirada desafiante y comenzaron a serpentear entre las nubes. Empezó una tácita competición de velocidad y destreza. Parecían no tener meta, ni límites, ni leyes. Sólo querían volar y olvidarse de cualquier problema. Al cabo de un rato empezaron a descender en picado de nuevo, jugaban a menudo a este juego: se dejaban caer hacia abajo y desplegaban las alas a sólo un paso del suelo; un desafío de precisión. No hace falta decir cuántas veces el rojo había calculado mal el momento y había acabado en el fondo de un lago o con la cabeza bajo tierra, pero no quería oír historias. Cada vez insistía en intentarlo de nuevo y siempre desde más arriba. Cuando por fin lo consiguió por primera vez, estaba tan eufórico que enseguida empezó a celebrarlo y esa distracción le costó otro chichón, contra un árbol que tenía delante y que no había visto. Hiems sonrió al recordar aquellos momentos. Se volvió hacia él y vio a los dos chicos en el colmo de la alegría, por lo que decidió detener primero su bajada, dejándoles un merecido recreo.

Rafael apuntó directamente hacia un río. Descendió tanto que pudo sentir cómo el agua empapaba la punta de su hocico, pero en ese preciso instante desplegó sus alas y comenzó a seguir su curso. A su espalda, sintió que su pareja se estremecía por el torrente de adrenalina y se apresuró a subir, elevándose verticalmente y generando un empuje aterrador. Ninguno de los dos notó que el otro dragón se había alejado, era como si ellos fueran los únicos allí. No se puede describir con palabras aquella sensación, era la primera vez que la experimentaban. Sentían que los miedos se esfumaban y que la vida corría por sus venas: era la libertad.

Cuando volvieron a estar en las nubes, se detuvo, con las alas aún extendidas y el cuerpo estirado hacia arriba. Permaneció suspendido unos instantes, relajó los músculos y echó la cabeza hacia atrás. Leonardo miró hacia abajo y luego hacia el hocico del dragón. El corazón le latía con fuerza, los pulmones buscaban oxígeno con desesperación y todos los músculos estaban agotados; sin embargo, se sentía más vivo que nunca. Intercambiaron una mirada cómplice y una carcajada, y entonces hizo lo que aún no se había atrevido a intentar. Soltó su agarre y se apartó del dragón, estirando los brazos hacia los costados y dejándose caer. El rojo se volvió para mirarle a los ojos y siguió su ejemplo. El cielo y la tierra se intercambiaron y el viento empezó a azotar con más fuerza, mientras la luz del sol hacía brillar las escamas rojas del dragón.

Rafael lanzó un poderoso rugido y aceleró su descenso, colocándose bajo el líder. Leonardo aterrizó de pie sobre su espalda. Aún le temblaban las manos por el riesgo que acababa de correr, pero la confianza que tenía en el dragón borraba todas las dudas, todos los sí y los peros. Miraron el horizonte una vez más y se dejaron llevar por el viento, seguros de que ésta sería sólo la primera de las innumerables locuras que harían juntos.

Volaron durante horas, visitando bosques, montañas y mares. Sin duda no habían elegido la ruta más corta para llegar a su destino, pero había merecido la pena. Nunca olvidarían aquella energía y emoción que habían experimentado. Aterrizaron en el límite de un bosque y se tomaron un breve descanso para saciar su sed. Luego continuaron a pie entre los árboles hasta llegar a los pies de una montaña árida y infranqueable; un volcán inactivo desde hacía siglos.

El rojo se quedó helado con la cabeza vuelta hacia arriba y la boca entrecerrada. Leonardo se volvió hacia Hiems en busca de una explicación a aquel cambio, pero ni siquiera necesitó preguntar.

"Este es el lugar donde nació. Nunca dejaron de esperarlo"

De repente, Rafael se lanzó hacia la pared rocosa y empezó a escalarla. Sus garras destrozaron la roca bajo ellas y sus movimientos se hicieron cada vez más rápidos. Al poco tiempo llegó a una plataforma y se detuvo de nuevo, con los ojos fijos en una cueva. El dragón de hielo los alcanzó poco después. El líder se deslizó lentamente por el lomo del dragón y le puso una mano en la pata para indicarle que siguiera, pero parecía como petrificado: "Hey, está todo bien. ¿Qué es lo que te preocupa?"

"No sé... es que ha pasado tanto tiempo... ¿y si ya no son como los recuerdo?"

"Bueno, tú también has cambiado mucho desde entonces, pero eso no importa. Siempre serán tu familia" Se alejó unos pasos y le sonrió.

El rojo respiró hondo, le dio las gracias en un susurro y finalmente dio un paso al frente.

Entre amor y destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora