𖹭⠀࣭⠀dos

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Justo en ese instante Marc lamentaba que su cámara estuviera en un lugar tan lejano como la habitación de sus cuidadores. Adoraba tomar fotos de cosas (o en este caso, personas) dignas de admirar como lo era cierto adolescente con su concentración puesta en la película que pasaban. 

Estaban sentados en el sofá de la sala de estar, con las luces apagadas y Héctor luciendo tan hermoso, sonriéndole a la pantalla, con el cabello rubio alborotado y los ojos brillando por la escena cliché que conocía de memoria, ya que un puchero era suficiente para convencerlo de ver el mismo filme una y otra vez. 

Sabía que debía ser más sutil a la hora de ocultar su fascinación por él, pero la verdad es que no podía apartar la mirada de su rostro, su belleza era exuberante al punto de hacerlo parecer aterrador. Marc no sabía en qué momento sucedió, a medida que fue creciendo notó que su amor por Héctor no era diferente al que Christensen sentía por el cuidador con olor a frambuesas. 

A pesar de que la película le había aburrido hace tiempo, no le molestaba esperar a que la misma terminara, entreteniéndose al detallar al adolescente a su lado, sin embargo, su trasero entumecido pedía clemencia. Esta no era la primera vez que realizaba algo que le disgustaba por el mayor, de hecho, estaba acostumbrado a complacer sus caprichos, ¡no era su culpa! Todos sabían que era su punto débil. 

Veinte minutos después, era imposible ocultar su impaciencia, resoplando en múltiples ocasiones hasta que no pudo mantenerse en un sólo sitio. Acabó recostándose en el regazo del otro, dejando escapar bufidos en forma de queja. 

—Estoy aburrido —dijo finalmente. Los orbes fulminantes de Héctor se desviaron a su dirección para escanear su rostro con indignación, esta no podía ser más que fingida—. En serio estoy muy aburrido. Tan... tan aburrido... podría morir de aburrimiento. 

—¿Qué? 

—¡Por favor, Héc! Hemos visto esta película cientos de veces. Hagamos una cosa divertida —Marc rogó con un puchero, su mano inquieta tirando hacia abajo la camisa del aludido. 

Realmente quería salir de casa, habían inaugurado un nuevo Skatepark al que deseaba ir. Según las palabras de Félix, el lugar estaba "super ultra mega genial". 

—Por esta vez dejaré que decidas lo que haremos, tómalo como uno de tus regalos —lo señaló en sentencia, sus ojos entrecerrándose. Tan pronto como habló, visualizó una sonrisa gigante en los labios del menor. 

"Está en modo bebé", pensó Héctor. 

—¡Gracias! ¡Eres el mejor! —dicho esto, corrió a la habitación para colocarse sus zapatos deportivos. 

Marc no cabía en sí mismo de la felicidad, estar encerrado en casa lo desanimaba, así que salir con Héctor siempre era emocionante. En su cabeza enamoradiza se grabó la palabra cita en ella. No debía hacerse ilusiones. Pero eso no evitó que tomara la loción nueva que Christensen había puesto en su mesa de noche como obsequio. 

Sus ojitos se arrugaron cuando volvió a la sala y el mayor le tendía su abrigo con una mirada cariñosa. 

—¿Estás listo, Marc? —preguntó divertido al lobito. Estaba sonriéndole. 

—¡Nací listo! —Marc acortó la distancia en un salto efusivo, poniéndose el abrigo que se le era extendido y entrelazando sus dedos suavemente con los de Héc. 

No estaban sorprendidos por el clima frío ni las oscuras nubes en el cielo dado a que era el primer día de septiembre, se acercaba el invierno. Héctor era uno de los que disfrutaba de esa estación en general, le fascinaba ir con Marc a realizar muñecos de nieve y ponerse grandes y calentitos suéteres de lana hechos por Kie (sí, tenía quince años y seguía llamando a su cuidador de esa forma, demándenlo). Además, era la época donde podía acurrucarse con el menor con el pretexto de que debían entrar en calor para no enfermarse. 

¡es mío! ★ guiufortDonde viven las historias. Descúbrelo ahora