III: -Déjalo entrar, déjalo entrar. Déjalo. Entrar. -¡Cállate, Lourdes!

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/No preguntéis por el nombre del capítulo, estoy un poco desequilibrada. 


Ashley.

Habían pasado dos semanas desde el primer día de clases y no sabía cómo manejar aquella situación.

Dos semanas. No sabía nada de mis amigos del pueblo —sin contar a mi mejor amigo James, todos me dejaban en visto los mensajes y me habían echado del grupo de quedadas que yo misma había creado años atrás—. Y aquí no había avances. Oliver me había invitado a un partido de fútbol de Hayden el segundo día, pero después de eso dejó de hablarme, tanto él como Hayden... Tampoco es que me importase mucho, eran dos imbéciles, me lo habían demostrado con el tema de la rodilla de Hayden, su amigo lo presionó y él en vez de negarse —como hubiese hecho una persona sensata y madura—, había salido a jugar. Así que estaba bien que no me hablasen. Porque no entendía a los hombres... Ni a las mujeres. Solo a mí (a veces ni eso) y eso era más que suficiente.

En cuanto a Lily... No podía darme más gracia. Porque había conseguido manipularme. Y hacía mucho que nadie lo lograba. De hecho, esas dos personas tenían algo en común: eran unas hijas de la gran puta que se empeñaban en amargarme la vida cuando yo a ellas no les había hecho nada. Al menos Lily aún —y seguramente estuviese a punto— no había llegado a las manos ni a los golpes. Y esperaba que no lo hiciese, porque ya no era la misma niña de ocho años que dejaba que la maltrataran; de esa niña inocente no queda nada, la mataron y la suplantó un monstruo. Lily sabía que estaba jugando con fuego, sabía que un paso en falso podía significar caerse por un precipicio y que todos sus órganos reventaran al estrellarse contra el suelo.

Mi único aliado en ese nuevo instituto parecía ser un maldito trasto tecnológico que me permitía pelearme con viejas de un tema el cual desconocía, pero me gustaba llevarle la contraria al mundo... Así me distraía y olvidaba que mi vida era una auténtica mierda. Que siempre lo había sido, pero que ahora lo era aún más porque al no tener amigos todo el tiempo estaba yo sola y eso me permitía pensar en lo patética que era.

Por suerte seguía teniendo a James, me escribía todos los días para preguntarme cómo estaba y si las cosas iban mejorando. Estaba al corriente de la situación. Era la única persona que lo sabía casi todo sobre mí... Bueno, era la única persona que se había interesado en saberlo.

Todos los recreos, al igual que ese, me sentaba en un pequeño banco fingiendo que mostraba interés a lo que decían mis "amigas" cuando en realidad estaba con el móvil viendo vídeos cortos y poniendo comentarios que responderían las viejas insultándome. Me encantaba provocarlas. Y era un buen plan para pasar esos treinta minutos de infierno y tortura... En esos momentos, prefería una clase de tecnología —la asignatura que más odiaba— antes que el recreo. Y lo había adorado con toda mi alma en el pasado. Pero las cosas cambian. En un abrir y cerrar de ojos. Y te das cuenta de que todo aquello por lo que te has quejado en realidad no era para tanto. Que podría haber sido mucho peor y que ahora estás viviendo ese mucho peor.

Tecleé rápidamente una respuesta a una de las viejas enfadadas cuando unos dedos se chasquearon frente a mis narices.

—Ashley. —Lily suspiró con pesadez.

Levanté mi mirada cargada de odio hacia ella. Lily y Paige sabían que las detestaba. No les importaba. Solo querían tenerme con su marioneta y encargarse de que no tuviera amigas. No sabía por qué les interesaba tanto, ¿acaso se creían unas justicieras o algo por el estilo? ¿Querían salvar a todo el que fuera posible de mí? No las entendía, había venido aquí para ser una más de esas adolescentes normales, mi cosa favorita serían los vestidos y mi tema principal el rímel que me compré la semana pasada, nada de muertes ni asesinatos ni esas cosas consideradas chungas, solo una chica normal. Y eso era triste. Pero más triste era ser una rarita en esa ciudad. 

Corazones ApostadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora