Capítulo I: Instituto nuevo, vida nueva, zorras nuevas, guapetón nuevo.

36 4 5
                                    

(Antes de empezar: este capítulo va a ser un poco más largo que los demás porque es introductorio, por esa razón voy a dividirlo en varias partes).

I. 

Instituto nuevo,

vida nueva

zorras nuevas,

guapetón nuevo.

Ashley.

Mudarse nunca es fácil. Menos lo es empezar en un nuevo instituto en el que no conoces a nadie. Da igual lo marginada, popular o hija de puta que hayas sido; haces tachón y cuenta nueva, por lo que podríamos considerar que cambiar de instituto es parecido a cambiar de vida. Tienes una oportunidad de tener la vida que siempre soñaste, pero también existe esa posibilidad de joderlo todo, de vivir una vida mucho peor de lo que veías posible.

Por mi parte, nunca había temido a los cambios. Supongo que es porque mi vida me estaba yendo increíblemente bien desde hacía varios años, y creía que mi buena suerte continuaría por muchos más.

Había pasado de vivir en el campo, a vivir en la gran ciudad. Y había pasado de ir a la Ivorythorn Preparatory —un lugar en el que tu única preocupación era salir vivo de allí—, a ir al Pretty Coast Academy —un instituto de pijos, llamado así por los pocos metros que separaban al edificio de la playa. Presumían de la cercanía al mar, y muchas de sus actividades físicas tenían lugar en la playa; pero a mí nunca me había gustado la arena, el mar y menos el sol, odiaba el olor a espetos y me daban ganas de lanzarle unas cuantas piedras a los niños que, corriendo, te salpicaban arena—.

Me recosté en mi cama mientras me frotaba los párpados con pereza. Tras unos segundos, miré el despertador rojo que había situado en la mesita de noche meses atrás; indicaba que eran las ocho menos cuarto, la hora de despertarse, pero no me apetecía en absoluto: el día anterior me había acostado alrededor de las cinco de la mañana después de pasarme toda la noche viendo, y comentando con mi amigo James, documentales de asesinatos porque no estaba acostumbrada al peculiar horario de las escuelas de la gran ciudad y no tenía ni un ápice de sueño. Así que no, no me quería levantar, necesitaba mínimo ocho horas de sueño o me levantaría con una mala leche increíble. Y había dormido menos de tres horas, así que podéis imaginaros que me había levantado no con un pie izquierdo, sino con dos o tres.

Hice unos cálculos mentales rápidos, me quedaba media hora para salir de casa, por lo que tenía tiempo suficiente para echarme una mini-siesta.

Me giré hacia la pared, lista para dormir, y mis ojos se fueron cerrando lentamente.

Cuando mi madre vociferó como si le hubiese poseído el diablo, sentí que solo habían pasado dos segundos desde que mis ojos se cerraron.

—¡Ashley, llegas tarde!

Di un respingo que me puso en pie. Lo primero que hice nada más levantarme fue cerrar la ventana con fuerza, estaba harta de la brisa marina que solo traía consigo aire ardiente; las noches aquí eran un infierno, me levantaba con dos litros de sudor encima por lo menos.

Le arranqué el cargador a mi teléfono para mirar la hora y si tenía algunas notificaciones. Eran las ocho en punto, daba tiempo para otra cabezadita, ¿no?

Estaba a punto de echarme otra vez a dormir, aunque fuesen dos minutos, cuando mi madre abrió la puerta con impaciencia. En su rostro percibí que había leído mis pensamientos, y forcé una sonrisa inocente.

—Primer día de clases, no llegues tarde —me advirtió al borde de perder los papeles.

Una vez salió de mi habitación, abrí mi armario para pelearme con las perchas y acabar cogiendo un top cualquiera. Después, me dirigí hacia un cajón y también agarré lo primero que pillé.

Corazones ApostadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora