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Vegetta era el único brujo que quedaba después de la guerra de la oscuridad, donde toda su raza fue exterminada y tenía que vivir su vida sabiendo que podía morir en cualquier momento, aunque vamos, él no se sentía mal por ello en absoluto, de hecho se la pasaba bien sabiendo que era tan especial como para ser considerado único, y no ganaba poco siendo el único que tenía una tienda con hechizos personalizados en una pequeña cabaña, todo el mundo lo conocía entre lo clandestino y le tenían el suficiente miedo para no reportarlo con los reyes.

Ya que, era súper ilegal ser un híbrido vendiendo en situaciones sociales.

Pero agradecía a los dioses que le dieran la bendición de saber magia y poder comprar toda esa ropa de marca que era última moda casi como si fuera un príncipe más.

—Ugh, el clima está horrible— pensó en voz alta, poniéndose los lentes oscuros y caminando con una cesta en las manos, se dedicó a caminar sobre esas botas de tacón inmensas color negro, su capa flotaba contra la brisa del viento, después de una leve caminata llegó a las orillas del bosque, levantó sus lentes oscuros redondos sujetandolos con ayuda de su fleco levantado.

Le tomaría un breve momento para pensar en cómo sería luego limpiar aquellas hermosas botas de tacón carísimas de la tierra mojada y la hierba mala. Rodó los ojos en su pelea interna y comenzó a caminar hacia dentro de los arbustos titileantes.

A lo lejos pudo escuchar una reñida en el lenguaje de los nativos, y sólo pudo acercarse porque bueno, hablamos de vegetta, era un chismoso.

Cuando se acercó lo suficiente para ver sólo pudo encontrarse con la tenebrosa escena de su amigo Alex, siendo estrangulado por el supuesto chamán de allí, no pudo intervenir por el shock, no todos los días se ve a su amigo ser golpeado, sin embargo, tan pronto vio que se separaron y Alex apuntó a ir hacia otro extremo, él corrió hacia él deteniendolo.

—Alex— jadeó exhausto dejando caer la cesta, el pájaro se sorprendió y bajó sus hombros.

—Vegetta— suspiró sin creerlo. —¿viste aquello?

—Tu cuello— estaba molesto, furioso o tal vez asustado, se acercó a Alex peligrosamente acariciando sus hombros y tratando de ver la marca morada en su garganta, era un moretón bastante grande. —Dioses.

—No te preocupes— insistió tratando de alejarse, parecía más afectado de sentir el roce de las manos de alguien a que literalmente lo había estrangulado.

—¿Por qué no te defendiste?— siseó.

—No había porqué, me ha dejado en paz.

—Alex.

—Vegetta, lo tengo controlado, ¿qué haces aquí?

Alex no se sentía cómodo explicando por qué o cuando empezó Sapopeta a mostrarse agresivo consigo, y ni siquiera le importaba, ya no sentía el suficiente dolor en su garganta y lo que lo molestaba más era sentir que tenía que esconder esa gran marca en su cuello delgado que no se iría tan rápido como quisiese. Vegetta, decidió explicar más o menos su llegada.

—Resulta que tengo que ver que le has estado haciendo al rey de Karmaland— suspiró. —Y bien, dime que está vivo.

—Está vivo.

—¿Donde?— el pelimorado miró para todos los lados buscando respuestas.

—Está reposando de una flecha mía.

Hubo un breve silencio en donde ninguno dijo nada, apenas se pudo escuchar el croar de algunos pajaritos sobre ellos en las ramas de los árboles más lejanos a sus estaturas.

ᵖᵒʳ ˡᵒˢ ᵈⁱᵒˢᵉˢ ᵈᵉ ᵏᵃʳᵐᵃˡᵃⁿᵈ. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora