El nacimiento es tradición

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Hace mucho tiempo, antes de que existieran relojes y relojeros, antes de que hubiesen ciudades y porteros, antes de la agricultura, antes de la astronomía..., la Luna solía conversar con un recolector.

―Oye, recolector. Dime algo, dime tú. ¿Qué harán tú y los tuyos la noche que viene?

―¿La noche que viene? No lo sé, querida Luna. ¿Por qué me lo has de preguntar?

―La noche que viene será una noche muy larga, la más larga y oscura de las noches en esta gira del Sol, recolector. La tormenta será intensa y coincide con mi décimo segunda rotación. No estaré para charlar, para alumbrarte. Será oscuro, será intimidante.

―¡Es cierto! ―exclamó el recolector que, a diferencia de sus semejantes, conocía las estaciones y se comunicaba con el cielo―. El invierno está por encrudecer, aumentará la austeridad, la escasez. Hemos de prepararnos. ¡He de avisarles! Pero, querida Luna, ¿cómo he de convencer a los demás? No soy cazador ni guerrero. No me tienen respeto. Si les digo que hablo contigo, pensarán que enloquecí y me sacrificarán al dios del trueno, para que venza al frío.

La Luna meditó.

―¡Tengo una idea! ―exclamó tan alegremente que la costa fue azotada por la marea―. Haz una celebración. La alegría es una buena herramienta de unificación. Que haya un banquete para que se enorgullezcan de sus reservas, enciende un joven arbusto y verán que el viento gélido mantiene a las llamas sosegadas. Pero que no teman, exhibe una representación de la natividad del Sol. Así sabrán que crecerá desde hoy.

Y así lo hizo el recolector.

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