Capítulo II: Jugando a lo Axel Svensson.

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Capítulo 2:

Jugando a lo Axel Svensson.


Hayden.

Cerré el libro con fuerza y lo guardé en mi mochila. No lograba ponerme en la piel del personaje y no, no era porque la historia fuese mala; al contrario, era buenísima y me hubiese encantado seguir leyendo, pero estaba demasiado... ido.

Los que me rodeaban siempre me habían considerado un milagro con una maldición. Sabía que era extraño, pero les entendía perfectamente. Me preocupaba por el bienestar de los demás mucho más que por el mío, y muchos se aprovechaban de mí por eso mismo, por mi bondad.

Tenía un don peculiar y bastante particular, reconocía fácilmente a las personas que estaban rotas. Pero identificar a las malas personas era algo que me costaba más porque pensaba que en el fondo nadie era tan malo... Aunque con Lily nunca lo dudé, cualquiera se daría cuenta de la maldad que desprendía a borbotones. Siempre, desde pequeño, había pensado que el carácter era algo que se iba formando por las experiencias que vivíamos; sin embargo, cuando vi a Lily por primera vez con unos ocho o nueve años supe que la crueldad de nacimiento también existía. Que los monstruos sin motivos ni razones también existían y puede que fuesen víctimas de la lotería de la genética, pero eso no les hacía menos monstruos. Lily lo era, y nadie podía redirigirla por el buen camino, así que no me había molestado en ayudarla.

No le deseaba nada malo. Nunca se lo deseaba a nadie, ni al ser más atroz del planeta. Pero cada noche rezaba porque permaneciera sola por el resto de su vida porque no sabía tener compañía (a excepción de Paige, puede que no fuese ni la mitad de malvada que ella, pero también había algo en su interior que me daba escalofríos...). Era por eso que me preocupaba la chica nueva... Ashley. Ashley Grisson.

No podía dejar de pensar en ella desde que la había visto. Cuando había doblado la esquina para llegar al aula donde dábamos clases, percibí algo... Había maldad (supongo que de Lily y Paige), pero había algo que sobresalía demasiado, mucho más que eso, algo que me atrajo y me entristeció a la vez... Una rotura. Un dolor incesable. Una tristeza profunda. Y algo más que no pude comprender, ese algo que hacía que quisiera ir corriendo a ver a quién pertenecía eso que percibía. Lo que desprendía esa chica había hecho que me atrajera mucho antes de verla siquiera, supe desde el primer momento que estaba jodido. 

Cuando la vi, confirmé mis sospechas, su brillo estaba fragmentado y entendí la razón por la que había querido salir corriendo hacia ella, joder, era guapísima. Con esos rizos indomables, esos ojos tan oscuros que me resultaba difícil diferenciar la pupila del resto, la manera en la que ese top se ajustaba perfectamente a la curva de su cintura y a sus pechos, la forma en la que me recorrió el rostro con la mirada para luego mostrarme su sonrisa más pura, una sonrisa que hizo que el pulso se me subiera a la garganta y sintiera los latidos de mi corazón en los oídos... Toda ella resultaba magnética. Y eso era sin duda todo lo opuesto al tipo de chica que sería amiga de Lily y Paige. Me extrañaba que estuviera con ellas. Algo estaba pasando. Algo malo que tenía que detener antes de que llegara a más. Pero ¿qué era exactamente?

—Ey. —Oliver se desplomó en su asiento justo a mi lado.

Sonreí en forma de saludo,  él enarcó una ceja al percatarse de algo.

—¿No lees?

Él mejor que nadie sabía que el trayecto que hacíamos en el autobús cada día, ida y vuelta, para ir al instituto desde nuestras casas era el único momento en el que podía leer... En casa ni se me hubiese ocurrido, mis padres solían decirme que eso me hacía ver menos masculinos; sí, mis padres eran un poco estúpidos y estaban tachados a la antigua, pero me había acostumbrado.

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