Cabos Sueltos

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— Oh, —Lee-Won exclamó a medio bocado, genuinamente impresionado, tomándose el tiempo de masticar su deliciosa cena, antes perteneciente a Caesar, y disfrutarla con una cara llena de satisfacción.

Caesar, por su parte, le sonrió evidentemente complacido, dejando por un lado sus cubiertos, a favor de prestar su completa atención a lo que estaba haciendo el Omega sentado delante de él.

Era la primera vez que lo veía así de alegre. Vio sus mejillas moverse emocionadamente, masticando velozmente lo que había en su plato, junto a un pequeño detalle que lo hizo sorprenderse por unos instantes. El Omega estaba sonriendo. Genuinamente. Ante esto, su corazón frío e insensible no pudo evitar saltar un par de veces, repentinamente revitalizado.

Caesar, alarmado, se llevó una mano rápidamente al pecho, y la presionó fuertemente contra él, pensando que podría tratarse de algún problema cardiaco. Pero no lo era. Caesar lo reconoció inmediatamente. No hubo ninguna una opresión en su pecho o una evidente falta de aire en sus pulmones, sino una cálida sensación asentándose en todo su interior, apremiándolo con una necesidad urgente por seguir proveyendo y satisfaciendo al Omega, extendiéndose por todo su sistema, hasta hacerle casi imposible pensar en otra cosa.

Caesar respiró profundamente, y dejó salir unas cuantas de sus feromonas, las suficientes para no advertir al Omega, y poderlo bañarlo a él y a una gran parte de la habitación con su propio aroma. Sus pupilas incluso se dilataron, dejándole con un ligero rastro de gris apenas visible en su intensa mirada. No podía parar de observarlo. Ahora sabía que estaba completamente enamorado.

Su hermosa sonrisa... eso era lo que lo había conquistado, junto a su seductor aroma. Caesar debió haberlo visto venir desde su primer encuentro. Solo un Omega como él podría tener tal efecto en él. Tenía que tenerlo. Hacerlo su Omega. Su pareja.

Su igual.

De repente, un nuevo aroma llegó a su nariz, despertándolo de su ensoñación, y haciéndole olfatear instintivamente el aire, en busca del lugar al que pertenecía, encontrándolo justo delante de sus ojos.

Eran las feromonas del Omega, respondiendo positivamente a su silencioso llamado. No había ninguna duda, el Omega lo había aceptado como su Alfa. Era hora de que reclamará su premio.

Caesar sonrió victoriosamente, levantando lentamente la mirada, esperando encontrarse con una mirada que coincidiera con sus propias intenciones, como confirmación, solo para encontrarse con el rostro indiferente del Omega, el cual seguía comiendo, completamente ajeno a sus intenciones y a lo que acababa de suceder... ¿Acaso el Omega estaba jugando con él? Se preguntó. Caesar pensaba que estaba siendo lo suficiente claro con su mensaje...

A menos que no lo hubiera hecho. O solo estaba esperando una confirmación. Eso tenía que ser. La mayoría de los Omegas eran cosas demasiado tímidas e inseguras, como para atreverse a dar el siguiente paso, tal vez el Omega no fuera también una excepción a este caso. Tenía que hacer algo si no quería que tal oportunidad se desperdiciase.

Caesar se enderezó en su silla, y tomó un poco de vino, tratando de ordenar sus palabras, pero antes de qué considerará siquiera lo que quería preguntarle, fue sorprendido con una pregunta completamente diferente, viniendo por parte del Omega: — Oye, esto está muy bueno, ¿qué es? — preguntó, habiendo terminado con más de la mitad de lo que había servido en su plato. La comida estaba deliciosa.

Lee-Won tenía pensando en pedir un segundo plato, pero se contuvo, optando por preguntar mejor qué era, para no darle a Caesar más razones para burlarse de él.

El hombre, en cuestión, lo contempló por unos instantes, debatiéndose si en decirle algo o simplemente dejarlo pasar, decidiéndose finalmente por responder primeramente a su pregunta, antes de tocar aquel tema.

Zarina | Rosas y Champaña Donde viven las historias. Descúbrelo ahora