Capítulo 6

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La noche siguiente, fiel a lo acordado, llegó Adrián, en un Uber que había contratado. Para fortuna de Javier en esta ocasión ya no le tocaría ser forzosamente el «conductor elegido» del grupo. Al abordar el vehículo, el colombiano quedó sorprendido: el único pasajero del mismo era justo su colega de trabajo.

—¡Qué hubo, hermano! Oiga, ¿y sus amigas qué, no van a ir con nosotros también? —preguntole, intrigado.

—No, la verdad no las invité —respondió el salvadoreño, estrechándole la mano, con otro guiño de complicidad—. Vos sos mi invitado hoy, ya te lo dije.

Veinte minutos después el coche les dejó al frente del renombrado bailadero calgariano. Ambos camareros, con sus mejores prendas y bañados en colonia a la usanza de Latinoamérica, ingresaron orondos en el establecimiento. Javier, a la cabeza del «grupo», parecía Tony Manero penetrando en el 2001 Odyssey. En lugar de A Fifth of Beethoven de Walter Murphy & The Big Apple Band, el soundtrack que atronaba el interior resultó ser Chica Plástica, de Rubén Blades. Como siempre, Papi se hallaba colmado de mujeres muy bellas, de todos los colores, quienes de inmediato se fijaron en él y en su compa, lanzándoles tremendas miradas seductoras a continuación.

Sin pérdida de tiempo, Adrián tomó de la mano a una de aquellas risueñas damas y la llevó a la pista de baile. El bogotano, animado por el ambiente y la buena música, le imitó.

Bailaron a gusto un buen rato, muy entretenidos, con aquellas espectaculares chicas y las descrestaron con su destreza de movimientos «salseros». Aún así, el recuerdo de su núcleo familiar permanecía grapado en la mente de Javier. No, así no podía seguir, reflexionó. Había venido a distraerse, a pasarla rico, libre de preocupaciones y melancolías. Para ello, desde luego, sólo había una solución posible.

Apenas terminó la pegajosa canción se excusó con la despampanante morena que había escogido y se dirigió presto al mostrador de las bebidas, donde, al mejor estilo de un espía británico, solicitó al bartender un martini. Apenas lo recibió, lo despachó hasta el fondo de un sorbo.

Aah! Gimme another one, please! —dijo al empleado, con valor y determinación.

Tras apurar con idéntica rapidez el segundo trago agradeció y se encaminó de vuelta a la pista de baile, donde su amigo seguía meneando el esqueleto muy bien acompañado. Entretanto serpenteaba entre la densa multitud, cuando estaba a punto de llegar a la luminosa plataforma, sintió que alguien le retenía tomándole por el hombro. Al voltear a ver de quién se trataba quedó estupefacto. ¡Era Helen, su inolvidable cliente del restaurante!

Estaba más hermosa, despampanante y sensual que nunca. Esta vez llevaba puesto un llamativo vestido azul puro, diminuto y ajustado como los anteriores, que asimismo resaltaba sus cautivadoras curvas incitantes al pecado, al peligro. Su resplandeciente melena rubia se hallaba suelta. ¡Qué mujer, por Dios!

—Hola, Javier, ¿cómo estás? —pronunció, en un regular español, la singular canadiense, coqueta y feliz por haberle encontrado de nuevo en dichos bulliciosos lares.

—¡Hola, Helen! —contestó el colombiano, con igual actitud, animado por los vapores del martini—. ¡Oye, estás preciosa!

La chica no respondió. Le tomó entonces de la mano y lo llevó al centro de la pista de baile. El salvadoreño les contempló al tiempo que danzaba con su «musa original» y sonrió divertido.

Helen, risueña, contoneaba sus caderas con delicia mientras reía, mirando a su «mesero favorito» directo a los ojos. Este, eufórico, le seguía los pasos con destreza. Como se había dado cuenta en la ocasión anterior allí, en ese preciso lugar, la mujer tenía facilidad para llevar el ritmo de los aires musicales del Caribe. Cuando el deejay cambió la canción, la locura fue total. «Chaca boom», de Joey Pastrana, disparó la exultación de toda la concurrencia de aquella disco.

Una Tentación Etiqueta AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora