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Mamá lee en este momento, Heeren, Vrouwen en Knechten, pero a mí me lo han prohibido; primero tendré que madurar más, como mi «talentosa hermana», que ya leyó esa obra. Se ha hablado también de mi ignorancia; yo nada sé de filosofía ni de psicología. ¡Quizá sea menos ignorante el próximo año!

(Acabo de consular en el diccionario estas difíciles palabras).

Compruebo algo alarmante: no tengo más que un vestido de mangas largas y tres chalecos para el invierno. Papá me ha permitido tejer un suéter blanco con lana de oveja; la lana no es muy bonita, cierto, pero su calor será una compensación. Tenemos más ropas nuestras en casa de otras personas; lástima que no podamos ir a buscarlas antes de que termine la guerra, y, aún así, quién sabe si las recuperaremos.

Hace un momento, apenas terminaba de escribir sobre la señora Van Daan, ella tuvo la ocurrencia de entrar en la habitación. ¡Tac! Diario cerrado.

-¿Qué, Ana? ¿No me permites ver tu diario?

-Me temo que no.

-¡Vamos! ¿Ni siquiera la última página?

-No, ni siquiera la última página.

Me ha dado un buen susto. En esa página ella no aparecía nada favorecida.

Tuya,

Ana

Viernes 25 de septiembre de 1942

Querida Kitty:

Ayer estuve «de visita» en casa de los Van Daan para charlar un poco; es algo que hago de vez en cuando. A veces se pasa allí un momento agradable. Entonces, se comen bizcochos antipolillas (la caja de lata la guardan en el armario que está lleno de bolas de naftalina), y bebemos limonada.

Hablamos de Peter. Les dije que Peter me acariciaba a menudo y que a mí me gustaría que dejara de hacerlo pues me desagradaban tales demostraciones de parte de los muchachos.

Con entonación paterna, ellos me preguntaron si en realidad yo no podía encariñarme con Peter; porque, según dijeron, él me quería mucho. «¿Ah, si?» pensé, y dije:

-¡Oh, no!

Dije también que por momentos Peter me parecía un poco torpe, pero que probablemente era tímido, como todos los muchachos que no estaban acostumbrados a alternar con chicas.

Debo decir que el comité de refugiados (sección masculina), se muestra bastante ingenioso. Te relataré lo que han inventado para dar noticias nuestras al apoderado de la Travies, el señor Van Dijk, que ha guardado secretamente algunos de nuestros objetos personales y es amigo nuestro. Enviaron una carta mecanografiada a un farmacéutico, cliente de la casa, que vive en la Zelandia Meridional, adjuntando a la carta un sobre escrito por papá con la dirección de la oficina; el farmacéutico se sirve entonces de ese sobre para enviar una respuesta. Tan pronto como ella llega, sustituyen la carta del farmacéutico por un mensaje manuscrito de papá dando señales de vida; la carta de papá, que ellos enseñan entonces al señor Van Dijk, parece haber pasado de contrabando por Bélgica y mandada vía Zelandia; éste puede leerla sin sospechar de la treta. Se ha elegido Zelandia porque es limítrofe de Bélgica, y, además, porque no se puede ir allí sin permiso especial, de manera que Van Dijk no podría comprobar si realmente estamos allí.

Tuya,

Ana

Domingo 27 de septiembre de 1942

Querida Kitty:

Acabo de tener una gran discusión con mamá; lo siento, pero no nos entendemos muy bien. Con Margot tampoco marchan las cosas. Entre nosotros no suelen darse el tipo de estallidos que hay en el piso de arriba, que son bastante desagradables. Estas dos naturalezas, la de mamá y la de Margot, me son totalmente extrañas. En ocasiones comprendo mejor a mis amigas que a mi propia madre. ¡Es una lástima!

El diario de Ana Frank  (Historia Original)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora