Nuevos Comienzos

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Moscú, Rusia.
6 años antes...

Sentado en medio de la oscura habitación, se encontraba Mikhail Lomonosov, mirando sombríamente al informante parado delante de él, dando un informe.

El hombre Beta tembló desde su lugar, con la cabeza gacha. Hojas de información se desperdigaron a su alrededor, siendo una de ellas sostenida con especial cuidado por la cabeza de la organización.

El reporte era claro y conciso. Un hombre de metro ochenta, coreano y de veinte años de edad, había sido visto cerca de su territorio. Fue el nombre de esta persona lo que encendió las alarmas de todos ellos.

Era uno que nunca pensaron volver a escuchar.

Lee-Won.

El joven heredero, quien había sido mandado lejos por su progenitor, ahora estaba aquí, tan cerca de ellos... Y en su territorio.

Mikhail examinó el archivo, bebiendo todo su contenido como si se tratara un pobre hombre moribundo. Tal vez lo fuera, no había sabido nada sobre su esposa e hijo en todo este tiempo, así que se aseguró de recabar la máxima información posible.

Varias fotografías fueron anexadas al archivo como evidencia, lo que lo hizo detenerse por unos cortos instantes para contemplarla más de cerca. Allí. Definitivamente, era él, su hijo. Tenía la misma apariencia que Suyeon. Los grandes y brillantes ojos que tanto recordaba y amaba. El cabello negro que tanto adoraba y extrañaba volver a acariciar.

Se veía tan grande... Había crecido mucho desde la última vez lo que vio. Su pequeño cachorro... Ahora no podría seguir llamándolo así en su mente, siendo él un...

Mikhail juntó las cejas, y revisó con más ahínco la carpeta que le había dado. ¿Dónde estaba la información de su asignación? Tendría que estar por aquí junto a sus datos personales, pero no lograba encontrarlo.

— ¿Señor? — Preguntó uno de los guardaespaldas, con cierto tono inseguro. Todas las miradas estaban puestas en su dirección, observándolo con gran detenimiento. Estaban esperando recibir órdenes.

Mikhail se tomó un minuto para ordenar sus ideas. Los dedos de sus manos lo traicionaron y temblaron ligeramente de la emoción, delatándolo.

Así que, en vez de responder con el próximo curso de acción, preguntó en su lugar algo que había estado molestándolo: — ¿No tienes información adicional sobre él? ¿Algo sobre su... dinámica?

El informante lo observó con grandes ojos, antes de responder con profunda reverencia:— Si, señor, sus datos personales están aquí debajo, —señaló una hoja apartada del resto, con una pequeña fotografía tamaño infantil pegada a un lado de ella, y la información que tanto estaba buscando.

Leyó rápidamente entre las líneas, aprendiendo en el trayecto un par de cosas, como su estatura, su tipo de sangre y su actual residencia, hasta que por fin obtuvo los datos que quería.

Sexo: Masculino.
Asignación: Omega...

La mente de Mikhail quedó en blanco, haciéndolo soltar la hoja que estaba leyendo de la impresión. Por unos segundos, el mundo se ensordeció y lo único que le quedaba era la sensación creciente del pánico. La información apenas lograba procesarse dentro de su cabeza. El miedo lo invadió de pies a cabeza, y le robó el raciocinio por unos instantes. Su hijo era un Omega. Había estado viviendo allí por al menos un año, sin su conocimiento, y apenas se había enterado de esto.

Miles de escenarios empezaron a pasar por su mente. Por cuánto peligro tuvo que haber pasado sin que él se enterara. Completamente solo, y desprotegido en esta ciudad.

Zarina | Rosas y Champaña Donde viven las historias. Descúbrelo ahora