3. Babeas cuando duermes.

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Abrí mis ojos ante en brillo que había sobre ellos, no era tan suave como las luces del departamento pero tampoco tan calientes como las de sol, cuando enfoque mi vida era una linterna, más bien, aquellas viejas, esas que prendes fuego y se ilumin...

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Abrí mis ojos ante en brillo que había sobre ellos, no era tan suave como las luces del departamento pero tampoco tan calientes como las de sol, cuando enfoque mi vida era una linterna, más bien, aquellas viejas, esas que prendes fuego y se ilumina su interior.

— ¿Estás bien niña bonita? — dijo.

Era un chico pelinegro, unos años mayor que yo, tenía los ojos de un azul eléctrico precioso y me miraba fijamente. Trate de hablar pero no pude.

— ¡Lo olvide! — tomo un vaso de oro, supuse y lo acerco a mis labios. — Bebé un sorbo pequeño, no queremos volverte loca.

El sabor, contrario a lo que espere no era de agua, ni siquiera el agua agria que servían en las mesas del comedor en la escuela, era un sabor, distinto. Como las galletas azules de mamá, pero también era su perfume de rosas, el olor del agua salada y un toque del té qué Gabe tomaba.

En resumen, era como el sabor de lo que más amas.

— Bien, parece que estas mejor — dijo, pero sentí mis ojos pesados — parece que el médicamento de Quiron hizo efecto, buenas noches.

¿Quirón? No pude ni pensarlo un momento más, antes de cerrar mis ojos y caer en la inconsciencia. El sueño no fue bonito, estaba en la playa, la misma playa a la que Gabe de mala gana nos llevaba a mamá y a mí, la arena debajo de mis pies estaban tibia, no era caliente como muchas veces. Vi a lo lejos a un semental, un caballo blanco, tenía en su pelo manchas de color azul, era muy bonito. Pero me miraba fijamente, relinchaba y luego me ignoraba.

Perseia Jackson y los Dioses del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora