Capítulo 3

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El siguiente sábado, aprovechando que lo tenían libre, Javier y Adrián, muy emperifollados y engalanados, se fueron de parranda a Papi, uno de los mejores nightclubs de la ciudad, tal y como lo habían planeado con suficiente antelación, acompañados de dos amigas de este último. Como el colombiano era prácticamente abstemio y tenía su vehículo, se ofreció como «conductor elegido» con el mayor de los gustos. Comieron tacos con gran apetito, bebieron tequila -excepto el bogotano, quien se decantó por agua carbonatada con zumo de limón e hielo- y movieron el esqueleto en la pista del bullicioso y atestado establecimiento. El ambiente estaba de maravilla y la música -salsa y otros aires afrocubanos de la Fania All Stars mezclados con destreza por el deejay- era el mejor catalizador para todos los allí presentes.

En uno de sus «turnos» de baile con su agraciada pareja salvadoreña Javier divisó de pronto a Helen, a unos diez metros de distancia, sentada ante el mostrador del bartender, con una copa de margarita en la diestra. Como en las dos ocasiones anteriores, lucía un vestido ajustado y escotado, el cual relampagueaba con vigor gracias a la miríada de luces de reflectores y bolas de espejos que se movían de acá para allá y de allá para acá por todo el lugar. Estaba más hermosa y provocativa que nunca. Y, para colmo de males -o de bienes, según se mirase- estaba sola, o eso parecía.

El colombiano, desconcertado, pasó saliva y le dio la espalda a la susodicha «nórdica» mientras seguía danzando con la compatriota de Adrián.

«¡Mierda! ¿Qué carajos hace esa vieja aquí? ¿Y ahora? ¿Qué hago para que no me vea, ah?», pensó, con la agilidad que le permitió su afortunada sobriedad.

¡Ni modo! No había forma alguna de conseguir, prestada, comprada o regalada, una gorra que le ayudase a ocultar en parte su fisonomía. Resignado, continuó azotando baldosa y, al final de la tanda musical, él y su compañera tomaron asiento en la mesa junto a sus «hermanos» de rumba. Adrián, animado por los vapores de la bebida, se acercó a su colega y, en voz alta por causa del barullo de bafles y personas que dominaba la estancia, le espetó pícaramente:

-¡Oye, compa, ¿ya viste quién está por aquí?!

El bogotano, mordiéndose los labios, asintió primero con la cabeza.

-¡Sí, ya vi! Pero ni usted ni yo vimos nada, ¿de acuerdo?

El centroamericano, por toda respuesta, se echó a reír, al tiempo que levantaba su enésimo trago de licor de agave mexicano.

-¡Está bien, está bien! ¡Salud por lo que no vimos! -dijo, para a continuación, «empujárselo» hasta el fondo.

-¿Qué fue lo que no vieron, a quién no vieron, si se puede saber? -inquirió, fingiendo celos, la pareja de este, más desinhibida y «prendida» que la del sudamericano.

-Eso pregúntaselo a él mejor, mi vida...

Ante la inquisidora mirada de la muchacha, Javier, incómodo y sonrojado, intentó echarle tierra al asunto como pudo:

-Alguien que no vale la pena, ¡fresca!

En ese momento, una tercera e inesperada voz femenina llamó al colombiano por su nombre. El corazón del aludido saltó ipso facto hasta su garganta del tremendo susto. El mal ya estaba hecho: había sido descubierto. Helen, radiante, despampanante y asimismo envalentonada por el cóctel que había tomado, se aproximó dichosa al abochornado bogotano y, agachándose sensual, le estampó un sonoro beso en la mejilla izquierda. Adrián y sus no menos perplejas amigas contemplaron la escena estupefactos.

La mujer tomó la mano de «su camarero favorito» y, con un gesto, señaló la luminosa pista de baile.

-Come with me! Let's go! -exclamó, risueña.

Una Tentación Etiqueta AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora