-Order sixty-four ready!
Javier, atento, tomó la bandeja plateada con exquisitas viandas, la levantó a la altura de su cabeza y la llevó a la correspondiente mesa del lujoso restaurante en donde laboraba como waiter desde hacía más de tres meses.
En esa noche de sábado la jornada de trabajo se hallaba bastante atareada en el establecimiento; lleno total. Ubicó, orondo, los platos frente a los tres hambrientos comensales y, advirtiendo el arribo de una elegante pareja -hombre y mujer-, se aprestó a recibirles, cortés, y conducirles hasta una de las escasas mesas reservadas que allí había.
No obstante disimuló lo mejor que pudo, quedó sorprendido por la deslumbrante belleza de la dama recién llegada. Era alta -alrededor de 1,75 metros de estatura-, de unos veinticinco años de edad, delgada, blanca como la nieve. Poseía una larga y sedosa melena rubia natural que le llegaba hasta la cintura y enmarcaba magistralmente un rostro angelical de penetrantes ojos azules claros, nariz pequeña algo respingada y labios rojos y carnosos. Su cuerpo, ataviado por un ajustado y escotado vestido de seda negra y brillante que demarcaba bien su muy femenino contorno, era espectacular. Lucía en su cuello una suntuosa gargantilla de oro. Sus senos, grandes, redondos y firmes, estremecieron sobremanera al camarero, quien prefirió concentrar toda su atención en las cartas del menú que enseguida presentó a ella y a su refinado acompañante, un hombre de casi dos metros, corpulento y ceñudo, de abundante cabellera dorada recogida en una cola.
Sendas órdenes, una de organic king salmon y otra de surf & turf, amén de una generosa botella de spinetta barbaresco, fueron solicitadas por ambos a continuación.
En tanto el diligente mesero tomaba nota en su libreta reglamentaria, la mujer se fijó en él y le recorrió, de arriba abajo, con su celeste mirada. Javier, absorto en sus apuntes, no se percató. O quizás sí, de soslayo, pero sus obligaciones estaban primero, al menos en esos cruciales instantes.
Concluida la maniobra, se retiró, cortés, dirigiéndose de inmediato a la barra de la cocina a entregar la respectiva orden al staff. Adrián, su colega y amigo, de origen salvadoreño, quien aguardaba recibir su charola a despachar, no pudo evitar abordarle:
-Oye, ¡qué guapa está la dama esa que estás atendiendo, ¿verdad?! -susurró, con una pícara sonrisa.
-Pues sí, ¿no? -respondiole el colombiano-. No puedo decirle más, compa, porque soy un hombre casado y amo a mi esposa.
-¿Ah, sí? ¡No me digas! Casado o no casado estás de suerte hoy -dijo el centroamericano, divertido, mientras se hacía, por fin, con la esperada fuente de apetitosos manjares de la casa y la transportaba hacia la concerniente mesa bajo su tutela.
Javier cumplió con sus deberes a carta cabal, con pulcritud y profesionalismo, tal y como venía haciendo desde que asumió sus funciones como server en aquel exclusivo comedor gourmet, uno de los mejores calificados de la ciudad de Calgary y a menudo visitado por altas personalidades del mundo de la política, los negocios y el espectáculo, tanto nacional como internacional. Muy probablemente a este último -eso supuso- debía pertenecer la rubia en cuestión. Nunca, que recordase, había visto en su vida a una persona del sexo opuesto tan hermosa, tan perfecta, tan seráfica, tan... tan deseable, asimismo. Ni siquiera en todo el tiempo que llevaba viviendo allí en Canadá, país por naturaleza generoso en chicas caucásicas preciosas, había atisbado una como ella.
¿Era, acaso, de ascendencia escandinava, rusa o ucraniana?
Bien podía ser. O, a lo mejor, de otro mundo, de quién sabe qué reino celestial -si es que existían varios, claro-.
«¡Afortunado tipo!», dijo el camarero para sus adentros, en medio de sus quehaceres, entretanto lanzaba una furtiva mirada hacia el hombrón compañero sentimental de la susodicha mujer. «Tiene cara de puño, sí, pero, como dicen por ahí, chequera mata galán. Pero, igual, ¡a mí qué carajos me importa! Ella es solo una cliente más y yo tengo a mi mujer y la amo. ¡Déjate, pues, de pendejadas, Javier Useche, ajuíciate, por Dios!»
Finalizada la cena y paladeado con fruición el delicioso postre de mango chutney con cardamomo y coco de igual manera requerido de común acuerdo, la pareja -concretamente el «afortunado» individuo de adustas facciones- hizo efectivo el pago con una tarjeta de crédito American Express negra, dejó una buena propina al colombiano y se retiró.
A la vez que rescataba la carpeta de cuero de la mesa y depositaba los pequeños platos de porcelana en su bandeja, el bogotano contempló, absorto, a la «eslava» alejarse camino a la puerta del establecimiento, tomada de la mano con su novio/esposo/lo-que-fuese.
-Cuidado, ¿eh? -le despabiló Mario, otro camarada suyo que por su lado pasó-. Que te puede pillar el manager y te mete tu warning.
-¡A... ah no, fresco! Estaba calculando cuánto es mi tip en moneda de mi país -contestó Javier, con el corazón a mil, llevándose sus bártulos de vuelta a la barra.
A las once de la noche, agotado, el colombiano terminó su exigente turno de ocho horas -más una extra- de trabajo y regresó, en el pequeño vehículo de segunda mano que le había comprado a un compatriota, al apartamento de un dormitorio que había conseguido recientemente en Deer Ridge, uno de los barrios más accesibles de la gigantesca urbe albertana. Entró en su habitación, encendió el ventilador de techo, se desnudó y se refugió un buen tiempo bajo la ducha. Ad portas del verano, el agua fría era una delicia. Después, fresco como una rosa, se recostó en su cama, prendió la televisión y echó mano de su celular, revisando, acto seguido, los whatsapps no leídos en el transcurso de su horario laboral.
Los de su esposa, como siempre, estaban en primer lugar en la lista, en su mayoría en forma de mensajes de voz:
«Hola, mi amor, ¿cómo estás? Te cuento que la niña sacó un cinco en la previa de inglés, la profesora la felicitó y todo. ¡Está tan feliz! Pero también se siente, porque le haces mucha falta, tú sabes. Carlitos también te extraña mucho, pero no te preocupes, está muy juicioso en el colegio. ¡Dios mío, no veo la hora de que podamos pagar rápido esa deuda y regreses con nosotros! Me muero de ganas de estar contigo, ¡tengo una arrechera que no te imaginas! Bueno, cuídate mucho. Mañana hacemos videollamada, ¿vale? Que descanses, ¡te amo!»
Sendos emoticones, gifs y pegatinas remataban la escueta pero candente comunicación.
El bogotano, lascivo por naturaleza -y más ante semejante confesión-, digitó, en tanto se mordía el labio inferior:
«¡Qué alegría, gorda, felicítalos de mi parte y dile que los amo muchísimo!»
«Yo también te deseo con locura, me muero por darte como a violín prestado, follarte toda la noche hasta dejarte exhausta al amanecer. Así que prepárate, ¿oíste? ¡Quedas advertida!»
«Sí, amor, con el favor de Dios para fin de año nos quitaremos por fin de encima ese puto banco y pasaremos las fiestas juntos. Por eso seguiré trabajando como mula aquí, ya verás que cinco meses se pasan volando.»
«Hasta mañana, mi amor, acabo de llegar y estoy rematado. ¡Besos en todo tu cuerpo! Bye.»
Chequeadas y respondidas las notificaciones de sus padres, parientes y amigos más cercanos en su patria natal, el esperanzado camarero puso a cargar el dispositivo sobre la mesilla a su derecha y, con los brazos abiertos y las manos entrelazadas en la nuca, se puso a reflexionar y soñar despierto, como solía hacer casi todas las noches.
¡Cuánto anhelaba estar con sus hijos, con su esposa! Dormir junto a ella, sentir su calor, su olor. Cuando estaba en Colombia, a pesar de su difícil situación económica, la cercanía de su mujer le reconfortaba sobremanera. Ahora, más que nunca, anhelaba tenerla a su lado allí donde estaba. ¡Lo mismo a sus dos vástagos! Volver a tener la dicha y la alegría de verles llegar del colegio. Amaba ser padre y esposo, amaba a su familia con locura. ¡Maldito dinero! ¡Maldito capitalismo salvaje! Lo odiaba tanto como lo necesitaba, con todas sus fuerzas. Por esta última razón era que se hallaba a más de seis mil kilómetros de distancia de sus seres amados. ¡No era justo!
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Una Tentación Etiqueta Azul
RomanceJavier, un profesional colombiano, se ve forzado a trabajar como mesero en Canadá para poder pagar más rápido un crédito hipotecario que tiene al borde de la asfixia las finanzas de su núcleo familiar. Tras varios meses lejos de su hogar, recibe una...