Cuando se unen los imanes...

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"Los polos opuestos se atraen... ¿O se repelen?"

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La relación de amistad de ambos sucedía entre cuatro únicas paredes. Cuatro paredes que no a todo el mundo le gusta visitar, pero allí se forman cosas bonitas. Cuatro paredes que tienen recuerdos, que han presenciado tus emociones, cabreos... Caídas... Cuatro paredes que guardan otro mundo. Cuatro paredes que ven tu otro yo... Que te ven como eres... ¿O no? Pero eso podía cambiar con simples palabras.

—¿Quieres quedar después de clase? —Le preguntó Pablo con brillo en sus preciosos ojos marrones—. Conozco un sitio... ¿Vendrías?

En la mente de Zoe se dibujaron trazos rápidos sobre ella y él en cualquier situación. No estaba acostumbrada, siempre se veían allí, el límite era la puerta. Fuera...

—¿Qué tienes en mente? —Caminaban lentamente hacia clase, no había prisa.

—Una cafetería... Pastelería... —Pablo la miró—. Lo que te apetezca.

Zoe apartó la mirada de sus ojos para pensar.

—Solo si quieres, sino podríamos ir otro día... —Aclaró Pablo.

—No, sí puedo ir —Dijo con una sonrisa.

Había que romper rutinas... ¿no?

—¡Genial! —Sonrió el chico, por un momento pensó que no querría—. Si te gusta el dulce... Te va a encantar.

Sonó el timbre, y se separaron de nuevo por aquel muro... ¿Podían dos corazones que se atraen destruir el muro que los separaba?

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—Por aquí —La avisó Pablo girando una esquina.

Llevaban caminando un rato entre montones de calles.

—¡Aquí lo tenemos! —Se paró ante una tiendecita muy colorida.

Entraron por la pequeña puerta blanca y llegaron a una sala con el suelo de madera de abedul y las paredes de colores pastel. Habían muchas mesas con manteles con dibujos muy bonitos y una barra de color rosa con un enorme cristal. Allí habían montones de postres expuestos, todos con un aspecto delicioso.

—¡Qué bien huele! —Exclamó Zoe.

—Y aún no lo has probado —Le guiñó un ojo Pablo.

—Ufff... Qué ganas —Dijo la chica mientras se giraba hacia él.

Una gran sonrisa había crecido en su cara. Ella se la devolvió y se miraron a los ojos de nuevo.

¿Por qué sus ojos siempre buscaban encontrarse? Parecía que unos imanes les llevasen a fundir su mirada en la del otro.

Apartaron la mirada a la vez.

—Bueno, ¿qué te apetece comer? —Le preguntó Pablo.

—Tantas opciones...

—¡Tengo una idea! —Le dijo el chico—. Tú siéntate aquí y espera...

Se acercó a una mesa y movió una silla para que se sentase.

—Yo decido —Le dedicó una sonrisa con dientes.

—¿Debo confiar en tu gusto? —Le preguntó Zoe bromeando.

—¿No lo haces ya? —Se rió Pablo.

Zoe observó como el chico se acercaba, con su característica forma de andar, hacia la barra.

¿Podía ser que aquel chico que la rescató del fondo la atrayese?

Sonrío, era muy probable... Suspiró, él había cambiado su vida cuando menos lo esperaba.

Pero... ¿no era muy precipitado? Por un momento su corazón empezó a latir rápidamente. Se conocían solo desde hacía algunas semanas, casi meses... Pero...

De repente llegó el chico, que la sacó de sus pensamientos.

—Un poco de todo —Dijo Pablo—. Al final ni yo he podido decidir muy bien...

—No pasa nada —Rió Zoe.

La torpeza que le daba su personalidad al chico había conseguido que se conociesen...

—¿Qué te parece? —Le preguntó al rato.

Zoe, que se dió cuenta entonces de que estaba probando las cosas, contestó apresuradamente.

—Está buenísimo.

Mordió el bollo que tenía en la mano y miró a Pablo. Al final no había sido tan raro verlo fuera del instituto. Llevaba puestos unos vaqueros negros y una sudadera marrón oscuro que no solía usar. Su pelo estaba revuelto, igual que siempre, pero aún así no sabía que veía distinto en él.

—¿A dónde quieres ir ahora? —Preguntó Zoe cuando ya habían salido de la cafetería.

—Mmm... ¿Alguna idea? —Le preguntó el chico abierto a cualquier aventura.

—Sí... —Asintió.

Caminaban por la acera uno paralelo al otro.

—¿No me vas a decir dónde es? —Explotó el chico trás una espera.

—¿Confías en mí?

Pablo suspiró, pues claro que confiaba en ella.

Había pasado un rato desde que habían salido de la cafetería, llegar andando hacia donde Zoe quería llevaba un rato.

—¿Estamos intentando dar la vuelta al mundo? —Le preguntó Pablo sonriendo.

—Que no... Ya casi hemos llegado.

El cielo empezó a ponerse oscuro, el sol bajaba y no había ni una nube en el cielo.

—Rápido —Le incitó Zoe empezando a correr.

Corrieron varias manzanas rápidamente y llegaron a un lugar cerca de la playa. El olor de la sal y el sonido de las olas les llegaron conforme se iban acercando a su destino. Zoe iba apenas unos pasos por delante de él y empezó a caminar sobre la arena.

—¿A dónde vas? —Le preguntó Pablo.

—Confía —Sonrió la chica de espaldas a él.

Unos pasos y más y acabó subida en un pequeño muelle de madera. Tenía una barandilla de cuerdas que tenía algunas luces led. Justo debajo de sus pies podía sentir la presencia del agua.

—Increíble... —Susurró Pablo.

Zoe nunca sabría si era por la magia que tenía el lugar en el ambiente o por el bonito difuminado que tenía el cielo. Pasaba de un color rosado en la parte de arriba hasta pasar a un amarillo azulado en el final. Parecía un cuadro natural...

—¿Qué es este lugar? —Preguntó el chico sentándose en el final del muelle de madera.

—Mi lugar de paz —Se encogió de hombros la chica.

—Tiene algo...

—Mágico —Terminó.

—Exacto —Sonrió Pablo.

Zoe se giró hacia él, y él lo hizo hacia ella. Sus ojos se encontraron de nuevo, por vigésima vez aquella tarde. Los ojos marrones de Pablo acogieron la mirada de Zoe con un brillo especial. La chica sonrío al ver ese destello breve pero precioso en los ojos verdes de él.

El sol desaparecía lentamente trás ellos, haciendo que sus siluetas se viesen negras. Solo la luz de las farolas del fondo iluminaban un poco el lugar.

Zoe giró la cabeza, no podía mantener la mirada.

No podía sentir nada por él...

San Valentín Aesthetic: La llave hacia mi corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora