Estaba oscuro, demasiado oscuro. La habitación estaba helada, sabía que si me quedaba ahí por demasiado tiempo podría llegar a sentir el frío roer mis huesos, aún así sentía que no debía salir de ahí, que quizás llegaría a acostumbrarme al abismo, acostumbrarme al vacío que yacía frente mi. Una sensación extraña me recorrió la espalda, como si unas manos me estuvieran acariciando todo el camino desde la espalda baja hasta los hombros. Comenzó a arrastrarme de una manera demasiado delicada como para pensar que estaba siendo llevado hacia la oscuridad misma, recuerdo haber intentado escapar en un principio, cuando esto era parte de mis momentos más bajos y no algo cotidiano. Sabía que no debía estar tan tranquilo ante tal situación, que no estaba bien, pero últimamente el abismo me hacía sentir cómodo, invitado, bienvenido.
Unas risas me sacaron del trance. Estaba en los jardines de la escuela, sentado bajo la sombra de un árbol, frente mío Mimiko y Nanako jugaban con sus muñecas sobre la manta donde habíamos tenido un pequeño picnic.
Estaba disociando de nuevo, no era una sensación particularmente agradable.
Las risas de las gemelas me hicieron sonreír, me alivia el hecho de que se estén integrando tan bien a su nueva realidad, disfrutan de las cosas que para nosotros son pequeñas, es tan fácil sacarles una sonrisa y alegrarles el día, es lindo de ver. A veces me es difícil solo disfrutar de su felicidad y no pensar en lo miserable que era su vida antes como para que cosas tan pequeñas como dormir en una cama hacía que se emocionaran.
Por suerte, antes de que pudiera pensar mucho en ello, mi celular comenzó a sonar. Era Satoru, volví a sonreír.
—¡Suguru! —su voz saturó el parlante del celular— ¿Dónde estás? Te estamos esperando.
—Primero que nada, hola —pude sentir su mueca al otro lado de la llamada—. Estaba teniendo un picnic con las niñas, se me hizo un poco tarde.
—Ah, ahora recuerdo —por supuesto que se le había olvidado—. Bueno, ¿Entonces vienes? voy a ponerme muy triste si me dejas plantado.
—Sí voy, nunca te dejaría plantado —dije mientras sonreía, escuché su risa y el corazón me latió con fuerza en el pecho.
—¡Ok! Estaré con Shoko ya sabes dónde, nos vemos.
Me despedí y colgué la llamada.
Estiré los brazos sobre mi cabeza para liberar un poco de tensión antes de levantarme del suelo y sacudí mi ropa para eliminar cualquier rastro de pasto o tierra. Las gemelas me miraron cuando me acerqué a ellas.
—Niñas, ya es hora de irnos —sus sonrisas decayeron de a poco y añadí rápidamente—. En su habitación pueden ver películas y seguir jugando con sus muñecas, ¿Sí? —no parecían muy convencidas y no sabía qué más decirles, pensé durante un rato— Las dejo jugar con una de mis maldiciones —Inmediatamente sonrieron.
—¡El pulpo! —Nanako habló por las dos y reí ante la situación. Esa maldición en particular era completamente inofensiva, además de ser un compañero perfecto de juego según ellas.
—Trato.
Ordenamos todas nuestras cosas y caminamos por el sendero hasta las habitaciones, Mimiko se aferró a mi mano izquierda y Nanako a la mano de su hermana, en el camino hablamos sobre sabores de helado y sus muñecas nuevas.
Era normal que cada vez que tuviera que salir a hacer algo las chicas se queden en su habitación cuidadas por alguna de mis maldiciones y algún jugai de Yaga, no les disgustaba pero siempre preferían hacer cualquier cosa afuera, trataba de asegurarme de que no pasaran mucho tiempo solas pero a veces era inevitable, por suerte parecían entenderlo.
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Nuestra Familia ͟͟͞͞➳❥ Satosugu ˏˋ°•*⁀➷
FanfictionSin previo aviso los hechiceros más fuertes se convierten en padres adolescentes, niñeros de tiempo completo sin opción de echarse atrás. ¿Será está situación capaz de hacer que los amiguitos se conviertan en algo más?