Capítulo 2.

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Contemplarlo a él de la manera en que lo hacía era como recibir un regalo divino, como si la mera existencia de su ser me infundiera el aliento necesario para seguir viviendo

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Contemplarlo a él de la manera en que lo hacía era como recibir un regalo divino, como si la mera existencia de su ser me infundiera el aliento necesario para seguir viviendo. En esos instantes, sus ojos se perdían enamorados en el arrebol que se desvanecía lentamente en el extenso cielo.

—¿Por qué no le cuentas a nadie de lo nuestro? —preguntó momento después deslizando la pierna por el verde pasto.

—A menudo la felicidad se ve apañada por las personas, especialmente cuando empiezan a tener envidia —respondí con convicción. Abrazando a mis propias piernas dejé que mi mirada se perdiera en el vasto campo que se desplegaba a lo lejos.

—¿Realmente piensas eso?

—Profundamente.

Su mirada se posó en la mía, lo contemplé como a un santo. Apenas podía asimilar, o tal vez mi falta de autoestima o amor propio no me permitía creer, que alguien tan magnífico e inhumano (no en el sentido literal de la perfección) pudiera sentir interés por alguien como yo. Cada rasgo suyo desafiaba la comprensión humana, ya que nunca antes había conocido a alguien similar, al menos no a alguien que no estuviera retratado en los escritos de alguna mujer.

Sin embargo, a pesar de la maravilla, a menudo me embargaba el temor a la idealización y al inmenso poder que esta conlleva.

—Muchas veces siento temor, ¿sabes? —no comprendí a qué se refería con eso.

—¿A qué te refieres? —cuestioné entonces.

—Temo por este parecido entre nosotros, por lo cercanos e iguales que somos.

—A mí me reconforta —admití con una sonrisa espontánea.

Su mano tomó la mía, besando el dorso; sus labios eran cálidos como el primer rayo de sol en medio de un cruel frío, suaves como abrazos reconfortantes en la tristeza y delicados como porcelana en los museos. Mantuvo mi mano mientras acariciaba mi helada mejilla.

—Eres la paz que nunca busqué, y eso me aterra —a menudo no entendía sus palabras, algo que él sabía al ver mis cejas fruncidas—. Porque las personas arruinan la felicidad, como tú bien dices.

Besó mi frente, transmitiéndome la seguridad que necesitaba.

Besó mi frente, sabiendo que también rozaba mi alma.

Le entregué a Dhorian algo que pocos reciben con facilidad: mi desnudez. No hablo de ver bajo mis ropas; hablo de la desnudez de mi ser, aquello que no es fácil mostrar porque la piel es solo una capa.

Sin embargo, lo que soy es lo que me atemoriza revelar, y él lo contempló todo, cada rincón de mí.

Sin embargo, lo que soy es lo que me atemoriza revelar, y él lo contempló todo, cada rincón de mí

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𝙱𝚎𝚑𝚒𝚗𝚍 𝚈𝚘𝚞.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora