Capítulo 1.

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El silencio inundaba toda la casa, cosa que podría resultar inquietante, pero duro poco, para no variar. -¡Joder Wynter! -rompió el silencio la morena, al descubrir a la pequeña sentada sobre la encimera de la cocina, comiendo la nutella a cucharadas como tiempo atrás le había enseñado. - ¿Qué pasa? - Respondió Wynter mirando a la chica con cara de pocos amigos, ya que había interrumpido su momento de placer de una forma un tanto borde pero a la que estaba acostumbrada. -Pasa que ni me has dejado un poco. -Protestó Effy poniendo los ojos en blanco como de costumbre cuando algo le molestaba. Abrió las puertas de todos los armarios buscando que comer como si de un animal hambriento se tratase. Ante ese comportamiento la rubia estalló en una guerra de carcajadas, que provocaban que tuviese que presionar su vientre con todas sus fuerzas.

-¡Con este ruido no hay quien se haga una paja tranquilo¡ -Gritó Louis entrando en la cocina, tan fino como siempre; algo que a las chicas les agradaba ya que no había demasiada diferencia entre ellos en ese aspecto.

-Díselo a Alfdilla, que molesta con tanto ruido. -Susurró la rubia con la respiración entrecortada, recuperándose del repentino ataque de risa.-Marica, nunca has necesitado concentración para eso. -Dice Effy a la vez que agarra un paquete de galletas casi terminado. Se las muestra a Wynter con una amplia sonrisa y se apodera de ellas, tan posesiva con la comida como si de un tesoro se tratase. El chico caminó hasta la encimera y se sentó al lado de Wynter, rodeándola con el brazo y apretujandola contra él, como quien da un beso de buenos días. -Sois unas nenazas.-Dice la morena con la boca abierta, observando a los dos jóvenes y esbozando una sonrisa por ello.

Hacía cuestión de semanas que los tres amigos se habían mudado a Londres, donde la pequeña del grupo tenía su academia de baile. Bailar siempre había sido para ella como los cigarrillos para Effy o los penes para Louis, indispensables. Pero Wynter tenía un don, más que eso se podría decir.
Eran ella y la música, formando un círculo alrededor del mundo y evadiendose de este. Cada movimiento que ejercía con su cuerpo era un sentimiento, una nueva sensación, un método para expresarlo todo, para sentir la piel erizarse a lo largo de su cuerpo, sentir que no toca el suelo durante un segundo, pero que puede ser eterno y placentero. Un pensamiento en la memoria que dibuja sonrisas hasta en las peores ocasiones.

Effy y Louis admiraban lo que la pequeña hacía, viéndolo desde fuera como imposible y siendo conscientes del esfuerzo que le ha llevado estar donde está. Pero a estes dos nada les ataba. Nada que no fuese su mejor amiga por la que abandonarlo todo y mudarse a otro país. Y lo harían las veces que hiciese falta solo por ella. Pero ahora que llevaban una nueva vida, tendrían unos nuevos planes. Siempre habían sido culos inquietos y además de plantear hacer gamberradas por las calles de Londres, sacarían algún que otro plan para vivir día a día y buscarían una nueva azotea a la que subir cada vez que las cosas se jodiesen y tuviesen que acabar la cajetilla de Malboro acompañada de una botella de Whisky, la pareja perfecta que ambos conocían a la perfección.

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